Yo no escribo para El País
Comentario del libro Escrito en la arena de Pablo da Silveira[1]

x Alejandro Baroni Marcenaro

Aninha es una minera callada que trabaja en mi casa. Y cuando habla, tiene esa voz apagada. Rara vez habla… Cierto día por la mañana estaba arreglando el rincón de la sala, y yo estaba bordando en otro…Continuando pues el silencio, llegó hasta mí su voz: “¿Usted escribe libros? Respondí sorprendida que sí. Me preguntó, sin dejar de trabajar y sin levantar la voz, si podía prestarle uno. Quedé perpleja. Fui franca: le dije que no le iban a gustar mis libros porque eran un poco complicados. Fue entonces cuando, sin dejar de acomodar cosas, y con voz todavía más apagada, me contestó: “Me gustan las cosas complicadas. No me gustan las cosas fáciles…Le regalé un policial que había traducido. Unos días después, ella dijo: “Lo leí. Me gustó, pero me pareció un poco pueril. Lo que quería era leer un libro suyo”.
Clarice Lispector, Revelación de un mundo

Los propietarios de El País de Montevideo pueden sentirse ofendidos por la metáfora playera de su columnista Pablo da Silveira. Este publicó el libro Escrito en la arena, reflexiones de un intelectual no gramsciano y casi la mitad de las notas seleccionadas por el autor fueron escritas para ese diario.
Es una selección de escritos suyos de los últimos veinte años donde se ven las preocupaciones principales que el autor desea mostrar en el año electoral de 2019. Sin referirme a su anterior obra édita – este libro que recoge sesenta y nueve artículos éditos me parece un recorrido intenso por su pensamiento político, filosófico y religioso y debo decir que las discrepancias no evitaron que continuara leyendo con interés el libro hasta el final.  Me propongo entonces comentar aquí exclusivamente acerca del libro Escrito en la arena, con mi selección temática y acentos, desde luego.

Tengo mucho para acordar – como se verá -  con lo allí publicado por da Silveira. En particular, comparto su gusto por la figura del “intelectual ciudadano”, ese “interesado en los problemas colectivos…(que enriquece) el diálogo que la sociedad mantiene consigo misma”, aunque agregando por mi cuenta que un/a intelectual es toda persona que usa su intelecto – con más o menos bibliografía y mayor o menor reflexión y que intelectual es también afectual por ser inevitable usar sus afectos junto al intelecto.

Dicho lo anterior, y sabiendo que da Silveira rechazó la dictadura cívico militar, esa que marcó tanto para nostalgia, olvido, memoria y dolor – vale anotar que no haya encontrado oportuno mencionarla en los artículos seleccionados.  Raro. Es verificable que responsables y propietarios de El País nos legaron páginas armadas con hierro para reja y buen hormigón para penal de tres partes de pedregullo, dos de arena y una de portland, cuando se constituyeron en uno de los apoyos civiles más saludables para la dictadura, desde luego según los sanos intereses propios y los de sus amigos y amigas.
Editorialistas que se ajustan bien a la descripción de “jacobinos rousseaunianos radicales”, que aporta da Silveira: “para ellos la política es (y era) un combate entre la parte sana y la parte corrupta de la sociedad.  No hay verdadero límite entre política y moral. Casualmente, los moralmente sanos son los que defienden nuestras ideas políticas y los corruptos son los que tienen otras ideas”. Ese diario colocó, periodística e informativamente, fotos y descripciones de perseguidos para facilitar su captura, puso en riesgo de vida a Wilson Ferreira Aldunate, fundamentó el nuevo orden y difundió hasta donde pudo sus logros. Luego, no muy conveniente ni hábilmente reculó perdiendo las dos chancletas por el camino. Como si no alcanzara, hizo todo lo posible desde sus columnas para que se olvidara todo y se protegiera a los militantes cívico-militares, y cada día repite el esfuerzo aunque sin tanta suerte como antes. Se busca historiadora/or para registrar debidamente este periplo de impactante negocio y empresa ideológica – en ese orden -  que hoy parece estar en venta.

El que los artículos seleccionados para este libro hayan sido en su mayor parte publicado inicialmente en páginas editoriales de El País, empresa ya apenas descrita, puede sorprender, viniendo de alguien a quien se identifica como seguidor de la justicia como equidad, una identificación que en esta selección se expresa a través de su admiración por John Rawls, pero por otros textos del libro no queda claro si la sostiene en su aplicación o se ha desplazado al liberalismo clásico o al liberalismo evolucionista.
También debe anotarse las ausencias en el libro de posturas en torno a la agenda de nuevos derechos, en particular, los que demandan las luchas políticas masivas de tantas mujeres y que se han ido introduciendo en el orden jurídico y el sentido común.
Finalmente, puede señalarse de esta selección - según mi lectura - que hay perlas simplificadoras[2] desde quien se presenta como un filósofo profesional, un gusto por el etiquetado, hay binarismo bien presentado, un talento agitativo que debe reconocerse, y una presentación caricaturesca de expresiones sectoriales que  adjudica a la izquierda democrática y que han sido abandonadas por ella. Desde mi punto de vista estos aspectos logran merecer la objeción de la Aninha de Clarice Lispector.    

 

Una teoría política y moral conservadora

En uno de los puntos altos del libro comentado, se incluyen textos referidos a teoría moral y política publicados inicialmente en las revistas Relaciones y Cuadernos de Marcha.
Coincido con da Silveira que fue un acto valiente la publicación por parte de John Rawls de su A theory of justice en 1971. Intentó construir, perteneciendo a la corriente liberal (izquierda en Estados Unidos) una respuesta al avance libertarista inequitativo (derecha en Estados Unidos) y no solo al “marxismo”  o la “utopía” como sostiene da Silveira binariamente. Se propuso construir una teoría que uniera el liberalismo con sus grandes preocupaciones por la igualdad: la justicia como equidad, la idea del contrato social. Recibió varias etiquetas como liberal igualitario, social liberal, socialdemócrata, etc. en reacciones que mostraban que allí había algo nuevo e interesante. Desde el campo libertario dogmático fue la feroz crítica de Robert Nozick, y lo mismo desde el marxista dogmático, abanicos y corrientes que no estaban leyendo con atención a las nuevas circunstancias históricas que reclamaban novedades. También fue criticado por su excesiva abstracción y modelamiento del ser humano, por un trascendentalismo heredado de su inspirador Immanuel Kant, y por establecer normativas que desconocían o no podían absorber las evoluciones históricas.
Dicho esto, las historias del pensamiento recogen ajustes, retractaciones, redescripciones de juicios anteriores que realizan los propios autores. Es el caso de Robert Nozick, quien después de haber enfrentado a Rawls con su Anarquía, Estado y Utopía, en trabajos posteriores matizó sus críticas y las contextualizó. Y algo así se produjo en Rawls, quien también contextualizó. Son de interés los aportes que ha hecho Agustín Courtoisie en su Rawls y Nozick: Aciertos y Desconciertos[3] .
De igual manera, algunas corrientes con inspiración en obras de Marx ya visualizaban resultados en el “socialismo real”, rechazaban comportamientos estatales inaceptables, comenzaban a abandonar manuales, descubrían escritos de la socialdemocracia, introducían la filosofía analítica y valoraban las instituciones democráticas en sus diversas versiones como marcos aptos y únicos para extender la equidad. De esta evolución, si no se quiere que la película sea una exposición de fotos aisladas, puede encontrarse multitud de bibliografía, particularmente luego de las dictaduras, en la década del 80 y hacia adelante.
En 1993, Rawls publica Political Liberalism (El Liberalismo político) en el que puede verse una especie de giro pragmatista, contextualista, historicista, resultado de sus estudios de la obra de John Dewey y los debates posteriores a su obra A theory of Justice. En este libro introduce el concepto de consenso sobrepuesto (overlapping consensus) – otro autor “no-gramsciano” que habla de consenso – como un acuerdo entre “personas razonables, que sólo aceptan doctrinas abarcativas razonables”. Aquí Rawls disminuye la intensidad de su propuesta anterior “normativa”, “universalista” y “metafísica”, atendiendo a contextos de diversidad cultural, sin hacerse un multiculturalista. Introduce explícitamente el acuerdo político, la Justicia como equidad política y la deliberación racional ante la normativa a priori, lo que no lo convierte en un relativista moral. Como luego veremos, a los  consensos o acuerdos contractuales concurren distintas posiciones morales, políticas, religiosas, económicas, cada una de las cuales podrá mantener su independencia moral, pero el consenso y el contrato, usualmente mostrará una moral dominante, luego otra, lucha, debate y así en adelante.
Da Silveira parece preferir al Rawls de A theory of Justice y al Wittgenstein del Tractatus ante el  Rawls de Political liberalism y el Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas.
A mí me pasa exactamente al revés.
Dice da Silveira: “Ahora más que nunca precisamos principios normativos que nos permitan evaluar y justificar decisiones que tendrán efectos sobre contextos culturales diversos”, indicando su escala de apreciación, esa que es matizada grandemente por el Rawls de los años noventa. Interesa colocar aquí un aspecto que en el primer cuarto del siglo 21 se muestra cada vez más relevante por el ascenso de China, que es la indistinción entre occidentalismo y universalismo que expresa Rawls, aunque diferente respecto a la posición más fundacional, normativa, racionalista y occidentalista que sostiene da Silveira. En este sentido, sigo a Richard Rorty cuando dice en 1997, distinguiendo el uso de la razón del racionalismo, separándose claramente de la moral kantiana, sin defensa alguna de particularismos y concordando con la comunidad global de Rawls: “abandonar la retórica racionalista permitiría a Occidente acercarse al mundo no-occidental con el papel de alguien que puede contar una historia instructiva, y no con el papel de alguien que presume hacer un uso mejor de una capacidad humana universal”[4] .

Da Silveira resume su visión contractual: “el contrato social es el pacto establecido por un conjunto de individuos preocupados por proteger su independencia moral en el marco de una vida social caracterizada por el hecho del pluralismo y la escasez moderada de recursos”[5] (p 232).
Luego sostiene que: “los derechos son una creación política. No existen en el estado de naturaleza ni se los presenta como resultado de la voluntad de Dios… esta justificación de derechos es a la vez antifundacionista y normativa” (pp 233-234)
Habiendo defendido que: “Al orden democrático hay que protegerlo todos los días. Y eso supone cosas tan importantes como tomarnos en serio los límites constitucionales (en lugar de verlos como obstáculos molestos), asumir que lo político debe estar siempre subordinado a lo jurídico (lo que implica respetar la independencia del poder judicial)” (pp 116-117)
Con disculpas, no puedo extenderme aquí sobre debates y luchas por conquistas democráticas que han involucrado autores y agentes por siglos, así que estas líneas tendrán el defecto de la brevedad extrema, con el gusto por los ejemplos. 
Empiezo por manifestar mi acuerdo con da Silveira en que “los derechos son una creación política”. Es así que se conquistó el voto para las mujeres y se abolió la esclavitud. La expresión “lo político debe estar siempre subordinado a lo jurídico” es de una generalidad  inocua cuando no conservadora. Si “lo jurídico” es la preservación de la vida de otras personas, por ejemplo, o que la lucha deba ser por canales constitucionales salvo situación de dictadura o violencia opresiva, la frase funciona adecuadamente, en ese tipo de condiciones puntuales.
Tomemos un ejemplo. Los redactores de la Ley de caducidad punitiva del estado no se tomaron las cosas muy jurídicamente y el contrato social surgido a la salida de la dictadura no permitió que la “ética de los principios” de la Constitución de 1967 saliera de la vida privada. La  configuración fue que el Estado renunciaba a punir determinados delitos por una decisión política. Hubo entonces una moral dominante y una moral reprimida, al menos, aunque fueran independientes en el espacio privado, no necesariamente un acuerdo entre individuos iguales moralmente independientes. La moral dominante era la que establecía que desaparecer un niño no era punible jurídicamente salvo decisión del poder político. Aunque atendible y argumentable según una “ética de la responsabilidad”, por un corto plazo, como medio necesario para salir políticamente de la dictadura, contaba con la ventana de escape del artículo cuatro de las excepciones – que durante un largo tiempo fue cerrada por el poder ejecutivo, hasta el 2004 cuando comenzó a abrirse, casi veinte años después. Demasiada demora para un Poder Judicial sin independencia. Demasiada demora para un cambio en la correlación moral y para un cambio en el sentido común.
Lo que estoy diciendo es que tomando “lo jurídico” y “lo político” como variables, un conservador/a elegirá en primer lugar el juicio de da Silveira “lo político debe estar siempre subordinado a lo jurídico”, y un renovador/a redactará su juicio preferido como “la acción política debe estar encaminada a cambiar lo jurídico y moral inequitativo”.
Una observación más: un acuerdo apoyado en la independencia moral de los participantes digamos que en teoría preserva la independencia moral de cada uno, aunque uno tenga lo jurídico de su lado y otro deba luchar cuesta arriba por ampliar la recepción de su moral preferida. La visión liberal privilegia la comparecencia individual de cada uno pero omite el resultado conjunto, social, relacional del acuerdo. Siguiendo con el ejemplo de la caducidad, puede sostenerse que el acuerdo fue relativista en lo moral: unió a los justificadores de torturas y desapariciones forzadas y defensores de la dictadura con los que eventualmente rechazaban tales actos y eran contrarios a la dictadura pero accedieron a un pacto político provisorio para lograr democracia y luego cambiar el lastre jurídico de la caducidad.
Por último, en esta temática no puedo dejar de dar dos toques a este comentario de un libro escrito por un asesor partidario y publicado en el 2019.
Uno es citando al Rawls más principista, el de Una teoria de la justicia, el que da Silveira prefiere. Dice Rawls en su principio de la diferencia: Las desigualdades sociales y económicas deben de resolverse de modo tal que resulten en el mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad. Estoy de acuerdo con John Rawls en esto. Nada similar aparece en la selección temática de da Silveira.
El segundo es recordar el intento al comienzo del 2019 de un mantenimiento del pacto moral que fue relativista a la salida de la dictadura cuando en el parlamento no se respalda una sanción a quienes dejan pasar una confesión de un militante dictatorial cuando dice que mató y sumergió el cuerpo de una persona en un río para que desapareciera. Ya no es válida la justificación de que responsablemente debemos salir del riesgo de continuidad de una dictadura y solo queda la moral del olvido y de una justificación de la barbarie que intenta ser el nuevo sentido común dominante,  en lo que representa el carácter cívico-militar de la dictadura. Rechazo profundamente tal intento de preservar esa moral. De estos dilemas políticos y morales que se arrastran desde hace cuarenta años no hay tampoco rastros en la selección de da Silveira.

 

Una etiqueta inadecuada

Las objeciones que liberales han hecho contraponiendo la conceptualización de Gramsci de hegemonía con la democracia liberal tienen ya tiempo. Como da Silveira bien describe, Antonio Gramsci fue un comunista italiano preso por el fascismo. Sus obras previas referidas a las luchas de clases en Turín y las escritas en la cárcel pueden anotarse como una crítica/desvío/complemento disonante del marxismo de la Tercera Internacional. Se ha conjeturado que si los fascistas no lo hubieran detenido en Italia, los procesos stalinistas se hubieran hecho cargo de él. Es claro que da Silveira no comparte los textos de Gramsci que se refieren a la toma del poder del Estado, ni utiliza su lenguaje, sin embargo no estoy tan seguro que no aplique la idea de búsqueda de hegemonía cultural, en el sentido de  prevalencia cultural, cuando pugna por que sus ideas  ganen el sentido común de la ciudadanía y se construya un consenso extendido en su torno, que es la visión cultural que entiendo le adjudica a Gramsci[6] . Por ejemplo, la idea del self made man del esfuerzo propio suficiente e independiente para lograr resultados en la vida está bastante extendida en el sentido común en estas costas, la resistencia a pagar impuestos, el libre mercado, el rechazo a la intervención estatal en la libertad económica individual ha tornado imposible por ejemplo a la negociación laboral en el agro y está a la vista la resistencia de universitarios graduados a pagar su deuda. Por otro lado, el desarrollo de derechos de mujeres, minorías raciales, de género, la posibilidad de no ir presa por interrumpir su embarazo y los consejos de salarios se han ido instalando en el sentido común. El primer ejemplo es en parte fruto del trabajo de intelectuales liberales (cuya alma mater es más o menos la nada espontánea sociedad Mont Pèlerin y su estrategia paciente desde la presidencia inicial de Hayek)[7] el segundo ejemplo es en parte resultado de la militancia de  intelectuales de esos grupos que saben no deben bajar las manos. Si a esos intelectuales se los describe como orgánicos de una causa o institución, es lo de menos, porque no es un invento de Gramsci aunque forme parte de su vocabulario. Lo que resulta claro es que nada de esto ha cuestionado la convivencia democrática.
Decir que “La izquierda contemporánea se ha vuelto masivamente gramsciana” (p 85) resulta ser una inadecuada simplificación y nuevo etiquetado, si se sigue aún someramente el periplo de influencia de los escritos de Gramsci al menos en América Latina, lo que no puedo hacer aquí debidamente[8] . Es interesante relatar brevemente un ejemplo argentino. En ese país hubo un grupo inicialmente cordobés escindido del Partido Comunista argentino, que se denominó Pasado y Presente, que tradujo obras de Gramsci, introdujo autores con nuevas interpretaciones y publicó producciones propias. Con diversos vaivenes políticos e ideológicos, buena parte de sus integrantes lograron salvar sus vidas exiliándose, y a su retorno, conformaron el Club de Cultura socialista, con sede en Buenos Aires. Comenzaron a publicar entonces la revista La ciudad futura, que recordaba una expresión de Antonio Gramsci y que fue distribuída artesanalmente en Montevideo. La evolución de este grupo de intelectuales y académicos desembarcó en la campaña electoral que lleva a la victoria a Raúl Alfonsín, y como siempre sucede con la lectura de autores con extendida aplicación intelectual, se afirmaron en aspectos de sus lecturas de Gramsci, como “la convicción de que cualquier proyecto político se  torna impracticable si se muestra incapaz de asegurarse una amplia base de consenso y de identificación con la sociedad”[9] . Esos intelectuales excomunistas y estudiosos de Gramsci volvían a su país con una valoración muy alta de la democracia representativa y un rechazo a la estrategia peronista de entonces. Su cercanía a la figura de Alfonsín, de quien Pancho Aricó decía que “estaba a la izquierda de la sociedad argentina”, su colaboración en discursos y asesoría por parte de Juan Carlos Portantiero[10] , otro miembro del Club de Cultura Socialista y redactor de La ciudad futura, les valieron reproches del aún activo militante militar Ramón J. Camps que  tituló una nota “La república invadida” en el diario La Prensa, (16/5/1987) donde defendía la tesis de que “el fantasma gramsciano es una  realidad en la Argentina contemporánea” y que el Poder Ejecutivo es ejercido (el presidente era el radical Raúl Alfonsín) “por un típico representante del gramscismo vernáculo, aunque un tanto primitivo”. Luego de esa efervescencia democrática y ya depuesto Alfonsín por un consenso  complejamente antidemocrático y posteriormente suicida, no se registran mayores influencias políticas de esos gramscianos argentinos. En el Uruguay, dada sus características políticas diferentes a las argentinas tan bloqueadas por la tradición peronista, no se registró una influencia política similar salvo en algunos intelectuales cercanos al Partido Comunista italiano como Julio Barreiro, independientes de izquierda y en algunos debates y sectores académicos. Darle importancia a la lucha de ideas culturales, lograr inclinar la balanza hacia las tuyas dentro de determinados espacios sociales y aspirar que  éstas se plasmen en la jurídica del Estado, sus regulaciones, Constitución y leyes no te hace necesariamente gramsciano. Una influencia mayor en la academia uruguaya fue la de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, con su libro Hegemonía y estrategia socialista que reconocía la influencia de Gramsci y realizaba toda una teorización con otras diversas influencias e introduciendo todo un vocabulario teórico propio como hegemonía en su acepción particular, articulación, sutura, etcc . Para estos autores, el objetivo era la radicalización de la democracia articulando las luchas políticas y culturales. Años después, la desaparición del Partido Comunista Italiano y la dilución del eurocomunismo terminó con las influencias políticas de Gramsci en el Uruguay.

 

Una teoría del mercado adolescente

Dice da Silveira: “(las) libertades (civiles) protegen tres espacios que son cruciales para que podamos vivir una vida autónoma del gobierno. El primero, es la esfera de nuestra vida privada, el segundo es la sociedad civil y el tercero es el mercado. Si el gobierno llega a controlar cualquiera de esos espacios hasta el punto de quebrar su dinámica interna, la libertad se vuelve ilusoria” (p 51).
 “La economía de mercado tiene problemas innegables, pero tiene la virtud de que las decisiones se toman en un ámbito despolitizado, es decir, sin considerar las opiniones políticas de quienes participan en los intercambios” (p 54).
(cursivas del comentarista)
No sé muy bien qué quiere decir da Silveira con quebrar la dinámica interna del mercado, por ejemplo, si una regulación ministerial financiera quiebra la dinámica interna del mercado financiero. Interesa a este respecto la distinción que hace da Silveira entre un/a liberal y un/a neoliberal, que comentaremos en esta nota al pie[11] . Pero aquí me interesa más la afirmación pueril acerca del talante despolitizado del mercado. Asoma en esta cuestión, de paso, el modelo liberal de las posiciones individuales de cada actor, de las acciones de cada agente – comprador de bonos, operador de moneda extranjera, etc. cuyos efectos parecen no tener nada que ver con la polis porque cada cual, de a uno, no considera opinar políticamente.
El Presidente argentino Mauricio Macri afirmaba al otro día de las elecciones internas PASO 2019: “El mercado es un fenómeno distinto a la política local, que toma sus posiciones. El viernes lo habíamos visto tomar una posición muy a favor de la Argentina pensando que nosotros ganábamos la elección, y ahora perdimos. Entonces el mercado va a tener su posición”. Si no interpreto mal, Macri nos está hablando de una posición del mercado significando posición política, o con influencia directa en la política de la polis, en la política partidaria y recíprocamente.
Voy a intentar una redescripción de ciudadanía, agregando un estamento particular: la ciudadanía financiera, e intentaré mostrar que no es despolitizada. La ciudadanía política es la que actúa en las instituciones preferentemente democráticas, con su voto, su participación en actividades institucionales y extra-institucionales que tengan que ver en algo con la polis, la ciudad. Ella está definida y regulada por la Constitución y las leyes, en tanto lo que tiene derecho a hacer y por lo que no puede hacer, cada ciudadano no puede tener más de un voto. La ciudadanía financiera es la que actúa en el mercado de los papeles y finanzas y se reúne en una asamblea virtual con voto calificado que puede ser secreto o conversado con agentes, asesores o amistades. En las sociedades democráticas esta asamblea alcanza a una respetable cantidad de personas y empresas que actúan en nombre de otras personas anónimas. Hay grandes operadores, medianos y pequeños. No necesita quorum para funcionar y la libertad para integrarse o retirarse es libre.  Actúan con su voto-acción ante cada decisión de la polis política de las más diversas maneras, una de ellas la especulativa con las monedas extranjeras por ejemplo. A diferencia del voto ciudadano político un voto no corresponde a una persona. Una persona individual o su testaferro puede comprar papeles o moneda extranjera en cantidades grandes, resultando que su voto virtual será calificado de mejor manera que el que opera con menores cantidades. No levanta la mano ni concurre necesariamente a ningún lado físico: teclea en su computadora o instruye por el mismo medio a su agente.
Con tales dedazos politizados, esa asamblea de ciudadanía financiera puede voltear y desestabilizar  gobiernos y baste el ejemplo del gobierno de Jorge Batlle en torno al 2002[12] , salvado en la hora por un jugador del exterior. O el caso de Lehman Brothers en el 2008, votante calificado en la asamblea de papeles tóxicos de Wall Street.  Las regulaciones “estatutarias” provenientes de gobiernos – ya que los asambleístas de bolsillo antiliberal rechazan cualquier estatuto - han tenido efecto en las instituciones mayores y visibles de esa asamblea, aunque escaso entre los numerosos integrantes extra-institucionales o entre serios asesores creadores jurídicos y economistas liberales de portafolios y empresas con esa vocación asambleística. Por ejemplo, luego de constatar el repunte del Indice de Confianza del consumidor en julio de este año, el economista egresado de la Universidad de Chicago Michele Santo pronostica que tal repunte no se mantendrá en el 2019, y refuerza su pronóstico aconsejando que “la cautela debería primar en las decisiones de gasto de las familias. Lo mismo que en las decisiones de inversión y empleo por parte de las empresas” (Búsqueda, página editorial 22/8/2019). Les está diciendo a lectores del semanario que pongan su dinero en otro lado: no gasten aquí ni generen empleo por ahora. Está documentado que tanto Argentina como Uruguay muestran enormes cantidades (relativas al PBI y la deuda externa) de dineros depositados por residentes en agencias del exterior. ¿Cómo hacer para que esas riquezas se reinviertan en la economía donde mayormente se generaron? Batlle apenas logró frenarlas luego de un gran drenaje sin retorno, a Macri su asamblea virtual autóctona no le confía.
Desde luego y hay que decirlo todo, a veces ocurre que parte de esos asambleístas virtuales  se retiran de la asamblea y colocan sus votos y dineros en ramas que generan riqueza, empleo y mejor vida para la ciudadanía política, que los incluye.
En mi opinión, ya no tiene sentido autodenominarse “liberal económico”, dada la acumulación de saberes al día de hoy. Desde luego, rescatar guías, experiencias e intuiciones desde teorías que han aportado fundamentos, al menos a escalas controlables, no es igual a seguir recetas.

 

Error de falsa oposición y pragmatismo vulgar

Nos dice da Silveira: “Es un error creer que podemos separar la enunciación de ciertos derechos del aseguramiento de las condiciones que hacen posible su ejercicio. Quienes actúan como si la sola enunciación de derechos fuera suficiente practican una forma de demagogia especialmente grave: son muy buenos fabricando palabras sonoras pero incapaces de construir realidades que les den sustento” (p 61). (Publicado inicial y coherentemente en El País).
Aquí aparece nuestro autor sosteniendo un pragmatismo vulgar que defiende la “realidad” ante una determinada reivindicación de derechos (sonoros o mudos).  Parece desconocer la tradición pragmatista contemporánea que defiende la capacidad y realidad de los enunciados, considerándolos una potencia decisiva para cambiar.
Y comete un error de falsa oposición: el enunciado (la “demagogia”) y la puesta en marcha (la “realidad”) ¿Qué espacio reserva el autor, por ejemplo, a todas las potencialidades del movimiento juvenil  estudiantil tan enunciador y sumamente carente de gestión?
Desde luego, aquí hay cuestión de grados y correspondencias, pero la frase de la cita es sonora sin matices. No me parece que esta reacción con munición gruesa publicada en el diario ya referido “contribuya a edificar una discusión pública más racional y mejor informada”.
El fragmento 546 de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein incluye en alemán la frase Worte sind auch Taten, que ha sido traducida como “Palabras también son actos” y como “Palabras también son hechos” por distintas ediciones.

 

Intelectuales con bando incluído

Da Silveira define intelectual orgánico: “este intelectual (según Antonio Gramsci) participa activamente en los conflictos sociales y políticos, está claramente afiliado a un bando y cumple con la tarea de proporcionar munición intelectual a la dirigencia con la que se identifica… Lo malo del intelectual orgánico es que, llegado a un punto, se suicida como intelectual y se convierte en funcionario” (p 69)
No hay nada objetable en estar afiliado a un partido y ser asesor principal de un candidato que uno crea el mejor y “proporcionar munición intelectual a la dirigencia con la que se identifica”. Y concuerdo que el riesgo latente es transformarse en un funcionario. Cada cual sabrá lo que hace, y si no lo sabe, agradecerá que alguien le avise si está llegando al punto de suicidarse como intelectual.
Como fue dicho, la que más me gusta es la figura del intelectual ciudadano, en acuerdo con da Silveira. Escribió el autor a fines del siglo pasado y re-publica ahora: … “lo que se espera de él es que no renuncie a pensar por mandato de ningún comisario político… lo que lo diferencia de los demás no es haber accedido a algún punto de vista privilegiado… sino tener la oportunidad de volcarse de lleno al examen racional de los problemas… lo que se espera de él  es que no se ponga incondicionalmente al servicio de un bando sino que contribuya a edificar una discusión pública más racional y mejor informada” (pp 70-75)
No me parece que entre partidos que aspiran a alternarse en gobiernos democráticos en el siglo 21 haya “comisarios políticos” denominados, autodenominados o que actúen como vigilantes y censores de las movidas intelectuales, subrayo, dentro de partidos que siguen caminos democráticos.

 

Otra vez el modelo individualista liberal racionalista

El individualismo metodológico de los analíticos que utilizan categorías marxistas con libertad intelectual puede ser visto como un paso adelante metodológico, así como el uso de recursos estadísticos, una geometría del esquema y la teoría de juegos al servicio de interpretaciones y predicciones, para pasar de lo colectivo a lo individual y retornar a lo colectivo, o bien fundamentar que lo colectivo es resultado de acciones individuales que pueden correlacionarse. Da Silveira considera a estos analíticos como “astillas del mismo palo” que se le clavan al “marxismo”. Dice: “el ejemplo clásico es la tesis de que los desempleados constituyen un “ejercito de reserva” que los capitalistas necesitan para poder deprimir los salarios… autores como Jon Elster mostraron que ningún empresario real actúa de ese modo. Dado que los capitalistas son maximizadores de utilidad, ninguno de ellos tomaría la decisión individual de emplear menos gente de la que podría… solo para proteger los intereses colectivos de la clase a la que pertenece” (p 83).
Da Silveira no parece comprender que los empresarios “reales” no actúan individualmente ni colectivamente sino todo lo contrario. Desde luego, toman decisiones individuales, compiten entre sí, así como se asocian y toman decisiones colectivas corporativas, oligopólicas o monopólicas, en  forma calculada, racional y afectivamente, por planificación y por temor. De allí el intento de la sociología estadística analítica por comprender mejor estas cosas. Y los esfuerzos contemporáneos para llevar a la economía las herramientas de psicopolítica y psicoeconomía, el data driven que abandona el model driven, ellos instrumentos y saberes que permiten dejar de lado el pensamiento modélico racionalista de la economía neoliberal y liberal que ya no sabe adelantarse a las crisis especulativas, requiriendo luego la asistencia estatal para evitar el desplome de la circulación del dinero.
La existencia de una alta o baja tasa de desocupación, o en lenguaje de Marx “el ejército de reserva” actúa sobre el empleo y los salarios, según maneras diversas, pero no es fruto de una decisión individual racional o dos o tres o cien. La asamblea virtual ya mencionada es un cuento que no habría que perder de vista.

 

Carlos Marx y Thomas Piketty

El título del libro de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI ha hecho pensar a da Silveira que Piketty “es marxista” (p 83). Sin embargo, el economista francés presenta una desigualdad o ley acerca del capitalismo luego de una búsqueda extensa y accesible, que no se inspira en El Capital de Marx, ni utiliza la metodología del autor alemán. Cito a Piketty: ““Pertenezco a una generación que cumplió 18 años en 1989, año del bicentenario de la Revolución francesa, pero sobre todo año de la caída del Muro de Berlín. Formo parte de esa generación… que jamás sintió la más mínima ternura o nostalgia por esos regímenes (comunistas) o por la Unión Soviética. Estoy vacunado de por vida contra los convencionales y perezosos discursos anticapitalistas, que a veces parecen ignorar ese fracaso histórico fundamental y que muy a menudo niegan procurarse los medios intelectuales para superarlo…
…Lo que me interesa es tratar de contribuir, modestamente, a determinar los modos de organización social, las instituciones y las políticas públicas más apropiadas que permitan instaurar real y eficazmente una sociedad justa, todo ello en el marco de un Estado de derecho, cuyas reglas se conocen por adelantado y se aplican a todos, y que pueden ser democráticamente debatidas”[13] .
La preocupación básica de Piketty es la desigualdad y concentración de riqueza creciente en el capitalismo occidental, algo que supongo comparten quienes, como da Silveira, se inspiran en el Rawls de Justicia como equidad. La tendencia creciente a la desigualdad expresada en una fórmula que muestra Piketty es r>g  (siendo r la tasa de retorno del capital y g la tasa de crecimiento de la economía) “que intuitivamente establece que si el retorno del capital es mayor que la tasa de crecimiento de la economía, entonces el capital va a tender a tener una mayor participación en el producto conforme pasa el tiempo empeorando seriamente la distribución la riqueza (y por su intermedio la del ingreso)”[14] .
Da Silveira visualiza en Marx a un “cientista social con algunos puntos de vista valiosos” y ejemplifica con su texto de  relato histórico El 18 Brumario de Luis Bonaparte, “y sobre todo un intelectual que fue muy exitoso en la construcción de puentes entre su propio pensamiento y la acción política (la Primera Internacional, con todas sus fragilidades y conflictos internos, sigue siendo un logro)” (p 84). Es más acertado que lo que podría decir la mayoría de su Partido. Puedo agregar alguna extensión breve a su elogio, con muchas disculpas. Marx fue también un rebelde redactor de un Manifiesto Comunista con su inolvidable fantasma que recorría Europa, reaccionando ante las injusticias e inequidades que visualizó en su tiempo de capitalismo salvaje y colonial, un político internacionalista de su tiempo, entrevió correctamente algunas tendencias concentradoras,  equivocó en otras predicciones y leyes que formuló, fue occidentalista radical, apenas estudió sobre Africa, América Latina y Asia, relator lúcido de circunstancias como La lucha de clases en Francia, investigador económico limitado por los escasos datos disponibles en la Biblioteca del Museo Británico de Londres, adoptó con muchas más precauciones que Engels a una dialéctica inspirada en Hegel, filosóficamente determinista en obras, indeterminista en otras, con seguidores sumamente diversos que derivaron hacia la Segunda Internacional y la Tercera Internacional, tan diferentes. Su nombre quedó asociado a manuales estatales ideológicos peligrosos y olvidables, así como la Biblia - producto de redacción eclesiástica - quedó asociada a un grupo de pescadores, su maestro y a relatos hebreos. Su pronóstico de que la revolución socialista se iba a producir en el capitalismo desarrollado de Europa erró de tal manera que la primera revolución con ese nombre se produjo en el menos desarrollado, la Rusia zarista, y no en Alemania o Inglaterra, sus candidatas. No existirá texto de historia, que pueda evitar mencionarlo. Hoy no tiene sentido autodenominarse “marxista”, dado el desarrollo de los saberes alcanzados que hacen incompleto a cualquier sistema teórico, y de igual manera no tiene sentido dejar de leer a Marx y otras propuestas con aires de familia, ni dejar de recoger guías teóricas, experiencias e intuiciones surgidos del fantasma que aún recorre el mundo. Y lo mismo con la denominación “gramsciano”

 

Mujica y los ricos

Dice da Silveira: “la izquierda europea también admira y aplaude a José Mujica… pero ningún país europeo hubiera tolerado los niveles de improvisación y desconocimiento del orden jurídico que campearon en su gobierno” (p 105). Más allá de mis discrepancias viejas ya suficientemente registradas y molestias presentes, es seguro que los libros de historia hablarán del Pepe Mujica como el que donaba la mayor parte de sus ingresos oficiales para obras sociales críticas, descartando a la riqueza personal como un valor. La irritada agresividad personal de este artículo de da Silveira para con supuestos “niños ricos” europeos que admiran a Mujica, puede ser risueña y psicológicamente comentada colocando un espejo frente al autor, para eventualmente preguntarle – no es importante esto y puede ignorarse esta pregunta sin rencores – si algún día siguió el camino de un niño rico.
En lugar de irritarse, un intelectual ciudadano podría aprovechar la oportunidad y ocuparse técnicamente y con detenimiento de la famosa frase de Mujica “como te digo una cosa te digo la otra”, según una ausencia de códigos binarios, y una epistemología que puede ser interpretada como concibiendo a un evento cualquiera – sin necesidad de ir a un extremo reduccionismo físico cuántico – con al menos dos o más interpretaciones, entre las cuales podrá elegirse una como la mejor o mantener la duda y estudiar más. Carlos Vaz Ferreira, quien no figura en los altares selectivos de da Silveira, en su Lógica viva y Moral para intelectuales no deja pasar este tipo de oportunidades democráticas e importantes para aportar diálogo de la sociedad consigo misma. La filosofía excluyente de “una cosa o la otra” ni siquiera merece ser denominada liberal en su acepción más débil y tolerante.

 

Hannah Arendt

Estoy de acuerdo con da Silveira en que fue una mujer valiente (p 171). Sus obras “Los orígenes del totalitarismo” “Sobre la revolución” donde jerarquiza la revolución norteamericana sobre la francesa son de gran interés para la izquierda democrática contemporánea, la que ha superado los traumas del Estado soviético y el jacobinismo ilustrado.
Ahora bien, si se trae a la obra de Arendt, su  Eichmann en Jerusalén tal vez fue su opus más valiente: le valió un muy grueso rechazo personal e intelectual proveniente desde la colectividad judía y más que nada sionista. Aquí en el Uruguay esa obra de Arendt ofrece el pie para considerar la conducta de los ejecutores de política dictatorial, temática que ya se anotó que da Silveira elige evitar. En particular, la conducta – no única ni patentada - de la figura paradigmática de José Gavazzo,  de puede concluirse que no  era un burócrata sin reflexión moral, sino un militante obediente y moralmente  justificador de sus obras y además operador en inteligencia. Arendt nos dice que el mal puede ser banal, que un organizador de transportes de humanos hacia Auschwitz como Eichmann puede enorgullecerse de ser eficiente con sus trenes puntuales, así como un Ministro de escuela liberal puede enorgullecerse de ser un eficiente ajustador de cuentas del Estado, aunque mande con ello a miles de personas a la indigencia, mientras espera un eventual efecto derrame de un eventual crecimiento económico.

 

¡Por la Iglesia Católica!

De la literatura publicada en Escrito en la arena, no me parece que haya un artículo más claramente escrito por un intelectual de bando explícito que “¡Por San Patricio!”[15] . Allí se lee: “Hay muchas cosas feas que pueden decirse de la Iglesia Católica. Muchas de ellas son verdad y otras no. Pero la menos cierta de todas es la idea, ampliamente divulgada por los ilustrados del siglo XVIII, de que la iglesia Católica fue a lo largo de los siglos un aliado histórico del oscurantismo. La verdad es más bien lo contrario” y anota allí las contribuciones de los monjes copistas que, “abiertos de mente y alejados de las jerarquías romanas” glosaron y copiaron lo que sobrevivía de la antigüedad clásica.
“La verdad es más bien lo contrario”, demuestra una vez más que da Silveira no comparte la  lógica viva de Vaz Ferreira. El remate de la nota menciona a Nicolás Copérnico, relevante estudioso de la astronomía heliocéntrica griega que lo inspira el que replanteó ese heliocentrismo en su tiempo con otras bases. Copérnico dedicó su libro De revolutionbus orbium coelestium a la Iglesia Católica (publicado por las dudas pensando en su salud, recién en el mismo año que muere), argumentando que le serviría a la Iglesia para una mejor definición del calendario. Da Silveira coloca discutiblemente al “monje” Copérnico por encima de Galileo “mucho más importante que Galileo en la renovación del conocimiento astronómico”. Sin entrar a discutir aquí la escala valorativa científica del “monje”, también vale recordar el juicio al que fue sometido Galileo por parte de los tribunales de la Iglesia por haber expuesto sus descubrimientos en vida.
Desde la Iglesia católica, a despecho nuevamente de Roma, en América Latina surgieron teologías al servicio de los pobres que recibieron rechazo rotundo de la Institución romana, con expulsiones y más. Después, se matizaron las diferencias, se pidieron disculpas, etcétera, pero es un buen capítulo a incluir en las historias de la Iglesia católica. Otro tema más contemporáneo que merecería un tratamiento desde la filosofía política es el rechazo de la Iglesia Católica institucional de los derechos reproductivos y sociales de las mujeres. Tal vez ese estudio podría explicar por qué tantas mujeres jóvenes sienten un rechazo visceral y a veces violento ante los símbolos de la madre virgen de Jesús de Nazaret, o el rechazo tan extendido a considerar al histórico, moral, producto literario institucional Biblia como un “libro sagrado”.
En resumen, lo que quiero decir es que la historia de la Iglesia Católica es compleja, como admite da Silveira. Si otros la cuentan simplistamente, es mejor no imitarlos, cosa que no ayudaría a un mejor conocimiento ciudadano. Dicho de  manera contemporánea: la Iglesia católica, en su diversidad compleja, con sus copistas e investigadores científicos casuales debería preguntarse cuál es su aporte intelectual novedoso, moral o científico, en los siglos más recientes y por qué surgen los Federico Fellini y tantas mujeres que le apedrean las catedrales.

 

El final de la selección: para estudiantes que egresan

El libro termina con un discurso del autor en una ceremonia de egreso de Educación Secundaria en un colegio religioso.
En un artículo anterior que denominó Libertad política, libertad económica, había sostenido que “Haber recibido una formación que nos ponga en condiciones de obtener nuestro propio sustento es una condición para poder actuar con independencia. E impedir que alguien desarrolle esas capacidades es una manera de mantenerlo bajo control”. Sigue luego: “Por eso, preparar a los miembros de las nuevas generaciones para que puedan actuar como agentes económicos independientes no es únicamente una condición para la eficiencia económica, sino también una exigencia política. No se trata solamente de ponerlos en condiciones de generar los recursos para poner en práctica sus planes de vida, sino también de que puedan ejercer ciudadanía” (pp 56-57)
La imagen ciudadana que convoca, si no entiendo mal, es la de una ciudad de los productores independientes, y allí la independencia económica sería como una condición necesaria para ejercer ciudadanía. En la ceremonia de egreso aclara más su idea y le dice a su público joven: “el primer deber de solidaridad… es intentar no volvernos una carga para los demás”… “si Ustedes se convierten en buenos profesionales, buenos empresarios, buenos científicos, buenos comerciantes, o lo que elijan, van a ser motores para el mejoramiento de la vida de todos, en lugar de convertirse en una carga que caiga sobre los hombros de los demás”.
Es un intelectual para el bando del empresariado independiente.║

Agradezco comentarios de Graciela Gómez Palacios y José Miguel Busquets


[1] Editorial Planeta, Montevideo, abril 2019.

[2] Complicar y simplificar no son un mérito necesariamente, ninguna de las dos acciones, partiendo del acuerdo ya establecido de que la idea es enriquecer el diálogo que la sociedad mantiene consigo misma. Una simplificación, y cuando es burda peor, empobrece ese diálogo.

[4] Dice Rorty razonando para lograr una mejor deliberación con el mundo no-occidental: “si nos deshiciéramos de la idea de las obligaciones morales universales como impuestas por nuestra  pertenencia a la especie humana y en su lugar colocáramos la idea de construir una comunidad de confianza entre nosotros y los demás, tal vez estaríamos en una mejor posición para convencer a los miembros de sociedades no-occidentales de las ventajas que acarrea la integración en una tal comunidad. De este modo probablemente seríamos más capaces de construir el tipo de comunidad global que Rawls describe en El derecho de gentes (1996). Con esta propuesta, como ya en anteriores ocasiones, quiero insistir en que deberíamos separar el liberalismo ilustrado de su racionalismo” en Justice as a larger loyalty, University of Hawaii Press, 1997 (hay una traducción al castellano Justicia como libertad ampliada, Gedisa, Barcelona, 2002)

[5] Thomas Nagel, mencionado por da Silveira como convergente con su visión contractualista individual según la independencia moral, señala no tan convergentemente tres fuentes de desigualdad, ajenas a la voluntad individual: las discriminaciones de raza y género y otras, la clase social y los talentos. Ver Nagel, Mortal questions y Equality and Partiality.

[6] Descarto que da Silveira le adjudique a la mayor parte de los partidos y coaliciones contemporáneas que siguen tradiciones de izquierda el sostener el marco teórico de la tercera internacional durante los años treinta y cuarenta del siglo veinte.

[7] Rutger Bregman, en su libro Utopía para realistas, a favor de la renta básica universal, la semana laboral de 15 horas y un mundo sin fronteras, Salamandra, Barcelona, 2017, hace un relato interesante del desarrollo de la sociedad Mont Pèlerin. Resumo, siguiendo además otras fuentes y extracto de su capítulo Combatientes de la resistencia capitalista (p 224 y ss): “Lo que nos hace falta es una Utopía liberal” decía F. H. Hayek en 1949 en su Intelectuales y socialismo. En 1947 se reunieron unos cuarenta intelectuales en un pueblo suizo llamado Mont Pèlerin iniciando la sociedad de ese nombre. “Por supuesto, hoy queda muy poca gente que no sea socialista”  y debemos plantearnos “una labor política que no difiere de otras” decía Hayek.
La Sociedad desarrolló una infraestructura transnacional, redes de expertos como el Instituto de Asuntos Económicos y el Instituto Adam Smith en el Reino Unido, publicaciones, seminarios y lobbies de todo tipo y color. Hay autores como Jamie Peck (Constructions of neliberal reason, Oxford University Press, 2010) que describen su acción como una “guerra de posiciones” en la lucha de ideas, con estrategia a largo plazo. Milton Friedman asumió la presidencia de la Sociedad en la década del 70. Dice Bregman: “No había ningún problema del que Friedman no culpara al gobierno. Y en todos los casos la solución era el libre mercado. ¿Desempleo? Suprimir el salario mínimo ¿Desastre natural? Poner la empresa privada a organizar la ayuda de emergencia ¿Escuelas deficientes? Privatizar la educación…”. Friedman el liberal fue  asesor económico de Barry Goldwater, opositor duro al estado de bienestar propuesto por F.D. Roosevelt y se entrevistó con Pinochet, aclarando luego que fue por curiosidad intelectual. Una de las influencias institucionales de la Sociedad Mont Pèlerin fue la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, formada precisamente a mediados del siglo 20 y donde fue docente Friedman.

[8] Una obra con interés al respecto es la de José M. Aricó, La cola del diablo, itinerario de Gramsci en América Latina, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2005.

[9] Ibidem Aricó, p 176

[10] Portantiero, quien fue luego Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, prologa el libro de Raúl Alfonsín, Memoria Política, Transición a la democracia y derechos humanos, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004, y allí concluye: “Por fin, vaya una consideración personal. Muchos de quienes componen mi generación descubrieron a partir del proceso iniciado en 1983, conmovidos por el rezo laico del Preámbulo, el valor de la democracia y del estado de Derecho que hasta entonces habíamos despreciado en nombre de otros ideales, sin advertir que no tenían por qué ser mutuamente excluyentes. Fuimos hijos de la violencia y de la ilegalidad argentinas; en ella nos nutrimos y a ellas servimos hasta que el horror de la dictadura y del terrorismo de Estado, las prisiones, las muertes y los exilios nos mostraron definitivamente el largo rostro cruel de nuestra historia y la necesidad de articular las viejas banderas sociales con los nuevos aires que a ellas podía proporcionarles la democracia. Más allá de consideraciones coyunturales, de comprensibles discrepancias sobre asuntos puntuales, de juicios que ya remiten al análisis histórico, sería imposible no reconocer en ese logro una enorme deuda con Raúl Alfonsín” (p 15).

[11] Dice da Silveira “la diferencia fundamental entre un liberal y un neoliberal… (ejemplifica) Adam Smith nunca hubiera apoyado a Pinochet” (p 59) deseando distanciarse de la etiqueta neoliberal. No interesa demasiado para este comentarista esa distinción en este momento, le basta que da Silveira se defina como liberal y aprecia que rechace a Pinochet. Puedo intentar resumir la distinción como que los neoliberales no rechazan tan enfáticamente como los liberales a la intervención del Estado sino que tejen una estrategia conjunta que lo incluye más allá de servicios básicos o salvataje por accidentes, y desde luego en salvatajes por quiebras de bancos, financieras, promoción de industrias estratégicas como las armamentistas, etc. No queda claro según la selección temática del libro comentado el grado de intervención estatal económica que podría aceptar da Silveira, es decir, si se aleja o se aproxima a la familia neoliberal.

[12] El libro de Claudio Paolillo sobre Jorge Batlle pinta esta situación de la mejor manera, sin que el autor se dé cabalmente cuenta de la presencia decisiva de la asamblea financiera. Claudio Paolillo, Con los días contados, Colección Búsqueda, Editorial Fin de Siglo, Montevideo, 2004.
Ver comentario en  https://www.librevista.com/buscar-y-contar-es-bueno.html   

[13] Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2014, (p 46).

[14] https://www.librevista.com/la-direccion-de-las-baterias-web.html El autor es el economista Mauricio De Rosa.

[15] Luego de haber sostenido una suerte de laica teoría contractual social, antifuncionista, sin Dios.

 

 

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