El mal estado de los Estados y la legítima defensa popular

x Leo Harari

I. ¿Cuál es el problema?

Estamos enfrentados a desafíos climáticos, sanitarios, políticos, tecnológicos y sociales que dejan en evidencia la insuficiencia del Estado nacional para resolverlos. Vivimos cambios históricos que afectan a todo el planeta y la comprensión de lo que sucede, las narrativas que lo explican, la emergencia de corrientes que se apoyan en uno u otro de los cambios no sucede de manera simultánea u ordenada. Incluso es difícil, estando en medio de ellos, poder analizarlos. Sin embargo, algunas cosas van quedando claras.

Lo que va quedando atrás -sin que esto signifique que desaparece o que su fin sea inevitable- tiene una fecha precisa de comienzo: el año 1648 cuando se firmaron los tratados conocidos como la Paz de Westfalia. Desde entonces la unidad política reconocida para las relaciones internacionales es el Estado, entendido como una unidad territorial sometida a una sola soberanía. Tan exitosa ha sido esa solución que escaso es el debate sobre la vigencia del Estado. Sin embargo, el Estado tal como lo concebimos hoy, no es parte de la solución sino parte del problema.

La primera condición del Estado es el territorio, donde define sus fronteras e impone su soberanía. La acumulación actual de crisis que conciernen las fronteras es notable. El cambio climático ignora las fronteras; los virus no paran en las fronteras; la inmigración desafía las fronteras; un sector del extremismo islámico quiere hacer nuevas fronteras mientras que otro solo diferencia entre creyentes e infieles, sin importarles las fronteras. La cyberguerra y el capital circulan por el globo en nanosegundos, así como la información y las mentiras, esponsorizados por algunos Estados o por intereses particulares, legales e ilegales. Para ellos las fronteras son transparentes.

Sin embargo, seguimos contando con los Estados para enfrentar innumerables crisis que sobrepasan sus territorios. Para eso se ha creado las Naciones Unidas, el G7 y G20 y tantas otras formas de organización donde los Estados - o mejor dicho los gobiernos que los representan - hablan, discuten, negocian, intentan resolver los problemas transnacionales. En las últimas décadas una visión economicista y limitada de la sociedad ha sacrificado el espacio del Estado, disminuyendo su papel por todos los medios posibles. Otros elementos también los fragilizan. Por ejemplo, el efecto de inseguridad que producen los cambios de políticas de los gobiernos. Un acto electoral o un golpe de Estado puede tener como consecuencia el incumplimiento o la retirada de un país de sus compromisos internacionales, como vimos con la anterior administración norteamericana. Otro ejemplo es la existencia de poderes fácticos como las grandes empresas multinacionales, o los megafondos financieros que pueden superar al poder real de un gobierno, o algunos movimientos religiosos, o la criminalidad organizada. Otros aún, de tipo tecnológico, como las redes sociales y otros medios de comunicación horizontal son capaces de llegar rápidamente y sin filtros a millones de personas.

En síntesis: disminuyó el poder real de los Estados mientras proliferan desafíos que son amenazas globales, poderes fácticos disputan los espacios políticos, se multiplican fenómenos tecnológicos que están afuera de las soberanías nacionales.

 

II. El problema no está en la globalización. Está en la globalidad.

El problema no está en la globalización. Está en la globalidad de los problemas que hay que enfrentar y para los cuales solo tenemos como medios planetarios organismos internacionales que están constituidos por Estados que como vimos son cada vez menos fuertes. ¿Por qué son necesarios laboriosos acuerdos y consensos entre doscientos (200) países para luchar contra un virus que se pasea por todas partes? ¿O para enfrentar el cambio climático? ¿Quién manda? ¿Cómo se pueden imponer medidas globales que son indispensables según el estado actual de los conocimientos, pero contrarias a poderosos intereses particulares? La humanidad no tiene un solo Estado que la represente y la defienda, tiene doscientos (200), con poderes e intereses diferentes y a veces antagónicos.

Ahí tenemos una de las paradojas más grandes: el interés humano frente al cambio climático o a la salud, es decir a la supervivencia, es el mismo para todos porque todos somos seres biológicos. Pero el interés nacional puede ser antagónico, ya sea porque la producción de carbón o los bosques dan más beneficio cortándolos que cuidándolos. Los gobiernos eligen el carbón y la madera alegando que así es “mejor para su economía y por lo tanto para su sociedad”, o simplemente porque representan intereses egoístas de un pequeño grupo a costa de una parte de su sociedad y la de los otros países. 

¿Tenemos más opciones que los pasajeros del Titanic?

El Titanic como metáfora ilustra bien nuestras opciones. Aquellos pasajeros y tripulantes que creyeron en el poder del navío porque tenía la mejor tecnología de la época, se hundieron con el barco. Algunos se resignaron, intentando gozar de sus privilegios hasta el último momento y se refugiaron en el más lujoso salón, brandy en las copas, donde una orquesta de cámara tocaba ignorando la realidad. Ellos se hundieron con el barco, junto a los que se quedaron en la capilla, rezando. Otros, desesperados por vivir arrasaron, atropellaron, empujaron para llegar a los pocos objetos que flotaban. Casi todos murieron por hipotermia o ahogados, muy pocos fueron rescatados.
Algunos tuvieron la solidaridad de los más serenos y subieron a los insuficientes botes salvavidas.
Eran dos mil doscientas ocho (2.208) personas a bordo. La rápida llegada del transatlántico Carpathia logró salvar setecientos doce (712) personas. Esta última opción, no la tenemos. No hay un planeta Carpathia en las inmediaciones que pueda venir al rescate.

Tenemos menos opciones disponibles que los pasajeros del Titanic.

 

III. ¿Dónde están los botes salvavidas?

¿Qué hacer? ¿Cómo hacer? Siempre hay innumerables ideas sobre qué “hay que hacer”, pero pocas propuestas de “cómo hacerlo”. Decir “qué hacer” implica un gran coraje intelectual, porque frente a desafíos del tamaño de lo que enfrentamos las soluciones no pueden ser mesuradas, no tienen muchos antecedentes, pueden parecen imposibles. Y sobre todo, no tienen el éxito asegurado. Exigen de todos nosotros un nivel de apertura de espíritu, valentía y solidaridad a la que no estamos cotidianamente habituados.

¿Qué hacer?:

 

¿Cómo hacer?

Se impone un cambio en la manera de definirnos a nosotros mismos y pasar a la acción. No somos Homo Sapiens, Ni Homo Economicus. Somos seres biológicos. La parte más esencial que nos define es la vida. Es lo único que radicalmente tiene sentido. Estamos vivos o muertos. Luego podemos estar más o menos sanos, ser más o menos ricos o felices. Pero no podemos estar más o menos muertos. O una cosa o la otra. Los que ponen la economía primero, el poder primero, los discursos místicos o políticos primero están perdiendo el tiempo y no responden a los desafíos globales.

La acción se rige por dos principios:

 

El "¿cómo hacer?" se define como a) una acción de legítima defensa b) una lucha ideológica c) un combate radical. 
  
Por ejemplo:

Suena a utopía y a ficción. Parece imposible una sublevación global por la vida contra tantas fuerzas, entre ellas la fuerza de la costumbre, de la sumisión, del oscurantismo, de las instituciones creadas para defender intereses particulares. A medida que los daños del cambio climático vayan superando nuestra capacidad de mitigar los efectos surgirán profetas y dictadores con soluciones milagro que no lograrán nada. Los más poderosos buscarán escondites y esperarán estar a salvo. Algunos creerán que alienígenas vendrán a salvarnos a último momento. Templos de todas las creencias estarán llenos de fieles más o menos desesperados. Lo más probable es que nos hundamos con el Titanic y quizá, si con suerte se salvan algunos, será en una proporción menor que la del barco. Es probable que surjan manifestaciones, llenas de temor y de furia que se reprimirán salvajemente. Quizá de ellos, luchando con todos los medios posibles, pueda decirse algún día, como dijo Jean Cocteau: “pudieron, porque no sabían que era imposible”║

www.librevista.com número 46

 

 

 

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