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nº 66, noviembre 2025

Premio librevista de ensayo 2025
“Desde América se habla”

Visión periférica: nunca ha sido solo fútbol

x Matías Escobar Ponce[1]

@matias.escobar.ponce


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Este ejemplo nos permite ver cómo está vinculada la intuición poética
a la concepción científica y nos explica, en parte, lo que Galileo llamaba
experiencias intelectuales.
Ciencia y poesía se unen en lo más alto a que puede aspirar el hombre

Juan Gómez Millas

El fútbol es un juego que se juega principalmente con la cabeza

Johan Cruyff


Ilustración de Flavia Mauro, @flaviamauro77

Este ensayo es un remanente, un residuo teórico-práctico de un profesional de las ciencias sociales y las políticas públicas, que es amante del fútbol. Está dividido en dos partes: la primera, trata sobre cómo ciertos elementos teóricos del balompié bien podrían aplicarse como ejercicio de traducción para una teoría del conocimiento como de la gestión de proyectos. Y una segunda parte donde, a partir de lo que es el famoso “tercer tiempo”, encontramos un ejemplo concreto en el que el fútbol asoma como experiencia estética.
En relación a lo primero, hay una cita de Jean Paul Sartre en que el filósofo señala que la vida es una metáfora del fútbol. Ojo: “la vida una metáfora del fútbol”. No al revés. Esto es, que podemos entender la vida a partir de los mismos conceptos que necesitamos para jugar a la pelota. Nos detendremos, brevemente, en un par de conceptos para desarrollar eso que Sartre dejó inconcluso.
En cuanto a lo segundo, mucho se ha dicho que “el fútbol es el opio del pueblo”. Marx nunca jugó a la pelota. Por una cuestión evidentemente material. Pero: ¿Qué habría dicho del hincha de San Lorenzo que fue nombrado Papa de la iglesia católica? ¿De que, ante la nueva arremetida de la ultraderecha, hayan sido las barras de los clubes argentinos las que dieran la cara por los jubilados? O que, ¿en cientos de estadios en el mundo, se han dado señales de resistencia y rechazo al genocidio en Gaza que rozan con el antiimperialismo?
Hay muchas formas en las que se podría argumentar que el fútbol no es sólo opio. Quizá, la más potente, sería cómo don Clotario Blest se valió del deporte para unir a la clase obrera de su época y fundar en Chile la Asociación Nacional de Empleados Fiscales (ANEF). Gremio que hasta hoy aglutina a los empleados públicos del país. Pero eso ya está narrado, y prefiero acceder a un evento más cotidiano como muestra de que el fútbol puede ser experiencia estética, vinculada a la vida cotidiana de los barrios chilenos pero que, estoy seguro, podría ser la historia de cualquier barrio latinoamericano.

No deja de ser menos importante señalar que, quien escribe, ha visto y vivido en carne propia todo lo que aquí se sistematiza teóricamente; por lo tanto, doy fe de que lo expuesto en estas líneas, funciona en la práctica. De hecho, a lo largo de mi trabajo con organizaciones sociales, el utilizar frases como “no vamos a poner a Messi a jugar al arco”, o “no pueden jugar los once adelante ni los once atrás”, han sido metáforas que han facilitado la comunicación con estos grupos. Organizaciones, que, por lo demás, han llegado a puerto en sus objetivos, como las tres mil familias de la periferia sur santiaguina que lograron solución habitacional.

 

Visión periférica

Partamos por el principio: los fundamentos filosóficos para jugar a la pelota. Hay un concepto fundamental para todo iniciado en el juego del balompié: “la visión periférica”. Esto es: no puedes pretender jugar a la pelota mirándola solo a ella. Debes ser capaz de conducir el balón de manera natural, casi automática, logrando a su vez atender a lo que está pasando en el campo de juego.
Esta capacidad, que puede encerrar una complejidad brutal en sí misma para un iniciado, vista desde una óptica que asciende desde una formulación abstracta a una más concreta, es una función sumamente básica o simple para poder realizar otras operaciones más complejas aún que permiten el proceso de jugar a la pelota, como, por ejemplo, lanzar un pase de treinta metros, acelerar con el balón, darle un pase a un compañero o un pase en profundidad. Lograr regatear, amagar o chutear al arco. Si no sabes lo más simple ─conducir el balón mientras lees el campo de juego─, no podrás hacer lo más complejo: jugar a la pelota, hacer goles y ganar un partido. Así funciona también el lenguaje, si no conozco las palabras, ni las reglas sintácticas, no me puedo comunicar.

La ciencia hoy nos dice: “no puedes comprender cómo funciona el árbol, si no sabes cómo se comporta en relación con el bosque”. Marx reflexionó en los Grundrisse: es más fácil conocer el todo en su conjunto antes que las partes de manera aislada. Y hoy, por distintos caminos, las llamadas “teorías de la complejidad”, señalan lo mismo: que la realidad social es una interrelación de todos y partes, que un cambio en lo micro puede generar un cambio en lo macro o que la vida es una organización de sistemas y subsistemas que se interpolan o subyacen unos a otros, como ha estudiado el sociólogo Manuel Vivanco.
La “visión periférica”, no es más que la perspectiva hegeliana de una totalidad orgánica que se despliega históricamente y a la que Marx le dio una base material. Los distintos subsistemas o engranajes, el arquero, la defensa, el medio campo y el ataque, se relacionan con una serie de funciones complejas a la interna de cada subsistema y entre los mismos sistemas. Todas esas funciones complejas, para cumplir dos funciones estructurantes más sencillas: hacer goles y que no te hagan goles. Todo esto, unido a un objetivo común que le da continuidad a todo el sistema: ganar un partido.

Lo que se ha demostrado hoy es que, básicamente, todos los campos del conocimiento científico funcionan de la misma manera. Partes de un todo, conectadas por funciones sencillas y complejas, abstractas y concretas, mediadas por reglas de comportamiento que las hacen ser lo que son y no otra cosa. Así se aplica entonces la complejidad en las más diversas disciplinas: en el lenguaje, la biología, la química, la física, la informática, la robótica, la ingeniería, la sociología, la filosofía, a lo menos.

 

Actitud y aptitud

Un segundo tándem de conceptos futbolísticos, el de la actitud y la aptitud, nos sirven como espejo de ciertas nociones básicas de la teoría del conocimiento. En el fútbol, enseñan que la actitud, tiene que ver con la disposición con la que entro al campo de juego. ¿Entro con ganas o no? ¿Me gusta jugar a la pelota o prefiero hacer otra cosa? ¿Me interesa lo que ocurre en el campo de juego y tengo la capacidad de mantener mi enfoque y concentración? Mientras que la aptitud, refiere a las capacidades o habilidades técnicas, que bien pueden ser innatas en un jugador, pero que más allá de si viene o no con el don, deben trabajarse para desarrollarse. En otras palabras, nadie nace sabiendo pegarle a la pelota, ni sabiendo cabecear o regatear, son todas habilidades que se entrenan.
Jürgen Habermas dedicó una obra completa a desentrañar cómo se vinculan los conceptos de interés y conocimiento. Interés, podríamos decir que es el espejo de la actitud. Mientras que el conocimiento, es el espejo de la aptitud. Ambas cosas deben existir y relacionarse para desarrollar una técnica y, eventualmente, adquirir conceptos, términos o habilidades que sean útiles para lo que sea que se quiera realizar: ganar un partido o producir conocimiento.
Hoy por hoy, cualquier epistemólogo aceptaría esto. Lo mismo podríamos decir desde las teorías del aprendizaje; ya desde Piaget a Freire, quienes plantean que el papel de las emociones, de las pasiones, es fundamental para desarrollar cualquier tipo de habilidad. Por ello, nunca podremos forzar a Alexis Sánchez a jugar de defensa, aunque sea uno de los jugadores que mejor expresa que ese puesto en la cancha es fruto de un proceso dialéctico que no debe delegarse únicamente a los defensores, sino que debe partir desde los atacantes. Actitud y aptitud, interés y conocimiento, nos devuelven de esta forma a la perspectiva orgánica o de totalidad. Se aplican mejor en cuanto hay visión periférica y leemos el juego de manera completa, en toda su totalidad. “La mejor defensa, es un buen ataque”.

 

Agresividad y violencia

Finalmente, está el tándem agresividad y violencia. Aspectos clave que deben ser diferenciados para jugar a un buen ritmo, pero sin que nos expulsen jugadores. Ahora bien, estos conceptos suelen confundirse. Ambos comparten la fuerza, determinación, vehemencia y enfoque. Pero jugando a la pelota, te lo explican muy en simple: agresividad es todo esto último, pero yendo al balón; mientras que violencia, es todo lo que comparten, pero yendo al jugador. Lo que nos importa, cuando jugamos a la pelota, es justamente la pelota. Que no se mancha, como dijera Maradona.
Esto bien puede entenderse en la teoría del conocimiento como que “hay que separar la paja del trigo”; es decir, comprender que hay funciones primarias o estructurantes y hay otras secundarias, coyunturales o funcionales. Quizá, lo más aceptado desde los sistemas complejos, así como de la propia naturaleza de la vida humana, es que los sistemas funcionan con centros y periferias. Si tuviéramos un sistema nervioso horizontal, difícilmente podríamos caminar.
Siguiendo la analogía para los procesos sociales, esta diferencia entre agresividad y violencia, funciona no solo para la teoría del conocimiento, sino que también como proyección hacia la negociación colectiva o la gestión de proyectos. Si voy donde mi jefe, a recalcarle lo explotador que es, por más que tenga razón y quizá lo sea, va a quitar el foco de los objetivos de la negociación colectiva que deseo para mi organización. Así mismo, si una organización no tiene claro cuáles son sus objetivos, con qué pelota está jugando, se puede perder en cualquier otra distracción que haya en el campo de juego, como enfocarse en patear al rival antes que armar el juego propio.
Se cierra así un círculo. Agresividad y violencia, se vinculan directamente a actitud y aptitud, como a la visión periférica. De estas combinaciones de elementos simplificados o abstractos, emerge algo fundamental, complejo y concreto para cualquier partido de fútbol, proyecto de investigación o proceso social: tener proyecto propio. Porque sí, claro, es importante conocer al enemigo, el arte de la guerra lo señala hace dos mil años. Pero no basta con eso y si no sabemos qué queremos hacer o cómo lo queremos hacer, con qué pasiones y habilidades contamos para realizar nuestros objetivos, no podremos ganar el partido, ni producir un conocimiento nuevo, ni lograr la solución habitacional.

 

Estéticas pichangueras: sobre el tercer tiempo en Chile y Latinoamérica.

En Chile, una pichanga es una comida popular típica. Consiste en verduras escabechadas que se acompañan de piezas de queso y jamón también escabechados. Se vende todo junto, bien mezclado, generalmente en las carnicerías y, aunque a veces se come a la hora de la cena, no es que se coma todos los días, sino, sobre todo, cuando vienen amigos o familiares. Especialmente cuando hay asados.
Pero una pichanga, es también un partido de fútbol entre amigos[2] . Eso que en otros países de la región designan como un picadito, mezcladito o fulbito, recoge en la mixtura una concepción similar a porqué en Chile se le dice pichanga a jugar a la pelota con amigos. Y aunque, si bien no hay algún estudio que indique la relación, un partido en el barrio, entre amigos, es parecido a una pichanga. Llegan de todos lados. Medios escabechados. Todos con equipos diferentes, aunque predominen dos colores. Y si falta alguno, se reemplaza con algún otro. ¿será que, en algún momento de la historia, el partido de barrio, terminaba con una pichanga y por eso se puso ese nombre? No nos aventuraremos, solo sembraremos la duda.

Como sea, no es tanto la etimología lo que nos interesa. Nos interesa la pichanga, el fútbol de barrio, como experiencia estética. En su artículo Homo Aestheticus, donde Genaro Arias repasa la obra del profesor Fidel Sepúlveda, Arias señalará algunas cosas en relación al folklore que bien podrían aplicarse al picadito, mezcladito, fulbito o pichanga latinoamericana.
En primer lugar, hace una diferencia entre la estética clásica y la estética del folklore. La primera, estaría centrada en la relación entre el autor y el mundo. La segunda, entre la obra misma y los destinatarios. Si lo aplicáramos al fútbol, la estética clásica estaría en el periodismo deportivo. En los comentaristas del fútbol profesional. Ese fútbol que, para César Luis Menotti, perdió su pasión gracias al capitalismo. En un segundo lugar, la aplicación de esta concepción estética como folklore, podría desplegarse en el fútbol de barrio.
Para Arias y Sepúlveda, el folklore sería esa forma del arte en que lo sagrado y lo profano se unen para ayudar al ser humano a actualizar su sentido de vida. El folklore es una herramienta por medio de la cual el ser humano vuelve sobre sí mismo, encontrándose con otros en distintos espacios y tiempos. Una ciencia intuitiva, cotidiana, de uso común. En el folklore entonces se vuelve a reconocer la naturaleza espiritual del ser humano, que, por definición, y contra todo el monetarismo de la escuela austríaca, Axel Kaiser y Javier Milei, es una naturaleza social o “gregaria”, como apuntara Marx en La cuestión judía.

El fútbol de barrio como experiencia estética, entonces, nos vuelve a conectar con la naturaleza humana que se pierde en la técnica y el conocimiento especializado. Y en esta práctica, el tercer tiempo emerge como un rito secular que, por una parte, refuerza lo que señalamos (el fútbol como saber cotidiano y no especializado) y, por otra, se erige como momento que posibilita la actualización del rito mismo de jugar a la pelota.
Y es que, sin tercer tiempo, probablemente, jugar a la pelota no tendría sentido. A la vez que, sin tercer tiempo, se dificultaría la comunicación para que el rito vuelva a suceder la semana que viene. Porque es cierto, quienes hemos jugado a la pelota lo sabemos: juntarse a jugar es una excusa no solo para hacer deporte, sino también para lo que va a ocurrir después. Tan así que se bromea a quien no se queda después del partido si no tiene una razón de peso para no hacerlo. Como pudiera ser el ‘me están esperando en la casa’. Razón que nadie se atrevería a poner en duda. Hay límites en esto.
Este rito que ya no se sabe cuando empieza ni cuando termina, tiene varios momentos. Su origen está cuando termina el tercer tiempo del partido anterior. Las temporalidades se interpolan. El pasado y el futuro, en la cerveza, o esa cosita de más que se fuman en cualquier plaza, es donde empieza y termina todo. Ahí se acuerda si se mantiene la misma cancha y horario, o si surge otra pichanga contra el grupo de tal o cual.
Una vez está todo eso definido y acordado, van ocurriendo una serie de pasos como actos rituales en que lo que señalan Arias y Sepúlveda toma forma. En primer lugar, la llegada a la cancha no es una cuestión puramente individual. Es cierto, algunos llegan por su cuenta. Pero la mayoría lo hace de dos formas. Los que van en vehículo se ponen el acuerdo en algún punto. Y los que viven más cerca pasan a buscarse por pasajes.
Ya en ese camino comienza una vez más el rito. La necesidad de desconectar con la vorágine de la productividad laboral cede su espacio al encuentro de un jugador con otro. Y con eso, a todos los personajes que te puedes encontrar en el camino. Los familiares de otros amigos o los personajes mismos del barrio al que se pertenece. Todo eso junto a una serie de reflexiones que ponen al día en lo que está la vida de cada uno de los jugadores. Como un contrapunto para en ese ponerse al día, tener una perspectiva para lo que se está sufriendo o disfrutando en la vida de cada uno. Cómo le está yendo en el trabajo, cómo va su nuevo amor, cómo está la situación familiar o hacia dónde está yendo el mundo.

En la cancha están “el tío” o “la tía”. La persona que cuida la cancha y cobra. Cuando es feriado hay que avisarle con tiempo, porque se olvida. Da el agua para las duchas. Abre el candado de la puerta. Da y corta la luz. Observa el partido. Y da la bienvenida a todos aquellos no jugadores que llegan a ver el partido esperando el tercer tiempo. A todos aquellos comentaristas de barrio que le dan un brillo y color especial a lo que está sucediendo dentro de la cancha. Y que cuando es fútbol de cancha completa, en un fin de semana, ocurre con el sabor y calor especial de las familias, esposas, madres, hermanos, hermanas, hijos e hijas, que cuando la cosa es con asado, también se quedan al tercer tiempo.
Arias y Sepúlveda cierran sus reflexiones de manera elocuente para este ensayo. El recordatorio cotidiano de la cualidad espiritual y social del ser humano, se da en el folklore, sobre todo gracias al juego. El juego, es la herramienta por medio de la cual la técnica especializada, científica del arte, se socializa para habilitar la diferencia entre una estética clásica y una folklórica. Porque para jugar en el barrio no necesitas millones de dólares, ni entrenar cinco veces por semana, ni tener el mejor equipo deportivo. Tan así es la cosa, que generalmente se buscará hacer dos equipos lo más parejos posibles, para que el partido sea entretenido para ambos equipos.
Este juego popular, esta ciencia de lo cotidiano, bien es asociatividad, capacidad de asombro y gestión emocional. Por más que se lo demonice al fútbol de barrio, la luz y la sombra habitan cualquier espacio. No negaremos que hay espacios de oscuridad. Y que, a veces, se confunde agresividad con violencia. Pero, probablemente, la pichanga y el tercer tiempo, contienen o redireccionan más violencia que la que despliegan.

El tercer tiempo es un rito secular liberador. Es un acontecimiento. Un momento donde se cruzan temporalidades, espacios e historias cargadas de individualidad y colectividad. Es en ese tercer tiempo donde se pone de manifiesto la capacidad de asombro como experiencia estética de Arias: la celebración de la belleza de alguna jugada del partido, enterarse, darse cuenta de que algo está ocurriendo en el mundo o en la vida personal a partir del compartir. Gracias al juego, sigue la vida. Gracias al juego, a este folklore, la vida en el capitalismo, en las periferias latinoamericanas, sigue teniendo sentido.

 

Final de partido: terceros tiempos para el final de una era

Fútbol es ciencia y poesía. Es contrapunto que refleja las estructuras sociales y la vida cotidiana en el capitalismo. Por esto, y por su simpleza, ha sido una actividad para ricos y pobres, blancos y colorados, rotos y cuicos, chetos y chorros. Ciencia y poesía se unen en una actividad intuitiva y creativa mayor que, sobre todo conocen, quienes han sido capaces de amar la vida pese a toda la oscuridad: el juego.

Por medio del juego resistimos. Nos recordamos que somos humanos. Que no vale darlo todo en el trabajo. Que hay que darse momentos para disfrutar. Para gozar. Para compartir con los amigos y la familia. O para organizar la actividad tal o cual que pueda ayudar al vecino que está enfermo o a los jubilados. El juego es una actividad en que nos convertimos en ciudadanos iguales. Y, cuando se da como folklore, como estética del barrio, entonces se convierte en un rito que nos permite ya no solo resistir, sino tener proyecto propio, mirando los puntos de fuga con que la explotación, la rabia, la violencia y el dolor, pueden convertirse en enfoque, pasión, actitud y aptitud para la construcción de un mundo mejor. Aquí y ahora, sin tanta técnica. Aterrizando la ciencia con la visión periférica del mundo popular. ║

 

 

 

Palabras clave:

Matias Escobar Ponce
Premio 2025
Concurso 2025
Futbol
Visión periférica


[1] Soy un profesional de las ciencias sociales en políticas públicas y amante del fútbol. Chileno, de treinta y un años, politólogo, papá de Aurora, hincha de Colo Colo y del club Jorge Muñoz Pino (@clubjorgemunoz ) cuyo lema es “nunca ha sido solo fútbol”. Gracias al fútbol he hecho amistades en otros países como Uruguay y Argentina. 
Ex funcionario a nivel parlamentario y municipal.  Trabajé como asistente de investigación en Flacso Chile estudiando las relaciones de trabajo y salud mental, en el Programa de Educación Continua (PEC) de la Universidad de Chile, en la implementación de la Nueva Educación Pública, y para el Instituto Milenio Fundamento de Datos (IMFD) acerca de campañas políticas.
Como experiencias más significativas, participé en estudios acerca del crimen organizado en Santiago, publicados en el medio Ciper. y en proyectos de graduación sobre la misma temática en la Universidad Católica junto con el académico Juan Pablo Luna.
Anoto también una amplia participación en organizaciones comunitarias: comités de vivienda, comités de seguridad, grupos de jóvenes, asociaciones deportivas, culturales y medioambientales desde hace diez años.
Instagram: https://www.instagram.com/matias.escobar.ponce/
Instagram del club Jorge Muñoz Pino: https://www.instagram.com/clubjorgemunoz/

[2] Para una síntesis de las reglas de la pichanga de barrio: https://etimologias.dechile.net/?pichanga (noviembre 2025)

 

 

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