www.librevista.com nº 56, octubre 2023

Premio mención librevista de ensayo 2023

Por la muerte estoy vivo

Reseña y digresión del libro La muerte y sus ventajas[1]

x José Alejandro Arceo[2]

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Uno de nuestros grandes problemas no tiene tanto que ver con la muerte sino con la vida misma: mucho nos enseñan a quererla, cuidarla, mejorarla, prolongarla... y hemos perdido de vista que sin importar cuánto hagamos por ella, para ella y desde ella, de todos modos se nos acabará. Nadie se anima a enseñar cómo y cuándo morir, quizá porque algo así quedaría cerca del asesinato o del suicidio “inducido”. Sin embargo, la muerte ronda a todo ser humano, absorbiéndolo tarde o temprano, sin posibilidad alguna de escape; lo cual no equivale a sostener que todo lo vivo ha de morir: existen organismos unicelulares -amebas, bacterias y levaduras- inmortales pues, concluidos sus ciclos vitales, optan por dividirse en dos o más descendientes que seguirán sus propias existencias, volviendo a seccionarse en el momento propicio, y todo sin dejar “cadáveres” en el camino, sin pasar por alto que a entes como los mencionados podemos aniquilarlos mediante artificios: hirviendo los líquidos en donde habitan o recurriendo a antibióticos, solo por mencionar dos entre muchas otras posibilidades.

¿Verdades de Perogrullo? No. Cuando los sistemas sanitarios nacionales, la biotecnología, el capitalismo, los centros de investigación, la alimentación abundante, la educación masificada, en fin, cuando parecía que el progreso había reducido la muerte a una condición ineluctable pero cada vez más lejana, un elemento imperceptible a simple vista llegó para sacudir, nugatoriamente, a individuos y a buena parte de lo edificado en términos culturales, económicos, políticos, religiosos, etcétera. Semejante sacudida vino a recordarle a todo el mundo lo fácil cuan doloroso de morir a tasas que parecían inconcebibles en la tercera década del siglo XXI, como también lo mal preparados que estábamos para afrontar una pandemia. Imperceptible, al igual que contagioso y mortífero, el coronavirus SARS-CoV-2 cubrió de oscuridad a esta civilización nuestra. Menos mal que, así como no hay muerte sin vida (y viceversa), con la oscuridad ocurre algo semejante, pues su noción va siempre ligada a la de claridad, por muy tenue que esta sea.

Precisamente, como puntos de luz existen libros engrandecidos por su contexto, con independencia de cuántos lectores consigan. La magnificencia de una obra no se encuentra dada solamente por las críticas y las alabanzas, ni por sus ventas.

 

Un libro perdurable

La muerte y sus ventajas, escrito a dos manos por Fanny Blanck-Cereijido y Marcelino Cereijido, es uno de esos volúmenes. Muchas e inescamoteables virtudes posee, incluso desde su apotegma inicial –“tú morirás y en este libro trataremos de explicarte por qué y cómo”–, que funciona cual gancho capaz no solo de capturar la mirada, sino también de mantenerlo a uno ávido hasta el punto final. No era para menos gracias a esa dupla formada por una psicoanalista y un fisiólogo, grandes divulgadores de la ciencia porque redactan con la sencillez necesaria para impactar positivamente en quienes, como yo, carecen de grandes bagajes médicos o biológicos, contando nada más con la pasión por la lectura.

Ahora imaginemos una encuesta en la cual se le preguntase a las personas cuáles son las causas de que estén vivas. No faltaría quien le atribuyese su vida al designio divino. Tampoco alguien que, laicamente, enlistara como determinantes de su existencia al ejercicio físico, a la comida saludable, a la estabilidad emocional, etcétera. Más allá de tales supuestos siempre estará la muerte, que ha eliminado a nuestros ancestros a fin de darnos espacio en este planeta de recursos finitos; espacio que les dejaremos a otros, y ni siquiera precisaremos esfuerzo alguno en virtud de que la muerte, solita, se encargará de todo. Lo trabajoso es vivir. ¿Que la muerte no tiene sentido ni propósito intrínsecos? Muy cierto. El sentido y un propósito, al igual que a la vida, se los brindan quienes reflexionan sobre tales temas.

Ideas provocativas, vindicativas y explicativas abundan en el aquí reseñado Título número 156 de la colección La Ciencia para Todos, una de las más ambiciosas, mejor logradas y socialmente útiles creaciones del Fondo de Cultura Económica. Si la naturaleza obró con mucha sapiencia para crear y esparcir la vida –polinizando, lanzando feromonas e inventando el coito placentero entre los humanos, además de muchas otras providencias–, no menos audaces resultan sus estratagemas letales con las cuales permite que lo vivo perdure. Tiempo atrás pensaba que las cadenas tróficas y las enfermedades infecciosas constituían los únicos medios netamente naturales para asegurar que ninguna población pudiera crecer a tal punto que desbordara su propio ecosistema. Lo digo sin soslayar algunas ayudas sociales. Las infecciones constituyen buenos ejemplos simbióticos para beneficio de todo el planeta Tierra. La naturaleza pone los agentes patógenos, y nosotros, las condiciones para que puedan proliferar. Con la pandemia de covid-19 se demostró cabalmente: quienes lograron quedarse en casa, con recursos suficientes para no tener que salir diario a ganarse el sustento, tuvieron muchas menos probalidades de contagiarse. Esto es social y económico ayuntado con lo natural.

Ahora, gracias a Marcelino y a Fanny, conozco la apoptosis, o sea, el suicidio de ciertas células innecesarias o defectuosas. La apoptosis logra que desaparezcan las células que, unidas, formaban membranas entre los dedos fetales, o de lo contrario naceríamos con extremidades como de pato, dificultando a enormidades el trabajo manual y anulando esa ventaja evolutiva que el Homo sapiens tuvo en su mano de cinco dedos, con el pulgar asegurando el puño; ventaja que luego le permitió desarrollar habilidades cognitivas que convirtieron a su especie en la dominante. Si las células inútiles, porque han cumplido ya una función, han de autoinmolarse para permitirles el paso a células más jóvenes, destinadas a otras tareas, sucede también que cuando una célula se torna defectuosa, entonces la apoptosis igualmente acontece, o si no aquella crecería a un ritmo descontrolado, generando enfermedades como el cáncer. Reconozcamos, no obstante, que la estratagema no siempre funciona, menos cuando existe el empeño de obstaculizarla con vicios tan poco naturales como el tabaquismo.

Al suicidio no siempre se le debe considerar como algo despreciable. Vamos, no desestimo los esfuerzos encaminados a prevenirlo, sino más bien invito a replantear la concepción cultural que de él tenemos. No todas las personas que se suicidan merecen el calificativo de cobardes. Al fin de cuentas, cada una dispuso de su propia vida en la forma que mejor pudo. Si en el organismo humano, desde su nacimiento y hasta el fin, existe el suicidio celular, invito, a quienes apologizan siempre la vida, a preocuparse también por cómo lograr la vida buena, la vida decorosa, la vida vi-vi-ble (valga el pleonasmo no tan obvio).

Existe otra idea que hice mía luego de haber gozado de La muerte y sus ventajas. En el primer semestre de 2021, durante las campañas electorales en México (destinadas a las elecciones federales del 6 de junio), un partido evangélico-derechista, Encuentro Solidario, usó un promocional televisivo para criticar el aborto legal, presente en cada vez más estados mexicanos y plenamente avalado, en el mismo año, por la Suprema Corte (luego de las votaciones).En el spot derechista se preconizaba, engañosamente, que si hoy “todo es desechable, ¿acaso la vida humana también?” Vaya ignorancia tan supina. La naturaleza sí considera como desechable a la vida, mas no en términos capitalistas, propios del cómprese-úsese-tírese al basurero. Marcelino y Fanny les comentan a sus lectores la existencia de seres científicamente clasificados como semélparos, cuya principal característica consiste en poder reproducirse una vez nada más, muriendo al poco rato. ¿Ejemplos? El gusano de seda, el salmón del Pacífico, la rata marsupial macho y el agave (planta que fenece luego de esparcir sus semillas, aunque antes haya servido para la producción del tequila). No hace falta aguardar la cadena trópica: la naturaleza, rauda, entra en acción para desechar unas vidas y permitir que otras sigan adelante.

Es verdad que los seres humanos no esperamos algo así para nosotros mismos, entre otras causas porque el raciocinio nos ha llevado a posibilidades mucho más extensas que la pura concupiscencia y la resignada aceptación de todos los hijos que Dios mande: pocos o muchos, no llegan a este “valle de lágrimas” trayendo educación, alimentos, cultura, seguridad pública, sanidad ni nada que siempre provean, salvo en su demagogia electorera, los políticos conservadores.

Hay libros incluso valiosos por todo aquello que sus autores no quisieron o no pudieron incluir, dejándoles a los lectores tal responsabilidad complementaria, y por fortuna opcional. Leí una segunda edición de La muerte y sus ventajas, publicada en 1999. Desde entonces mucho ha cambiado la muerte como tema de análisis, y puede que de negocio, gracias en buena medida a la investigación científica. Algo no incluido por la pareja autora tuvo que ver con la factibilidad de estirar mucho la vida humana en comparación con las edades hoy esperables, e incluso lograr la inmortalidad.

 

 

La búsqueda de la inmortalidad

Vivir ciento cincuenta años ha dejado de ser una entelequia[3] , pero hay quienes desean ir más lejos, neutralizando todo el envejecimiento celular para no morir. La inmortalidad se ha metido con fuerza en la cabeza y finanzas de Peter Thiel (sí, el mismo “ángel” que financió el despegue de Facebook, entre muchas otras empresas tecnológicas emergentes o startups), quien, como otros inversionistas en Silicon Valley, ha soltado varios millones de dólares para investigaciones cuyos productos puedan recuperar lo que Dios les quitó a Adán y Eva por desobedientes: la vida eterna. Thiel, rebosante de optimismo, llegó a declarar algo parecido a un manifiesto transhumanista: “hay toda esa gente que dice que la muerte es natural, que es parte de la vida, y creo que nada puede estar más lejos de la verdad[4] .

En el mismo sentido se ha expresado otro gurú de Silicon Valley, Raymond Kurzweil, director de Ingeniería en Google, y quien además goza de un amplio prestigio como tecnólogo, futurista y educador cuyos buenos oficios redundaron en la fundación de la Singularity University. Kurzweil ha ganado fama por sus predicciones acertadas. Vaticinó que una máquina vencería a un campeón mundial de ajedrez en su propio juego, y así ocurrió en 1996, con la ya legendaria Deep Blue doblegando a Gary Kasparov. También predijo el uso cotidiano tanto de la Internet como de los teléfonos móviles. Con respecto a la inmortalidad, el vaticinio advierte que esta puede (lo recalco: puede) alcanzarse en 2030 porque “[...] la robótica trabajará para reparar nuestros cuerpos a nivel celular, revirtiendo las enfermedades y el envejecimiento. [...][5] Los nanobots (pequeños robots de 50 a 100 nanómetros de ancho) son el futuro de la medicina. Actualmente se utilizan en la investigación como sondas de ADN, materiales de imágenes celulares y vehículos de administración específicos de células. Podrán reparar nuestros cuerpos a nivel celular, haciéndonos inmunes a las enfermedades y al envejecimiento, y eventualmente a la muerte”. ¿Quiénes podrán costearse tales tratamientos nanobóticos? Kurzweil no lo ha anticipado. Tal vez un puñado de plutócratas ¿discretos?, dejando al resto de la población tan mortal como nació. La inmortalidad omnisocial jamás podrá asentarse en un planeta de recursos limitados y rebosante de seres como los humanos, amantes de reproducirnos mientras buscamos siempre cómo maximizar nuestro bienestar. Además, para que todos podamos eludir la muerte, requeriríamos volvernos pacifistas de tiempo completo, renunciando para siempre a los crímenes y las guerras. ¿O cuántos nanobots pueden resistir un misil Tomahawk de cabeza nuclear?

Otra forma de no morir del todo ha consistido en usar el arte. Mediante pinturas, esculturas, y recientemente fotografías, quienes figuran en ellas logran trascender sus propias existencias biológicas. Ahora esta “inmortalidad pasiva” puede sublimarse gracias a la “inteligencia” artificial, según postula Prateek Desai, empresario indio residente en Estados Unidos. Mediante grabaciones de video y voz será posible que vivamos en dispositivos electrónicos, y no solamente como archivos inanimados, cautivos en discos duros o “nubes”. Alguna aplicación tecnológica se encargará de revivir a difuntos con los cuales podamos interactuar. Algo así como en Be Right Back, capítulo perteneciente a la segunda temporada de Black Mirror, serie perturbadoramente genial. Quizá también, algún día, mentes completas -combinación de recuerdos y deseos- puedan copiarse en alguna tecnología y permitirles a los conscientes vivir sin ataduras corpóreas ni societales, y para siempre, en la Red o en un metaverso ad hoc, creado para quien pueda pagarlo. Esto tampoco suena muy novedoso sabiendo que de tiempo atrás existen los virus informáticos y los bots que saturan redes sociales: ambos son seres vivientes no biológicos, capaces de obrar sin plena sujeción a los humanos. Pensando a futuro, en un mundo obsesionado con la vida, ¿cuánta gente querrá convivir con sus parientes o amigos finados? Puede que la gentil tatarabuela Romina y el severo bisabuelo Andrés queden enclaustrados en un teléfono móvil e igual de obsoletos que el Tamagotchi, esa mascota virtual, de juguete, que se comercializaba a finales de los años 1990. El hombre dato, valioso únicamente por la información que puede generar, seguirá siéndolo aún cuando no queden ni sus cenizas.

Así como hay infiernos y paraísos a la medida de cada religión, tal vez pronto haya inmortalidades según el poder adquisitivo de cada cual. Una, orgánica, para los magnates de la tecnología, y otra, inorgánica, para quien se resigne a vivir en un limbo de bytes.

En lo personal prefiero una vida perecedera y con sentido, que una inmortalidad dudosa. La vida sin fin, la vida sin muerte, no amerita ser llamada vida. Habrá que inventar una palabra que mejor se ajuste a esa realidad hoy todavía conjetural. Quizá Thiel y los de su mismo círculo plutócrata se creen tan listos como para sortear todos los problemas futuros, incluida la muerte del Sol, y por consecuencia de todo nuestro Sistema Solar, dentro de unos miles de millones de años. Si para entonces siguen vivos algo se les ocurrirá. ¿Y a sus fortunas también podrán inyectarles el don de la inacabanza? Si dentro de quinientos o seiscientos siglos les tocase vivir como penan a diario los actuales indigentes o quienes con desesperación buscan asilo en terceros países, podrían arrepentirse de haber “sometido” a la naturaleza.

Desde hoy les conviene leer Las intermitencias de la muerte, novela escrita por Saramago[6] (2005), en donde la Parca, o la Huesuda, o la Dama de Negro opta por abandonar su trabajo. Al principio todo iba de maravilla, con la gente contenta al saberse inmortal. Sin embargo, al poco rato debieron afrontar los problemas de siempre, solo que sin soluciones cercanas, teniendo que soportarlos para siempre (como Sísifo), perjudicando sobre todo a los ancianos atrapados en una decadencia sin fin.

Hasta aquí estas reflexiones orientadas a entender mejor la vida gracias al conocimiento de la muerte. Cierro con una anécdota. El 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno y el milico franquista José Millán Astray (apodado, en toda regla, El Novio de la Muerte), intercambiaron dichos en una polémica aún recordada. Se dice que Millán gritó “muera la inteligencia, ¡viva la muerte!”, a lo cual Unamuno, aludido, respondió con estoicismo: “venceréis pero no convenceréis”. No está probado que tales palabras hayan sido pronunciadas (abundan los apotegmas jamás expresados por quienes las creencias populares dan como autores), empero, gracias a Fanny Blanck-Cerejido y Marcelino Cereijido estoy encomiado para proclamar mi gratitud a la muerte pues por ella vivo. ║

 

Palabras clave:

Jose Alejandro Arceo
Inmortalidad
Marcelino Cereijido
Fanny Blanck
Ray Kurzweil
Peter Thiel

www.librevista.com nº 56, octubre 2023

[1] La muerte y sus ventajas, Fanny Blanck-Cereijido y Marcelo Cereijido, Fondo de Cultura
Económica-SEP-Conacyt, 1999.

[2] Mexicano, Licenciado en sociología y Maestro en urbanismo, especializado en
economía, política y medio ambiente, por la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM).
-Trabajó en el Instituto Electoral de la Ciudad de México y en el Instituto Nacional
Electoral, en procesos electorales y de participación ciudadana.
-Consejero electoral trabajando para lograr el diálogo, la concertación, la equidad en la
contienda, y, en general, para llevar a buen puerto los procesos electorales.
-Profesor adjunto en la Licenciatura en Sociología de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
-Socio fundador y miembro de la junta directiva de la Granja Orgánica La Victoria, en Sinaloa, en una empresa sustentable, socialmente inclusiva, buscando dar igualdad en el
empleo y a los salarios de hombres y mujeres que, tras fracasar en sus intentos de llegar a Estados Unidos, necesitaban recursos para volver a sus lugares de origen.
Correo electrónico: jalejandroarceo@gmail.com

[3] Infobae (26 de mayo de 2021). ¿Los seres humanos podrían vivir más de 150 años? La ciencia explora las razones de los límites. www.infobae.com/america/ciencia-america/2021/05/26/los-seres-humanos-podrian-vivir-mas-de-150-anos-la-ciencia-explora-las-razones-de-los-limites/. (abril 2023)

[4]   Bhardwaj, P. (3 de marzo de 2018). Así es la vida de Peter Thiel, el polémico presidente de Palantir, la misteriosa compañía de 'big data' que acaba de salir a bolsa en Nueva York. Business Insider. www.businessinsider.es/peter-thiel-paypal-facebook-luchar-muerte-192072. (abril 2023)

[5] Las comillas no corresponden a ninguna declaración de Kurzweil, sino a quien escribió el artículo citado, ver Romero, S. (12 de abril de 2023). Los humanos podrán subir su conciencia a un ordenador a finales de este año, afirma científico. www.muyinteresante.es/actualidad/60113.html (abril 2023)

[6] Saramago, J. Las intermitencias de la muerte. Alfaguara, 2005.


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