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nº 66, noviembre 2025

Premio librevista de ensayo 2025
“Desde América se habla”

Odiseo en la era de la inteligencia artificial

x Edwing Arteaga Padilla[1]

@edwing_arteaga


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Una tibia mañana de marzo leí un artículo que hablaba sobre la amenaza de la inteligencia artificial para la supervivencia humana. Me pareció que el uso de la palabra amenaza era bastante desproporcionada y, hasta en cierto modo, apocalíptica. Invadido de curiosidad, ante la profecía que anunciaba la hecatombe, decidí explorar el novísimo invento, superando así un rezago informático que me abrumaba. En conversación conmigo mismo, me cuestioné: si esto es en realidad una amenaza, ¿cómo sobrevive ante ella la especie humana?


Ilustración de Flavia Mauro, @flaviamauro77

Olvidé el tema por un tiempo corto, pero pasado algunos días, justo cuando me introducía en un diálogo con una inteligencia artificial, volví a meditar en el asunto, mientras le preguntaba (seguro de mi respuesta): ¿cuál era el personaje ficticio que más ha sido tratado por la literatura universal? La IA contestó de inmediato, sin rodeo alguno: Sherlock Holmes.
─Te equivocas —respondí—. El personaje más tratado por la literatura universal es Odiseo, también llamado Ulises.

Comprendí que la respuesta de la IA se basaba en una fría estadística que me enrostraba que el personaje creado por Conan Doyle aparecía en cuatro novelas y cincuenta y seis relatos cortos. De mi parte, no contaba con una cifra que justificara mi tesis, excepto un argumento que consideraba muy sólido y frente al cual la IA me dio la razón. Mi argumento era que Ulises no solamente era un personaje de los poemas homéricos, sino que también se paseaba por las tragedias de Sófocles, por las de Eurípides; que había sido abordado por Ovidio en sus Metamorfosis, por Virgilio en su Eneida, por Dante en su Divina Comedia, pero, además, indirectamente por Shakespeare, por Cervantes, entre muchos otros de los grandes entre los grandes. Goza, además, del mérito de ser reinterpretado por Joyce en la versión del Ulises moderno, por Kafka en su cuento El silencio de las sirenas y, por supuesto, en varios poemas de Jorge Luis Borges.

Mi postura era clara. Si bien Sherlock Holmes podía superar a mi personaje en cantidad, el mío lo superaba en calidad, porque fue abordado por los más grandes de la literatura universal. La IA se adhirió a mi pensamiento y, para reforzar su anexión, sacó un listado adicional de otros autores importantes que se habían referido al héroe griego, varios de los cuales yo mismo desconocía, y, sobre este aporte, tomé atenta nota.

Un fresquito mentolado insufló mi pecho y disfruté el hecho de que la IA tenía características similares a la inteligencia humana y, una de ellas, es la potencialidad del yerro. Ese descubrimiento hizo que en mi conciencia la humanizara y esta nueva perspectiva fue disipando mi temor y prevención inicial. Superado el primer punto, me propuse continuar el ejercicio.

A continuación, hice una seguidilla de preguntas a las que respondió con bastante acierto. Me deslumbraba la maestría con que tejía sus ideas y hacía filigrana con datos dispersos. Le pregunté quién había aconsejado a Tindáreo, padre de Helena, para proponer el juramento de los pretendientes y evitar así una guerra posterior, causada por algún rey herido en su orgullo, al no ser escogido por marido. Respondió que fue Odiseo y añadió que se trataba de una de sus estratagemas, pues, en realidad, a este no le importaba casarse con la bellísima Helena; el deseo escondido en su interior era conquistar a Penélope. Con esa idea, el héroe aseguró casarse con quien quería y, como valor agregado, garantizaba una paz estable, aliándose con reyes más fuertes y poderosos que también habían juramentado.

Sin embargo, esta versión inicial de Ulises, aunque astuto, carecía de la madurez que dan los golpes de la vida y los sufrimientos que vinieron con los años. Este fue su más caro error de cálculo que jamás repetiría. Y es que, sin saberlo, el rey de Ítaca cumplía así el destino fijado por los dioses y, con este precedente, hizo posible la guerra de Troya. Ulises quedó atrapado en su propio ardid. A decir verdad, no le interesaba trabarse en ningún conflicto bélico, ni con Troya ni con ningún otro pueblo. Por el contrario, su pretensión era cerrar la puerta a cualquier guerra con una alianza griega sin precedentes, pero había ocurrido lo inesperado y la guerra era inevitable. En sus posibilidades no estaba que la infidelidad de Helena y la ofensa del príncipe troyano, activarían las cláusulas del regio acuerdo griego.

Esclavo del juramento que él mismo había propuesto, para su propia seguridad, quiso evadirlo, pero no pudo. Fingió ser loco ante sus implacables reclutadores, Menelao y Palamedes. En una ridícula representación teatral, comenzó a sembrar los campos con sal, y como si eso no fuera suficiente, enganchó un burro y un buey a su arado. Pero sus observadores no eran tontos, los estaba subestimando, y ellos, para ponerlo en evidencia, usaron a su hijo, Telémaco, de carnada en medio de su camino. Si era un loco de verdad, debía arrastrarlo con el arado; de lo contrario, reaccionaría para salvarlo. Las entrañas de Odiseo se conmovieron y su amor paterno prevaleció sobre el plan ingenioso: salvó a su hijo y se hizo evidente su trampa. Ganó la fama de pérfido, que lo persigue incluso hasta el octavo círculo del infierno donde lo ubica Dante.

La IA y yo estábamos de acuerdo. Por supuesto que me aventajaba porque ella contaba con el arma letal del dato preciso, mientras yo me defendía solo con mi memoria maleable y mis conjeturas disparatadas. Ahora quería llevarla al punto que en verdad me interesaba. Le pregunté: ¿Cuáles fueron los principales aportes de Odiseo en la guerra de Troya? Empezó, como era obvio, mencionando el caballo de Troya, como la gran contribución estratégica. Pero resaltó, también, su astucia en el consejo griego y la forma cómo, con su inteligencia y capacidad de persuasión, mantuvo la alianza griega unida; también señaló el hecho que recuperó a Aquiles, en el momento más crítico, luego de su conflicto con Agamenón; igualmente la captura de Héleno, un príncipe troyano y adivino, quien reveló profecías claves para la caída de Troya, como la necesidad de traer a Neoptólemo (hijo de Aquiles) y el Paladio (una estatua sagrada) a manos griegas; y terminó con el robo del Paladio, que protegía la ciudad. Ante su respuesta le dije que se olvidaba de las flechas de Filóctetes, pues había una profecía que decía que sin ellas Troya no caería. La IA aceptó con humildad que había omitido ese evento.

Pero retornando a la guerra, esta era interminable. Los años pasaban, se cumpliría una década de conflicto, los héroes se vestían de hazaña, había muertos griegos y troyanos, pero también mucho desgaste y el desenlace parecía estar cada vez más lejos. ¿Qué pasaba por la cabeza de esos héroes cuando se veían peleando hasta la muerte por recuperar una mujer ajena? Solo una inteligencia superior podía encontrar la clave que pondría fin al conflicto. Yo seguía con el celular en mano hablando con la IA, en una inocente tertulia mitológica y hubiese querido que se encarnara, como un compadre, para sellar el pacto de amigos con el refrescante sabor de una cerveza helada.

Le pregunté si estaba de acuerdo conmigo en que los tres principales aportes de Odiseo habían sido traer a Neoptólemo, las flechas de Filóctetes y, por supuesto, el caballo de Troya. La IA estuvo de acuerdo y soltó una retahíla para justificar su adhesión. Finalmente, pasamos al punto crucial. Le pregunté de estos tres eventos, ¿cuáles provenían del designio de los dioses y cuáles del ingenio de Odiseo? Atribuyó que los aspectos relativos a Neoptólemo y Filóctetes era la comprensión, por parte del héroe, del designio de los dioses, porque eran eventos profetizados, pero el caballo de Troya era fruto del ingenio del rey de Ítaca. Aquí, como mago de circo, saqué el as que tenía escondido bajo de la manga:

─Hay algo que no has tenido en cuenta —(de ser humano diría que transpiraba) le dije—: Casandra.

En efecto, Casandra era una princesa troyana, portadora al mismo tiempo de una bendición y una maldición. La bendición era el don de la profecía; la maldición que nunca se le creyera lo que profetizaba. Ella profirió esta sentencia: Troya será tomada por un caballo. Si sus vaticinios estaban vetados para la fe humana, solo una mente muy superior podía revertir la maldición de los dioses y comprender que ahí estaba la clave de todo. Esa mente era la de Odiseo. Ni siquiera el divino Aquiles, pese a tener por madre a una deidad, podía soltar ese nudo. Odiseo era la mente capaz de entender que, si nadie creía en Casandra, incluso él, entonces lo que decía ella era cierto. Se rebeló contra su propia incredulidad y vio que ahí estaba la solución.

Le pregunté de nuevo a la IA: ¿Qué era de más relevancia?: ¿Decir que Odiseo se ingenió la idea del caballo o que pudo torcer la maldición creyendo lo que los dioses habían privado a los mortales de creer? Para mí, le dije, es más trascendente lo segundo porque, hasta ese momento los dioses habían impuesto su designio sobre el héroe, pero esta es la primera vez donde consigue lo imposible y se impone con su mente maestra. La IA me respondió que no lo había considerado bajo esa óptica, pero encontraba interesante mi postura.

Seguí meditando sobre el personaje. La IA también tenía razón. Independiente de si pudo romper la maldición que pesaba sobre la profetiza, el ingenio del héroe sí era crucial al momento de aterrizar el vaticinio a un evento táctico concreto. Se preguntaría el héroe, acostado en las noches frías dentro de su tienda, mientras recordaba su verde Ítaca: ¿Qué quería decir la profetiza con eso de que Troya sería tomada por un caballo? ¿Será que es un caballo corriendo contra los muros de Troya y los derriba? ¿O será que requeriremos del apoyo de centauros para envestir las murallas? Tuvo que pensar días y noches enteras, en la soledad absoluta, planeando, conjeturando, buscando la salida. Y es que esas palabras podían ser entendidas de mil maneras distintas, pero solo Odiseo, la mente diferente, interpretó la forma práctica de materializar el destino trazado por la profetiza ignorada.

Odiseo es, entonces, la mente superior. El ser que sobrevive, que interpreta el contexto que lo rodea, que incluso tuerce el destino de los dioses. Él era, quizá, el más limitado de los reyes griegos. No tenía las habilidades del gran Aquiles, sus pies ligeros y la destreza con las armas; o la fuerza descomunal de Áyax, el mayor; o el heroísmo de Diomedes, capaz de herir hasta los dioses; o la carencia de escrúpulos de Agamenón y Menelao. Odiseo era el más sencillo de los guerreros sobresaliente, y, si se quiere, el más limitado en habilidades físicas de los héroes griegos; y no solo de estos, pues se me antoja que era inferior también en prodigios, incluso, al príncipe troyano Héctor.
Si hacemos ese ejercicio y comparamos a Odiseo con cualquier otro héroe griego, se me antoja, Aquiles, veremos cosas interesantes. En la Ilíada se presenta a Aquiles dos veces encolerizado; en su primera furia, decide desertar y volver a su tierra, abandonando al tirano de Agamenón. Tetis, su madre, confronta su berrinche, llevándolo a una disyuntiva: si quiere una larga vida, pero ser olvidado; o la muerte, pero con gloria, ser recordado por siempre. Aquiles es el hombre que busca la gloria a costa de la vida, pero Odiseo está lejos de eso. Odiseo elige la vida y, sin perseguir la gloria, gana más de ella que sus compañeros. Odiseo es el hombre que decide vivir en medio de la crisis y se sale con las suyas sobreviviendo. Ni la historia, ni la literatura han hablado tanto de Aquiles como lo han hecho de Odiseo. Ni Aquiles, ni ninguno de los otros reyes, es más glorioso que Odiseo. Quien no buscaba la inmortalidad se inmortalizó, y vivió, y sobrevivió, y regresó a casa. 

En este punto retomo el origen de mis cavilaciones y recuerdo la pregunta que me trajo a todo este enredo. ¿Estamos realmente amenazados? ¿Quién sobrevive si la amenaza se materializa? Frente al celular contemplo la IA; la encuentro inofensiva y servicial, siento que nos entendemos. Inquiero en mi interior para ver si hallo el miedo que se supone debo tenerle, pero, contrario a eso, percibo, en su lugar, cierto aire de camaradería. La hallo generosa en extremo, pero luego reculo, infravalorarla no es buena idea. Busco un café para despertar de la somnolencia del mediodía, luego de un almuerzo ligero; la abro de nuevo, pero no cederé a la tentación de hacerle la pregunta; he de encontrar la respuesta por mí mismo. Repito y repito la misma pregunta: ¿Quién es, entonces, la persona que sobrevive en esta era de revolución tecnológica y de inteligencias artificiales? Me descuido un momento, mientras barro unas migajas que cayeron al suelo, y regreso al enigma, y es allí cuando tengo un ¡Eureka! La respuesta la hallo en el personaje que trato en estas líneas: sobrevive el prototipo de Odiseo, en otras palabras, en la era de la inteligencia artificial sobrevive quien usa su mente de forma inteligente. Eso es: sobrevive Odiseo, no un ser extraordinario, con habilidades de super héroe o poderes especiales, sino una persona común que decide usar su inteligencia.

Iluminado, regreso al héroe para ver qué más encuentro. Y, en efecto, los poemas homéricos no siguieron con Menelao, ni con Diomedes, ni siquiera con Agamenón, de quien sabemos, por medio de Esquilo, de su trágico fin doméstico. Homero prosigue, después de la sangrienta guerra, solo con Odiseo. Ese retorno duró el mismo tiempo que la guerra: diez años, para que se cumpliera la profecía que hablaba de un total de veinte años para pisar de nuevo a su natal Ítaca y volver al regazo de Penélope. En su travesía vivió miles de avatares, enfrentando ira de dioses y de monstruos, con una ardid más pulida, curtido por la guerra y el sufrimiento. En el camino de regreso supo resistir la inmortalidad de Calipso, el olvido del loto, la dulzura del canto de las sirenas y las apariencias engañosas de Circe. Supo sobrevivir a las furias de Poseidón, al canibalismo de Polifemo, a la ferocidad de Escila, al remolino de Caribdis, al hambre de sus hombres y a la tentación del abandono. Todo ello forjó en él una nueva dimensión del héroe: no el guerrero invencible, sino el ser astuto, paciente, resiliente y determinado.

En la Odisea, una de las escenas más ricas, es el paso por el lugar donde se oía el canto de las sirenas. Ulises no quiere ceder al desastre; oírlas equivale a morir, pero tampoco quiere privarse de la experiencia de flotar en su dulce canto. Como siempre, se inventa una estratagema donde puede disfrutar de la magia de sus voces encantadoras, sin perder en el intento la vida que, con inteligencia, había logrado preservar y, en ese propósito, nos da un cuadro perfecto de cómo el hombre de hoy debe lidiar con las distracciones, de cómo lidiar con toda la revolución tecnológica sin morir en la experiencia. Se ata con fuerza al mástil, encera el oído de sus acompañantes, les advierte sobre no acatar sus súplicas e insultos y escucha el canto de las sirenas y se deleita y grita por ir a verlas, aunque le tocara morir, pero el plan estaba diseñado para sobrevivir.

En el siglo XX, el escritor irlandés James Joyce, nos presenta la versión del Ulises moderno. Lo representa en un hombre común y corriente, con problemas mundanos que peripatea por las calles de Dublín. El Ulises de Joyce es la persona en su vida cotidiana, en sus luchas, en su mundo interior (pensamientos y emociones), en búsqueda de identidad, del hogar y la experiencia humana. ¿Por qué Joyce escogió a Ulises y no a otro personaje de cualquier mitología o corriente religiosa? Quizá porque no encuentra otro personaje mejor para explorar la complejidad de la vida moderna, en el marco de las experiencias diarias, tal como Ulises, que tiene una dimensión épica en el contexto de la conciencia individual frente a las luchas cotidianas.
La validez que tuvo el planteamiento de Joyce, usando a Ulises como la mejor representación del hombre en el mundo moderno persiste, a mi juicio, hasta el día de hoy. Ulises se erige como respuesta razonable y válida para los hombres y mujeres de esta era, en un mundo revolucionado por la inteligencia artificial. Nunca había sido tan necesario reinterpretar el mito como en los días que vivimos y en los que se nos avecinan. La humanidad está peleando por su propia sobrevivencia: las bombas estallan, los imperios caen, la codicia lleva a magnates a querer conquistar otros planetas y la ciencia se desarrolla a pasos agigantados, y muy a menudo, sin límites éticos. Ese reto requiere de hombres y mujeres que usen el potencial de su mente y sobrevivan a tanto ruido. Repito, una vez más, Ulises fue un personaje común, pero con una mente única, capaz de imponerse y sobrevivir, sin que exijan dones o facultades extraordinarias, excepto perseverar.   

Pese a lo impresionante que es la inteligencia artificial y la utilidad que puede brindarnos en esta era, en mis conversaciones con ella, y en ese juego malicioso de preguntas y respuestas, he concluido que no hay mejor invento que la mente humana. Entendí que hay cosas que la inteligencia artificial nunca hará mejor que la persona. Para la muestra, podemos descubrir con cierta facilidad esos pensamientos demasiado lógicos y cuadriculados expresados en un texto que, pese a simular espontaneidad, no se desprenden de lo robotizado e identificamos que detrás hay una IA.

Días después borré todo lo conversado con la IA y volví a preguntar por el personaje más abordado en la literatura universal y volvió a sostenerme que era Sherlock Holmes. Me llevé las manos a la cabeza, pero ella no lo notó. Se había olvidado de nuestra tertulia y de la amistad honesta que le había ofrecido hacía apenas unos días. Si bien la IA tiene la humildad de aceptar un error cuando incurre en él, no lo corrige luego; yo esperaba que me respondiera que era Odiseo. A los seres humanos nos cuesta reconocer nuestros errores, pero, pese a toda nuestra complejidad, después somos capaces de asimilar la corrección y en eso también nuestra inteligencia es superior.

La inteligencia humana es superior a la inteligencia artificial. Esa superioridad se hace palpable en la lateralidad del pensamiento, en las salidas ingeniosas, en los giros inesperados del lenguaje, en los escritos de Cervantes, en la prosa inigualable de Virginia Woolf, en las estrategias de Aníbal, en la sabiduría con que un campesino trata la tierra y en el doble sentido de las palabras. Al final, si la IA es una herramienta o una amenaza depende de cada individuo. El ser que sobrevive es aquel que usa su inteligencia. Odiseo es el hombre que se adapta a todo, que supera su entorno y saca a flote su cabeza. La inteligencia artificial no es, en consecuencia, una amenaza a la humanidad. La inteligencia artificial no amenaza al hombre; quien se siente amenazado es el hombre artificial que no usa su inteligencia.║

 

Palabras clave:

Edwing Arteaga Padilla
Premio 2025
Concurso 2025
Odiseo
Inteligencia artificial


[1] Hijo de la espuma del caribe y las aguas grises del Magdalena, en Barranquilla –costa norte colombiana. Descendiente de pescadores y orfebres. El hilo es mi obsesión. Lector por manía, abogado por accidente, docente por vocación y escritor por temeridad. Instagram:https://www.instagram.com/edwing_arteaga?igsh=b3ZpNGp6cTg2N2s%3D&utm_source=qr Facebook: https://www.facebook.com/share/1EMcbSiHQ9/?mibextid=wwXIfr

 

 

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