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nº 63, mayo 2025
x Bety Ortega[1](@betyortega)
Lo común, de Fabian Arriola (@ninx.pocho) imagen original para ilustrar este ensayo
La realidad de la esfera pública radica en la simultánea presencia de innumerables perspectivas y aspectos en los que se presenta el mundo común y para el que no cabe inventar medida o denominador común. Pues, si bien el mundo común es el lugar de reunión de todos, quienes están presentes ocupan diferentes posiciones en él, y el puesto de uno puede no coincidir más con el de otro que la posición de dos objetos. Ser visto y oído por otros deriva su significado del hecho de que todos ven y oyen desde una posición diferente.
Hannah Arendt, La condición humana
Escribir este ensayo implica un ejercicio intelectual y de introspección, de silencio necesario para pensar como diría Byung-Chul Han. Si bien la izquierda para serlo necesita de muchas voces (mujeres, hombres, disidencias sexo genéricas, infancias, personas con discapacidad, en fin, elija su política identitaria), el alcance de estas no debe ser únicamente una creación de constantes olas de indignación en redes sociales y peleas con bots [2] como tampoco una reivindicación acrítica de los deseos y decisiones individuales que se consideran válidos solo por venir de grupos históricamente oprimidos (consultar Feminismo de la decisión).
Para que las ideas y las acciones puedan trascender en la esfera pública, necesitamos dedicar tiempo y esfuerzo para su maduración. El ejercicio intelectual no puede ser un ejercicio fugaz y hacer izquierda es también un ejercicio intelectual (publicar en X no siempre cuenta como ejercicio intelectual). He decidido construir izquierda desde perspectivas plurales, desde un diálogo de saberes en el que intervienen diversas formas de ser, estar, entender, comprender, sentir, accionar el mundo en el que vivimos. Así, en este ensayo no hago referencia a corrientes ideológicas particulares o autores que denominaríamos de izquierda. Más bien, mi intención es poner en diálogo diversos argumentos, concepciones, y ejemplos concretos que a mi parecer, sirven para bosquejar intentos de hacer izquierda.
La izquierda mexicana requiere izquierdizar
Empecemos con algo obvio. Es importante no creer que tenemos ganada la batalla porque nuestro gobierno se autodenomina de izquierdas. En México, si bien es cierto que el partido en el poder ha tenido una aprobación sin precedentes, por lo que su autodenominación como partido del pueblo está respaldada, no es el gobierno de izquierda que quiere pensar que es.
Es verdad que la izquierda mexicana que representa Morena (el partido de Andrés López Obrador y de la actual presidenta Claudia Sheinbaum, ed.) ha aumentado significativamente el salario mínimo, ha otorgado becas a estudiantes, adultos de la tercera edad, madres solteras, ha logrado despenalizar la interrupción del embarazo en los congresos locales en los que tiene mayoría, creó universidades, entre varias otras políticas.
Es también la misma izquierda que no ha querido realizar reformas fiscales para cobrar impuestos a los más ricos (es más, desayuna con ellos y son sus amigos y consejeros) y no ha pasado a legislar la reforma para reducir la jornada laboral a cuarenta (40) horas semanales (como sí lo ha hecho con sus reformas más urgentes como la polémica reforma al poder judicial).
Esta izquierda es increíblemente hostil con la oposición no partidista, representada por los grupos de padres y madres buscadoras de personas desaparecidas. Una de las promesas de campaña del ex presidente Andrés Manuel López Obrador fue esclarecer el caso de la desaparición forzada de los cuarenta y tres (43) estudiantes normalistas de Ayotzinapa. Hasta el día de hoy, ese caso no se resuelve, y el ex presidente tomó una actitud de rechazo hacia los padres y madres cuando la investigación llegó a que el ejército había sido uno de los responsables de este suceso atroz. Obstaculizó la investigación y públicamente señaló que se trataba de un intento de desprestigio hacia su gobierno.[3]
La actitud de esta izquierda hacia el aparato represivo del Estado ha sido más que favorable. En lugar de regresar al ejército a sus cuarteles, Morena creó la Guardia Nacional y recientemente la subordinó a la Secretaría de la Defensa Nacional lo que implica, entre otras cosas, que sus miembros ya no serán juzgados en tribunales civiles sino militares. Basta una búsqueda simple en el portal de la Comisión Nacional de Derechos Humanos [4] para notar la vasta cantidad de recomendaciones que esta institución ha hecho por violaciones graves de derechos humanos, actos de tortura y tratos crueles cometidos por elementos de la Guardia Nacional, por lo que darle privilegios militares no suena correcto.
Esta izquierda también se ha caracterizado por eliminar instituciones autónomas de transparencia y evaluación de políticas públicas, como el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales ─a donde cualquier persona podría hacer una consulta sobre información pública de cualquier nivel de gobierno o institución que recibiera y ejerciera recursos públicos─ y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social ─el cual, entre otras cosas, se encargaba de realizar mediciones multidimensionales de pobreza y evaluar programas sociales. La ciudadanía se ha quedado sin instrumentos importantes de acceso a la información sobre las actividades del gobierno.
Hay también, en el ámbito discursivo, dos elementos desagradables en esta izquierda que permanece en el poder: 1. cualquier crítico de ella es identificado como opositor conservador. Así, para Morena, caben en el mismo saco padres y madres buscadoras, grupos feministas, el Partido Acción Nacional, la marea rosa, Carlos Salinas Pliego, periodistas independientes, periodistas financiados por la derecha… 2. la increíble habilidad para realizar maromas intelectuales que justifiquen toda acción u omisión de su gobierno dentro del espectro de la izquierda política a favor de los pobres. Esta última es una característica particular del actual presidente del Senado Gerardo Fernández Noroña, quien en estos días ha sido objeto de críticas al llamar “agachones” a quienes demandan que se legisle a favor de reducir la jornada laboral de cuarenta (40) horas. Menciona el senador que para ello hay que armar propios sindicatos y pedir aumentos salariales en nuestros trabajos, y no dejar que “hagan las cosas por ti” [5] . ¿Cuál será la intención de las clases trabajadores de votar por un partido político que se denomina de izquierda si no la de velar por sus derechos y aspiraciones laborales?
Aún con todo esto, no me atrevería a decir que Morena no es un partido de izquierda. ¿Es la izquierda que quiero? no. Pero, ¿hace izquierda? sí, en algunos aspectos, y le falta mucho en otros. Si, como dijo el editor de esta revista, izquierda es un verbo [6] , esperamos que Morena no deje de izquierdizar y se estanque en sus políticas actuales que dejan mucho que desear. Ya está el salario mínimo, falta la reducción de la jornada. Ya están los programas de becas, falta la reforma fiscal para cobrar más impuestos a los ricos y redistribuir la riqueza.
La necesidad de espacios y momentos analíticos
Trabajé un tiempo con un investigador de mi universidad (UNAM, Universidad Nacional Autónoma de México, ed.) de quien aprendí que la actitud de la comunidad universitaria debe ser crítica siempre. Somos personas, somos sujetos políticos y tenemos filiaciones a ideas de nación y de sociedad, generalmente representadas por partidos políticos para quien podemos incluso militar. Pero el ser militantes de un partido político no nos deslinda de nuestra responsabilidad universitaria de analizar críticamente las políticas y los discursos de quienes se disputan el poder del Estado y de la sociedad civil.
Las universidades autónomas son ese espacio de confluencia de pensamientos libres donde debemos propiciar diálogos constructivos sobre el rumbo de una sociedad. Particularmente, la comunidad de las universidades autónomas y públicas nos debemos al pueblo, por sus contribuciones fiscales y alta consideración de la labor universitaria. No podemos adoptar posturas antiintelectuales porque estaríamos incumpliendo uno de nuestros compromisos máximos: apoyar en la resolución de los problemas sociales.
Si queremos verlo así, tenemos un doble papel como sujetos políticos que comulgan con ciertos partidos políticos o ideas de nación/sociedad y como universitarios que disponen de un espacio, comunidad y recursos intelectuales para analizar de manera profunda, racional, amplia, diversa, esas ideas de sociedad propias o ajenas buscando lo mejor para la universidad, la sociedad, la nación, y el mundo.
Esto es un llamado para las comunidades universitarias, para no olvidar nuestra posición privilegiada para analizar a la sociedad. Es también la crítica a los desafortunados comentarios que pude escuchar en las últimas asambleas estudiantiles en las que participé como estudiante y trabajadora de la universidad: “¡Por favor, compañeres, dejen de hablar de teoría! ¡Dejen de querer justificar todo de manera teórica! ¡La lucha es acción!”
Sostengo que estos comentarios son desafortunados sobre todo porque vinieron de una persona perteneciente a un grupo estudiantil organizado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, quienes tienen una agenda establecida, un posicionamiento político e idea de universidad con fundamentos y referentes teóricos claros. Como universitarios no es posible ignorar la justificación política-teórica de la necesidad de baños neutros, de seguridad para las disidencias sexo genéricas, de servicios médicos y psicológicos en la facultad, de comedores subsidiados, de democratización de la universidad. Porque no son deseos individuales, son demandas colectivas cuyo horizonte es construir una universidad plural en la que quepan todas, todos y todes, en esta generación y las que vienen.
Por otra parte, una vez más se repite la falaz dicotomía entre teoría o pensamiento y acción. La lucha por una universidad y una sociedad distinta implica ideas de universidad y de sociedad que son parte del mundo teórico al que estamos indisolublemente atados, y de las cuales debemos sospechar, indagar, cuestionar, pero no ignorar ni dar por hecho. No es posible separar la acción del pensamiento ni del trabajo intelectual. Todo lo que se asuma como demanda o acción colectiva está sometida al escrutinio público porque es en esa esfera donde se dialoga, se construye, se derrumba y se reconstruye lo común.
Así, no sucumbiendo ante el antiintelectualismo y el desprecio por la teoría, y reivindicándome como sujeta formada en el mundo académico gracias a los impuestos del pueblo, retomo a Hannah Arendt como referente teórico y sus aportaciones sobre el espacio común y público, para pensar en la construcción de izquierdas democráticas y, por lo tanto, plurales.
Primeramente, la esfera pública es plural: implica ver y oír a otros, así como ser visto y oído por otros. Además, todos vemos y oímos desde posiciones diferentes. Segundo, el espacio público del mundo debe ser planeado para trascender y superar el tiempo de vida de una generación. “Sin esta trascendencia en una potencial inmortalidad terrena, ninguna política, estrictamente hablando, ningún mundo común ni esfera pública resultan posibles”.[7]
Como consecuencia, para que las demandas sociales y políticas trasciendan, para que logremos realmente ganar una batalla cultural que permita cambiar para bien las condiciones de los diferentes grupos que luchan, requerimos una actitud de situarnos en la esfera pública. Es decir, necesitamos que las demandas sean vistas y oídas por todas, todos y todes y, como cada quién ocupa una posición distinta, estas no pueden ser vistas bajo un único aspecto ni perspectiva. Resumen: el espacio público, como lo es la universidad, donde se construye lo común es, por definición, plural.
De esta manera, hay de necesaria una actitud dialógica y de convencimiento que sucede una vez que llevamos a lo público las demandas sociales para lograr que, por ejemplo, se implementen políticas institucionales que respeten a las disidencias sexo genéricas y aseguren su permanencia en la universidad, o que se subsidien comedores estudiantiles para asegurar alimentación nutritiva y variada a quienes pasamos prácticamente todo el día en la universidad. No sirve que esas políticas se apliquen una única vez, para una sola generación de estudiantes. Es importante que aboguemos por su trascendencia, tanto en el plano institucional como en el colectivo, y para esto último es necesario el consenso comunitario que no se logra sin diálogo, sin crítica y sin la participación de multitudes. Como ya dije, todo esto es parte de un trabajo intelectual que no escapa de las luchas sociales y que no debemos dejar de hacer como universitarios.
Por poner un ejemplo, la huelga del 99 de la UNAM por la gratuidad trascendió tanto como política permanente en esta institución, como el recuerdo de que la comunidad luchó y luchará por no privatizar la educación superior. Esta no estuvo exenta de discusiones y conflictos internos y externos, al contrario, eso es lo que hizo que fuera una lucha común. Al día de hoy, las personas que formamos parte de esta universidad reconocemos esta huelga como una de las razones por las que pudimos estudiar una licenciatura o un posgrado. Así como también hay discursos que nunca dejaron de criminalizar al Consejo General de Huelga, y escuchamos otros que cuestionan la gratuidad en tiempos actuales.
No hay izquierda sin niños y niñas
Inevitablemente llego al tema educativo. De allí vengo familiar y profesionalmente, allí estoy en la actualidad como trabajadora. No es solo una cuestión personal, es que entiendo a la educación y su análisis como posibilitadoras de múltiples y diversos procesos, incluyendo hacer izquierda y movilizarse social y políticamente[8] . Hacer izquierda es educar. Y educar es un acto plenamente humano y público, porque “asegura la trascendencia del mundo común”[9] .
Prácticamente nada de lo que analizo y cuestiono me es ajeno. Mi propia vida es mi mayor objeto de estudio porque me permite situarme de manera consciente en este mundo. Me reconozco como sujeta condicionada (mas no determinada) por el mundo que me tocó vivir, por los sistemas de opresión y acciones de liberación, por las instituciones familiares, escolares...
Mi capacidad de agencia, de hacer algo con/ante aquello que me enseñaron, en lo que me socializaron, lo que se me impuso, es la condición de mi humanidad. Es por ello que le apuesto tanto a los procesos educativos para la construcción de sujetos, de la humanidad y de lo común. Así, mi idea de educación no se reduce a un proceso de dependencia y proporcionalidad directa entre las variables enseñanza y aprendizaje, ignorancia y saber, adultez e infancia[10] .
Un proceso educativo es tal, cuando los sujetos de la educación hacen algo con aquello que se les quiere transmitir, con cómo se les quiere formar. Ese hacer algo, manifestación de la agencia humana, puede ser aceptarlo, rechazarlo o cualquier cosa intermedia. Comulgo con la idea de que hay educación cuando quien se educa hace uso de su propia inteligencia[11] .
De esa manera, cualquier forma de pluralidad se ve cortada cuando se piensa que hay un único resultado de la educación: que los estudiantes aprendan los contenidos y desarrollen las habilidades de este plan de estudios en particular. No es esta la educación de la que hablo cuando digo que hacer izquierda es educar, y que la educación es parte del mundo público y plural.
Las discusiones en el ámbito macro de la educación, sobre cómo deben ser los planes de estudio, sobre cómo estos reproducen la ideología de una clase dominante generando consensos, no son lo que quiero abordar aquí. Aunque los reconozco importantes siempre, creo que quienes somos docentes o quienes tenemos a cargo la educación de grupos de infancias y adolescencias en escuelas, tenemos ciertos grados de autonomía (por más que las escuelas, sin excluir mi centro de trabajo actual, quieran mantener un sistema hiper controlado y vigilado de lo que se enseña y cómo) que nos permiten navegar hacia distintas finalidades educativas, generando vínculos distintos.
Me explico: yo puedo cumplir con algunos de los objetivos didácticos que se me piden como personal docente en la escuela, “que los estudiantes identifiquen y analicen los conflictos territoriales, guerras civiles, guerras mundiales a lo largo de la historia”, y puedo, a la vez, tomar esta oportunidad para hablar de lo inevitable pero a la vez prohibido: los conflictos actuales.
Los niños y niñas son inteligentes y están conectados al mundo de una manera sin precedentes por las redes sociales. No es posible evitar que mencionen el tema del conflicto entre Rusia y Ucrania, o el genocidio que comete Israel contra el pueblo palestino el cual he decidido nombrar así, genocidio, durante mis clases cuando sale el tema.
Algunos estudiantes se han hecho de una postura: “No es genocidio y no es contra los palestinos, es una guerra y es contra Hamás”. A lo que respondo: “Pero, si es contra Hamás, ¿por qué el ejército de Israel ataca hospitales, escuelas, pide al pueblo que evacúe hacia supuestas zonas seguras para después bombardearlas?” Y responden: “es una guerra, en la guerra se destruye infraestructura”. Mi respuesta: “hasta en la guerra hay reglas ¿qué infraestructura se está atacando? ¿acaso no son las casas donde vive gente? ¿o los hospitales donde se atienden heridos? se supone que en las guerras no se puede atacar a la sociedad civil”. Allí se detienen los contraargumentos, hago un comentario más al respecto y continúo la clase sobre la segunda guerra mundial y el holocausto como genocidio.
Otro tema del programa de clase es sobre migrantes y refugiados. Este tema es complicado porque mis estudiantes son de diversas nacionalidades: Estados Unidos, Rusia, Venezuela, Colombia, México; han llegado a México en condiciones distintas, y pueden o no regresar a su país de origen. Como coincidencia, me encontraba leyendo en ese momento Los niños perdidos (un ensayo en cuarenta preguntas) de Valeria Luiselli, en el que relata su trabajo como traductora voluntaria entre abogados e infancias migrantes que ingresan sin documentos a Estados Unidos. Para introducir el tema les leo un fragmento del libro:
“Más allá de los peligros que suponen para los migrantes las bandas organizadas y los criminales, están también los policías federales, estatales y municipales, los militares, y los oficiales de migración, que operan bajo el paraguas de la Secretaría de Gobernación y que ahora están respaldados por nuevas y más severas políticas migratorias. Poco después de que en Estados Unidos se declarara la “crisis” de niños indocumentados, y tras una reunión entre el presidente Barack Obama y el presidente Enrique Peña Nieto, México declaró el “Programa Frontera Sur”, el nuevo plan antiinmigración del gobierno mexicano. El objetivo del programa, al cual se le asignó inicialmente un presupuesto de ciento dos (102) millones de pesos de los egresos federales, consiste en frenar la migración de centroamericanos a través de México [...] El Departamento de Estado de Estados Unidos le ha pagado al gobierno mexicano decenas de millones de dólares para que México detenga o filtre el paso de migrantes centroamericanos” y otros más de las experiencias de niños y niñas migrantes y sus razones para migrar: escapar de la violencia de pandillas, violencia familiar, pobreza, entre muchas otras.
Noto incomodidad en algunos estudiantes, particularmente en una de origen estadounidense, quien pregunta: ¿cuándo Estados Unidos dejó de imponer esto a México?”. Respondo: “nunca, esas políticas todavía siguen”[12] .
Reconozco que estos diálogos tocan temas delicados y prohibidos por ciertas autoridades (padres de familia, directores de escuela), pero no encuentro otra forma de crear procesos educativos con estos temas al centro, si no es con los problemas del mundo actual. Porque qué lugar sino en la escuela es donde estos temas pueden abordarse de manera segura, controlada, como objetos de estudio y de análisis. Porque sin un poco de rebeldía, sin cuestionamiento de lo prohibido, ni la izquierda ni la educación son posibles. Mi intención es que conozcan el mundo porque, como dice Arendt, ellos son los nuevos en este mundo. Mi responsabilidad es mostrárselos con el tipo de experiencia que genera la escuela, que de otra manera no vivirían.
Es parte del proceso educativo que yo muestre estos temas y que a ellos les llegue, les asuste, les indigne, les moleste, les sea indiferente o tengan una postura contraria a la mía. Así también, tengo la responsabilidad de permitir y proteger la novedad que mis estudiantes representan, el cómo van a cambiar a la vez que cuidar este mundo. Y eso solo pasa si ellos hacen algo con lo que se les enseña. Tendrán sus perspectivas distintas, porque son generación Z, porque son estadounidenses, porque son rusos, porque son venezolanos, porque son extranjeros viviendo en México, porque pertenecen a una clase social privilegiada, porque son estudiantes de escuela privada bilingüe, porque son humanos, porque son infancias, porque son sujetos de la esfera pública y común. No hay mundos plurales sin la novedad de las infancias que protege y promueve la educación. Y si no hay pluralidad no hay izquierda. ║
Palabras clave:
Bety Ortega
Izquierda
Pluralidad
Educación
[1] Bety Ortega es pedagoga y docente mexicana. Actualmente reside en Mérida, Yucatán, donde se desempeña como docente de asignaturas de humanidades y ciencias sociales. Desde hace varios años, sus causas son la justicia epistémica, social y ambiental. Es colaboradora de librevista. Su ensayo Analizando la identidad, un ejercicio de pensamiento decolonial https://www.librevista.com/premio-librevista-ensayo-2022-Analizando-la-Identidad-Un-Ejercicio-de-pensamiento-decolonial-x-Bety-Ortega.html compartió el primer premio en el concurso librevista de ensayo 2022.
[2] Byung-Chul Han, El Enjambre.
[3] https://www.gob.mx/amlo/documentos/carta-del-presidente-a-madres-y-padres-de-los-43-normalistas-de-ayotzinapa-378852 (mayo 2025)
[6] https://www.librevista.com/Contingencia-particularidad-solidaridad-y-equidad-x-Alejandro-Baroni-Marcenaro.html (mayo 2025)
[7] Hannah Arendt, La condición humana.
[8] Para analizar lo educativo de las luchas sociales: https://puedjs.unam.mx/goooya/la-huelga-de-1999-en-la-unam-una-mirada-pedagogica/
[9] Hannah Arendt, La crisis de la educación.
[10] https://www.librevista.com/docencia-y-adultocentrismo-reflexiones-x-Bety-Ortega.html (mayo 2025)
[11] Para un análisis filosófico de lo que es la educación recomiendo: Diker, G. (2016). educación. Diccionario Iberoamericano De Filosofía De La Educación. Ver en: https://fondodeculturaeconomica.com/dife/definicion.aspx?l=E&id=54 (2025).
[12] Un ejemplo de la ¿colaboración? entre México y Estados Unidos al respecto de la migración se puede ver en el siguiente documento oficial: https://usmex.ucsd.edu/_files/usmex-forum-2025_report_migration-es.pdf (mayo 2025)