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nº 66, noviembre 2025
Premio librevista de ensayo 2025
“Desde América se habla”
x A. Camila B. Rojas[1]

Este es un grito al cielo, clamado por una persona que vive una realidad en ruinas. A los 18, hay una larga lista de decisiones que los adultos desaconsejan con tono de advertencia: no te tatúes, no te mudes solo, no cambies de carrera, no estudies arte, no te tomes un año sabático, no salgas con alguien mayor, no te metas en política, no digas que no quieres hijos —“después te vas a arrepentir”. Pero curiosamente, nadie nos detiene cuando, a esa misma edad, se nos pide firmar un contrato invisible con el sistema: elegir una carrera para los próximos 40 años, planificar una vida productiva, trazar una línea recta desde la adolescencia hasta la jubilación.

Ilustración de Flavia Mauro, @flaviamauro77
Eso, paradójicamente, sí se espera que lo hagamos sin dudar. Aunque no conozcamos todavía la realidad del mundo, ni nuestras pasiones, ni nuestra salud mental, ni siquiera nuestras propias voces. Se nos pide decidir “para siempre” en una época en la que el “para siempre” ya no existe.
I. Una generación entre la urgencia y el colapso
Crecimos escuchando que teníamos todo el futuro por delante, pero también que el planeta se está agotando, que el mercado laboral se está volviendo obsoleto, que el bienestar mental es un lujo y que el amor romántico ya no tiene garantías. Todo urge: el éxito, la identidad, la estabilidad, la definición. Pero a la vez, todo tambalea: el empleo, el medioambiente, las instituciones.
¿Cómo se espera entonces que elijamos una carrera, una vocación, un lugar para vivir, si lo que nos rodea es inestable y lo que sentimos es confuso? ¿Cómo planear hasta los 65 si ni siquiera sabemos si llegaremos sanos, o cuerdos, a los 25?
II. La ansiedad de decidir “bien” y la trampa de no hacer nada
Decidir se convierte en una fuente de angustia. Porque si te equivocas, arrastras el error durante años. Y si no decides, sientes que te quedas atrás. Vivimos con la sensación de que si no te adelantas, te estancas. Que si no produces, no existes. Que si no eliges pronto, te perdiste de algo irrecuperable.
Entonces muchos deciden rápido, por presión, por miedo, por seguir la corriente. Otros se paralizan. Y ambos extremos terminan en lo mismo: frustración, insatisfacción, culpa.
La salud mental se resquebraja bajo esa carga. A veces se manifiesta en silencios prolongados, en una apatía que no se puede explicar, en ataques de ansiedad frente a formularios de inscripción o entrevistas vocacionales. Nadie nos enseñó que no elegir también es una decisión válida. O que cambiar de rumbo no es un fracaso, sino parte del camino.
III. El riesgo de vivir para cumplir expectativas ajenas
En ese vértigo, muchos terminan viviendo vidas que no les pertenecen. Carreras elegidas por miedo a defraudar. Relaciones asumidas por miedo a estar solos. Rutinas repetidas por miedo a romperlas. Y así, a los 20, uno puede sentirse más viejo que a los 50.
Lo más doloroso es que, si bien hay más información y más opciones que nunca, muchas veces esa abundancia confunde más de lo que aclara. Porque no se trata solo de tener opciones, sino de tener la calma, el acompañamiento y el permiso para explorarlas.
IV. ¿Qué salida nos queda?
No tengo una solución mágica. No vengo a decir qué hay que hacer. Solo sé que este ritmo no es sostenible. Que necesitamos bajarle el volumen al ruido externo para escuchar lo que de verdad queremos. Que tomarse un tiempo no es perderlo. Que el error no siempre es una catástrofe. Que la vida no tiene un único carril.
Tal vez la salida esté en permitirnos ser jóvenes de verdad: no en términos de edad, sino de libertad para probar, cambiar, equivocarnos, volver a empezar. En confiar un poco más en que el destino —o como quiera llamarse— se revela paso a paso. En hacer las paces con la incertidumbre y aprender a caminar dentro de ella, en lugar de intentar huirle todo el tiempo.
V. Decidir a los 18, sabiendo que no todo se decide a los 18
Quizás lo más valiente no sea decidirlo todo ya, sino aceptar que algunas cosas se decidirán después. Que no necesitamos tener el mapa completo, solo el siguiente paso. Y que vivir, al final, no es seguir un plan perfecto, sino ir descubriendo lo que nos hace sentido, incluso cuando eso no encaja en el molde.
Decidir a los 18 no debería ser un juicio final, sino un primer borrador. Ojalá algún día entendamos que vivir no es trazar líneas rectas, sino aprender a caminar sobre mapas en llamas sin perderse a uno mismo. Y que eso, también, es una forma de valentía.║
Palabras clave:
A.Camila B. Rojas
Premio 2025
Concurso 2025
Dieciocho años
Juventud
[1]
Me llamo A. Camila B. Rojas, tengo 19 años y soy de Cochabamba, Bolivia. Me considero, ante todo, una artista, alguien que no apaga su alma y que encuentra en cada forma de arte una razón para vivir.
Mi camino artístico se ha expandido en múltiples direcciones. Me formo actualmente en canto lírico, descubriendo el poder que tiene mi voz.
Paralelamente, soy atleta, una faceta que nutre mi resiliencia y el próximo año, daré un paso emocionante al comenzar mis estudios en cinematografía; todas estas artes junto con el deporte, me mantienen viva y enfocada.
Desde siempre fui poeta, encontrando en la escritura un refugio para salir del mundo que me rodea, siendo un espacio de libertad; esto me llevó a plasmar mi visión en este mi primer ensayo publicado, donde exploro la prisa con la que se nos exige decidir quiénes somos y la calma que hace falta para escucharse de verdad. Este ensayo es una manera de entenderme, de resistir y de acompañar a todas las personas que atraviesan por esta incertidumbre.
Mi propósito es simple: seguir creando, sintiendo y utilizando cada faceta de mi ser para mantener encendida esa llama del alma que encuentro en el arte, e inspirando a otras personas a encontrar y no apagar la suya propia.
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