Guerra social en el Uruguay: se puede salir por la izquierda, pero hay un problema grave

x José B. Olade Nieves (*)

Aquí sostenemos que ante los motines carcelarios, la demanda por más rigor y penas a jóvenes y adultos delincuentes, la resistencia a mejores salarios y seguridad social, la negativa a ampliar las prestaciones sociales, la apropiación de mayor riqueza y un consumo creciente, se puede responder y vencer por la izquierda.

El Presidente se reúne con líderes empresariales – sufriendo crítica infantil- para convencerlos de que inviertan, que miren a Brasil, que sus garantías será la cantidad de puestos de trabajo que generen. Sale al exterior a conseguir inversiones. Habla a la sociedad para que se forme en capacidades, en tecnología, en conocimiento, que se aspire a empleos de mejor calidad.

La burocracia poca atención le da, sigue inefablemente su camino, pero no es el mayor problema.

La mayor parte del empresariado local hace bien su papel problemático. Vende su tierra o arrienda, especula con inmuebles, no paga derechos de trabajadores rurales, se forma como excelentes importadores con varios pequeños negocios de bajo riesgo en paralelo. La mayor inversión productiva resulta ser de origen extranjero, que sí sabe que debe pagar leyes sociales, ofrecer empleos de calidad y, con esfuerzo dispar, terminar aceptando algunos cuidados ambientales.
Los ricos, medios ricos y privilegiados de la vida reclaman que se regala la plata a los pobres, sin pedir nada a cambio, fomentando vagos, dicen. Los nuevos ricos y medio pelo son los peores en esto, qué bien les sale el lloriqueo. Los que han formado a sus hijos aprovechando todos los beneficios que reparte la sociedad piensan que su posición privilegiada se debe exclusivamente a su esfuerzo y trabajo, sin deber nada a nadie. Ciegos egoístas, con manija de columnistas de prensa semanal a favor. Mientras se autoelogian, tales campeones del trabajo y esfuerzo individual pagan mal. Sus empleados no superan el promedio de diez mil pesos mensuales, y encima les retacean derechos. La mayor parte de los asalariados son diez mil pesistas. Los campeones del esfuerzo denodado propio deberían agradecer el pacifismo comprobado de tantos diez mil pesistas. Deberían bienvenir a sus escapismos. No pueden entender que muchos cambien de trabajo, que falten, laburen con baja productividad, que rechacen, no busquen laburo, ni laburen ni estudien, se escapen y, si pueden, roben a quien les roba, o roben porque es lo que saben hacer. Son entonces denominados vagos y delincuentes, drogadictos que ni estudian ni trabajan, jóvenes y niños que colman el ejército de la inutilidad y su subconjunto más peligroso, el de los presos. Y deben ser más castigados, gritan. Esa grave inconducta moral y actitud vagante- piensan- no tiene nada que ver con su propia conducta y valores morales antisociales, apoyados en un discurso liberal basado en la libertad individual del privilegio. Estos campeones son antisociales y marginadores, guerreros sociales discretos, disimulados, atrincherados en su discurso libre de culpa e impuestos. Son combatientes agresivos portadores del virus de la derecha.

En otra trinchera que no enfrenta la anterior, pero interactúa y se realimenta con ella, la cantidad de presos que delinquen contra la propiedad aumenta. Gran problema, pero no el peor. Son ya diez mil- otra vez el mismo número por ahora- y creciendo. Hay una cultura que los potencia, vale la pena ser chorro, da fama, es más fácil que trabajar para ganar diez mil pesos. Se drogan mal.
Venden droga mal. Se amotinan, se organizan, constituyen escuela y universidad, tienen medios, armas y líderes para hacerlo. Unos cuantos son nenes y nenas de cuidado que deben ser contenidos, que están ya por fuera del bien y el mal. Otros no. Los jueces, jurisprudencia y sistema de justicia al grito de la tribuna obran y pueblan tales universidades del delito, sin aplicar las posibilidades de las establecidas penas sin reclusión, como trabajos comunitarios o restitución de bienes robados, al mismo tiempo que penas con reclusiones seguras. La policía presta filtraciones de armas y recursos a los presos, bien remuneradas, y esto no puede ocurrir.

El virus de la izquierda, que no está en ninguna trinchera, ni debe estarlo, puede actuar sobre el exacto lugar donde se atrincheró la derecha. Ellos indican qué hacer. Se puede, hay recursos y buenos administradores.

La izquierda debe proponer una asignación universal a los menores de 18 años, sin contraprestaciones, sólo por haber nacido, sólo por ser jóvenes– como columna vertebral de otros programas educacionales, laborales, afectivos. Y balancearla impositivamente con el ingreso actual y dinámico de sus padres o tutores. Por ejemplo, si un niño nace en un hogar de bajos recursos que luego incrementa sus ingresos, se podrá recobrar la asignación o parte de la misma. Si nace en un hogar de altos ingresos, la asignación será desde el inicio recuperada a través de los aportes impositivos de los mayores.

A esta altura contemporánea, la izquierda ya debería reconocer a la relación laboral formal como insuficiente para combatir la pobreza y tratar más desigual a los desiguales. En el mundo está más que demostrado que el crecimiento del PBI no conduce a más equidad.

Y no más diez mil pesos. El salario mínimo nacional deberá continuar subiendo-más rápido, en algunos sectores muy rápido- para trabajadores sin hijos, y diferenciar positivamente a trabajadores con hijos.
Podrá fomentar un aumento de la población por el lado joven y crear más mercado interno. Así, los comerciantes seguirán reconociendo que cuando se cobran las asignaciones venden como nunca y podrán hacer más contribuciones impositivas.

El Presidente debe seguir hablando a los mismos oídos. Pero será bueno ampliar sus interlocutores, para liderar, deliberadamente.

Al mismo tiempo que conversa con los potenciales inversores, debería hablar directamente hacia sus simpatizantes y base electoral, que son mayoritariamente jóvenes, gentes de bajos ingresos y trabajadores urbanos y rurales, que lo consideran uno de ellos o cercano. Más liderazgo para con ellos, más indicación de caminos, más sugerencia, más confianza.

Pero el Presidente tiene un problema grave, el más grave de todos: está solo, él es su propio partido. El que lo llevó a la Presidencia está encerrado en sí mismo y pensando en el candidato de la próxima.

(*) Licenciado en RRPP

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