La mayoría distraída, o el apoyo masivo a las cámaras de tortura en el Uruguay

(El partido de la represión, unas décadas atrás)

El olvido y hasta diría el error histórico es un factor esencial en la historia de una nación. Renan

Aquellos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo. Santayana

 

Siguen apuntes sobre las responsabilidades civiles y militares en la dictadura que se desenvolvió desde comienzos de 1973.

También abundan comentarios sobre los enfrentamientos con armas (ni “cacería” ni “guerra”) entre dos grupos, digamos fuerzas conjuntas militares e insurgentes que devinieron en tortura por parte de los militares regulares o irregulares. Enfrentamientos políticos con armas, ambos confluyendo a cambiar el estado político del país, a sustituir la desgastada clase política vigente en ese momento, cada cual a su modo. Pero, para sectores militares e insurgentes que participaron en el enfrentamiento directo con coincidencias notables, o no tan notables si se mira bien, en diagnósticos, lenguaje, vida, relaciones sociales y muchas medidas instrumentales, en particular y anecdóticamente en no querer ser “instrumentos de la oligarquía”. En el caso específico del Cap. Jorge N. Tróccoli, integrante de las fuerzas militares, él enfrentó a quienes pudieron ser sus compañeros bancarios, si hubiera seguido, como lo tuvo planteado, la carrera bancaria. Y, si continuamos en la hipótesis, el bancario pudiera haber sido reclutado por un CAT (Comité de Apoyo a los Tupamaros) y terminar enfrentando a su amigo militar marino a quien acompañó a la escuela naval. Por si sirviera, un primo del Ing. Almiratti era el Coronel Almiratti, el Coronel Trabal tenía primos en el MLN (Tupamaros) y ¿qué universitario/a del MLN no tenía un padre, hermano, primo, tío o conocido cercano en las Fuerzas Armadas?

Cuenta Hannah Arendt (1): “cuando Kaltenbrunner le propuso que ingresara en las SS, Eichmann estaba a punto de ingresar en una organización de naturaleza totalmente distinta, es decir, en la logia masónica Schalaraffia”.

 

Sobre una voz militar diferente

Comenzamos, por algún lado, con el muy interesante libro de Daniel Gil(2), El capitán por su boca muere. Un primer comentario, es que el libro es fundamentalmente una respuesta o un análisis crítico de un libro político- La ira de Leviatán de Jorge Néstor Tróccoli(3), y más precisamente al pensamiento del autor, que expresa una propuesta al dilema de cómo pueden relacionarse civiles y militares en la posdictadura uruguaya, mientras deja entrever aspectos de la “guerra sucia” en las que tuvo participación, en Uruguay y Argentina, callando mucho y esperando acontecimientos. El trabajo de Gil se transforma, inevitablemente, en un texto con conclusiones al menos implícitamente políticas, junto con las psicofilosóficas, que dice el autor son las que le interesan y el objetivo de su trabajo. Por ejemplo, subrayar al Tróccoli torturador frente a la faz conciliadora de su planteo es una elección política de Gil.

Tróccoli relata sobre su persona, mostrando una evolución creíble, desde un involucramiento por las circunstancias, no fue bancario por casualidad y terminó despertando como alférez de marina, con una lógica militar por la disciplina no exclusiva de los militares, un compañerismo, rendimiento a códigos morales basados en el valor, el honor en claves particulares. Finalmente se transformó en soldado de un cierto nacionalismo cargado de un particular anticomunismo no necesariamente aprendido en las escuelas panameñas, aunque sí reforzado por ellas, enarboló banderas, contribuyó a otras como un antiliberalismo cerril, prejuicios morales, el culto del orden, la disciplina en un plano mitológico, antológico, y empuñó armas en pos de ellas. Fue un “profesional de la violencia” y torturó.

Puede aproximarse a ese proceso complejo, intenta, un rebelde sesentista que terminó defendiendo posturas e instrumentos, enganchando modelos de vida con los cuales no soñó cuando su rebeldía asomaba ,que le pesaron y no pudo abandonar en el calor de la lucha pero con las cuales se involucró y jugó por ellas, por un imaginario libertario y un nacionalismo adolescente, ignorante del socialismo real. O tal vez pueda atreverse a considerarlo un estudiante universitario lector de Marx, Bakunin, Lenin, Fernando Henrique, Dos Santos, Baran, el Proceso Económico del Uruguay, que un día se encontró con la orden o la compulsión de usar su arma cargada contra un blanco militar desprevenido y disparó.

Son distintos el alférez y el estudiante del capitán y el combatiente. Forman parte de la historia que podemos contar. Se construyen, según este relato.

 

Dos obviedades sobre la tortura

La tortura sistemática con el objetivo de obtener información, destrucción, comunicación a los involucrados y afines, no es una práctica sesgada de ideologías políticas, sino que debe deducirse de luchas por poder y el poder. Forma parte de la vida cotidiana de las sociedades, tolerada, soportada, disimulada, jamás confesada, librada a cancerberos, a verdugos, que hacen lo que no debe nombrarse, al mandado autónomo u obediente, banal o conciente de su deber. Según Michel de Certeau, citado por Viñar, la tortura es "una práctica administrativa de rutina, que crece con la civilización tecnocrática.... es un síntoma y un efecto inherente al poder... los torturados pagan el funcionamiento social del cual nosotros nos beneficiamos. Serían su reverso y su condición".

En situaciones de enfrentamientos sociales, cuando la tortura adopta un carácter masivo, ésta puede ser tolerada/aplaudida por el bando o partido represor, sus simpatizantes, por los desentendidos, por los que no se sienten tocados hasta el momento. Este es el caso uruguayo, como el argentino(4) y otros.

 

Sobre la ética de la guerra

El arte de la guerra es de importancia vital para el Estado. Es una cuestión de vida o muerte, un camino tanto para la seguridad como para la ruina. Sun Tzu

No hay diferencias sustanciales, éticas o instrumentales, cuando de guerra se trata.

Hay, fundamentalmente, vencidos y vencedores. En un enfrentamiento prolongado, existen vencedores que puedan mantener su victoria o no, vencidos que puedan revertir su derrota o no.

En su libro mencionado, Gil restringe al nacionalsocialismo la utilización de los numerosos tomos del prusiano General Karl von Clausewitz(5) sobre la guerra. Debe recordarse que, por ejemplo, en documentos del MLN y en la bibliografía leninista pueden encontrarse fácilmente influencias del almirante. Anuda Clausewitz : “Hasta ahora, para profundizar la contradicción que existe en la naturaleza de la guerra, en relación con los otros intereses humanos, individuales o sociales, nos hemos vuelto hacia todos los lados, a fin de no descuidar ninguno de esos elementos antagónicos; como esta contradicción está fundada en el hombre mismo, la razón filosófica no puede resolverla. Ahora, busquemos la unidad en la cual esos elementos contradictorios se reabsorben en la vida práctica y en ella se neutralizan parcialmente...Esta unidad consiste en el concepto de que la guerra no es más que una parte de las relaciones políticas y, en consecuencia, de ninguna manera es una cosa independiente (sub. por el autor) ...... afirmamos ...que la guerra no es otra cosa que la continuación de las relaciones políticas, con el agregado de otros medios. Decimos que se agregan nuevos medios para afirmar, a la vez, que la guerra misma no hace cesar esas relaciones políticas, que ella no las transforma en algo de hecho diferente, sino que estas relaciones, en su esencia, continúan existiendo, cualquiera sean los medios de los cuales se sirvan”.

Y, por si el campo suficientemente regado de sangre en varios lugares ideológicos del planeta no fuera percibido, diremos que la guerra , “un acto de fuerza “ sin límite para su aplicación ha sido practicada en nombre del nazismo en el holocausto judío, la "ciudad de Dios" de san Agustín, el socialismo real y por la civilización occidental y cristiana, cuna del psicoanálisis, con escrúpulos exclusivamente propios de la ideología de cada guerrero.

¿Hay guerras limpias y guerras sucias? ¿dónde están los límites? ¿hay metodología limpia y sucia? El médico que verificaba el estado físico del torturado y decía que estaba “bien” para continuar su máquina o inyectaba drogas ¿actuaba limpiamente? ¿actúa limpiamente? El abogado que construye chicanas jurídicas para evaporar desapariciones de niños comprobadas ¿es limpio?

La guerra que supera su enunciado es sucia, siempre.

Así como para evaluar a los seres humanos es conveniente mirarlos a la distancia, el mando de una guerra debe hacerse a distancia(6), como se está logrando. Insoportable es cuando se sienten los olores, los gritos. ¿Cómo soportar los efectos del agente desfoliador naranja diluviado sobre las selvas, con sus tumores y deformaciones vigentes treinta años después de la caída de Saigón, entre los que lo vieron caer sobre sí mismos y los que lo manipularon ? Entiendo que Spielberg hace un alegato antibelicista mostrando los horrores de la guerra en las playas de Normandía en Rescatando al soldado Ryan . No se puede mirar de cerca. Sí tenemos guerra en vivo y en directo por TV cuales fuegos artificiales. Con tal anestesia en la “era de la información”, la destrucción de escuelas tomadas por arsenales se vuelve digerible, sus colores al volar construyen un arte contemporáneo. Escribió André Maurois(7): “El filósofo: Soy francés, amigo mío, y civil. Mis antepasados, como los suyos, han tenido entronques guerreros. Me encanta andar tras los tambores y clarines. La vista de sus grandes jefes macizos y caprichosos llena de satisfacción al aficionado a los cuadros que hay en mí. Sin embargo, lucho por conservar libre mi espíritu, y los hombres cubiertos de colores vivos, llevando en sus brazos galones de oro que le dan fuerza dialéctica, me inspiran una gran inquietud. Odio la guerra porque me hace su esclavo, mucho más que a causa de sus peligros. ‘Quien a los cuarenta años no es antimilitarista es que no ha sido nunca militar’ ".

Maren y Marcelo Viñar (8) se preguntan y responden: “¿Este horror que nos toca asimilar (el de la tortura y demás) es el mismo horror sanguinario de las patriadas fundadoras? No hay duda de que no. No es lo mismo la pasión enloquecida en la que se arriesga el cuerpo y se pone el alma, que la aplicación cínica y calculada, administrando burocráticamente una doctrina y un programa importados cuya existencia real o legendaria no se discute desde que se logra hacer una lectura minuciosa de sus efectos y consecuencias.”

Si un punto es arriesgar el cuerpo y poner el alma, debo decir que hay mucha derecha pasional que hace lo mismo, uf. La aplicación cínica y calculada, burocrática -agravante de un delito frente a un tribunal- hace diferencia para antiguos guerreros de a caballo. Pero los medios y tiempos no hacen diferencia. Puedo dudar si el coracero a caballo apalea sanguinariamente con su alma al manifestante, pero no es descartable. O si el artillero que oprime la tecla de su computadora y destruye con un misil una escuela , lo hace con pasión.

Cualquiera que haya expresado discrepancias frente a ramales de izquierda autoritaria en la cárcel o en el exilio, sufrió y sabe que se expone a represalias violentas y destructivas que sólo pueden frenar las derrotas a manos de terceros. No es correcto(2) afirmar genérica y generosamente que en los años de enfrentamiento con armas hubo la diferencia ética de que un bando prefería su propia muerte al asesinato y el otro mataba al enemigo naturalmente. Los primeros años guerrilleros, de la propaganda armada, etcétera, no contenían la intención de agresión, salvo en defensa propia, pero tal estrategia, como era previsible, derivó en dialécticas con enfrentamientos, donde la ética, las éticas estaban mezcladas. Así cayeron personas que no estaban involucradas directamente. Las cantidades sí fueron diferentes. Los militares profesionales de la violencia, represores de movimientos sociales, agredieron a innumerables civiles de a pie, sindicalizados o no, parientes o no, tomándolos por "subversivos". Porque eran sospechosos, tales enemigos eran difusos, su lenguaje y apariencia estereotipadas, eran de temer.

No debería asombrar (2) que militares afirmen que “a las Fuerzas Armadas se les ha confiado la custodia de los bienes espirituales y materiales de la Nación”. En pocos documentos oficiales se expresa tan clara y ambiguamente quién custodia, quién defiende los bienes dominantes, de los poderosos, espirituales y materiales y quién no debería permitir que cambien tales bienes y valores establecidos. Aunque los resultados puedan ser ingratos para sí mismos. Alfredo de Vigny (9) apunta: "El hombre a sueldo, el soldado, es un pobre héroe, víctima y verdugo, cabeza de turco sacrificado, día por día, a su pueblo, que se burla de él; es un mártir feroz y humilde que se arrojan el Poder y la Nación, siempre en desacuerdo. ¡Cuántas veces, cuando me fue forzoso tomar una parte oscura, pero activa, en nuestras perturbaciones civiles, he sentido indignarse mi conciencia contra aquella condición inferior y cruel! ¡Cuántas veces he comparado aquella existencia a la del gladiador! El pueblo era el César indiferente, el Claudio burlón, al que los soldados, desfilando, decían sin cesar: ¡ Los que van a morir te saludan! "

Y en la historia uruguaya de los años 71-73, la que podemos contar como la de un enfrentamiento con armas y diálogos inesperados, respetos y consideraciones aparentemente asombrosos, compromisos (10) de palabra cumplidos al precio de años de cárcel o de arruinar una carrera militar. Ocurren por ejemplo las investigaciones de ilícitos y una redacción espontánea de comunicados sorprendente donde asoman coincidencias que la tortura y el terrorismo no disimulan (o no debieran). Gestualidades, respetos y diálogos que perduran treinta años después cuando se admite públicamente una coordinación para lograr una paz en el País Vasco.

“...Quizá se desprecia mucho a aquel a quien se mata. Pero menos que a los otros”

-¿Qué a los que no matan?

-Que a los que no matan: los vírgenes”

André Malraux, en La condición humana

 

Más sobre la ética de la guerra (11)

 

Sobre el apoyo civil y la memoria social

¿que fue lo cívico y qué lo militar en la dictadura?

Sobre el advenimiento de la dictadura son comunes varias teorías: 1) el demonio tupamaro quebró las instituciones (Sanguinetti cada vez que puede) 2) fue el demonio militar (izquierdosa) 3) ambos dos demonios, tupamaros y militares destruyeron la democracia (de partidos políticos que se consideran ajenos) 4) la sedición armada y la subversión nos obligaron a asumir nuestras responsabilidades, y fuimos llamados por los políticos (versión militar oficial) 5) la versión que parece adoptar Jorge Batlle, al afirmar que el estado es culpable al abrir, desde el Parlamento y Ejecutivo, las puertas para la acción militar y torturante.

Para estas visiones, la sociedad estuvo ajena, impoluta en la caída democrática, la instalación de la dictadura y su “proceso”. No es así . Tal vez por ello mismo las dificultades para reconocer estas historias, que todavía no son historia, con muchos participantes vivos de todos los bandos, ejecutores y simpatizantes, culposos y culpables.

Tal vez porque se replantean diariamente aquellos conflictos, con otras formas y nombres

en el sistema de partidos políticos y las relaciones de poder

Y no son historia, para nada. Los archivos no están abiertos, o desaparecidos, los testigos están mudos, los participantes relevantes miran, desde el presente, desde su partido, su institución militar, sus camaraderías o, su familia, al pasado. Los segmentos involucrados y no tanto, callan.

Maren y Marcelo Viñar (8) admiten que, cuando plantearon rescate de memoria, el consenso de “ borrar y cuenta nueva”, les mostró, aún entre sus pares psicólogos, rechazo, silencio, e irritación, “un malestar no bien definible empuja al encono y la ruptura”. Marcelo Viñar habla sobre la función de la memoria como recurso para triunfar sobre el torturador y sobre la desaparición de la memoria como la derrota. Y se pregunta: “¿hay que buscar esa memoria- como soporte simbólico- y el olvido- como función de supresión y desconocimiento- solamente en la arquitectura individual de la personalidad? ¿O hay que buscarlos en la trama colectiva de la memoria social, en sus modos de tratamiento de los efectos intolerables de la violencia social?”

Lo que se preguntan Gerardo Caetano y José Rilla (12) acerca de si efectivamente el autoritarismo nació en el 68-73, como una veta alternativa para la investigación, entronca con la pregunta de Viñar.

Estas líneas intentan responder a cómo actuó el "imaginario social", antes y durante el golpe, por qué el encono y la ruptura a flor de piel aún cuando se enfocan hechos veinte o treinta años después de ocurridos, cuáles son las responsabilidades civiles, individuales e institucionales en la caída democrática.

Aldo Solari (13) habla del alivio que significó el golpe para buena parte de la población, harta de paros y huelgas, y afirma además que el apoyo civil al “proceso” fue escaso y menguante con el transcurso del tiempo. Conviene discutir esta afirmación tan extendida.

Para empezar, recordemos la justificación relativamente masiva que tenía la tortura militar y policial, entre los que miraban para otro lado, entre los que integraban o deseaban heredar el Uruguay del pasado, del conservadurismo, de los que sentían mover su piso con las manifestaciones, las huelgas, el pelo largo, la barba y la “gloriosa minifalda”. Ni está de más traer aquí la relativa popularidad silenciosa que logró una primera etapa (14) del régimen cívico militar, tan cívico como militar, (la comisarial según Luis E. González, o la continuidad del impulso inicial visto desde otra perspectiva) , el impulso de cierta burguesía no tradicional sin "partido militar" sindicatos a la vista, que prolongó un consenso, una base social que legitimó, jugó a ganador y fue luego desgastada por los desastres económicos, la incapacidad cantada de la corporación militar de situarse al margen de las clases sociales y los grupos de poder que pugnaban por crecer y relevar a los tradicionales poderosos, premiándolos siempre en perjuicio de los asalariados, la creciente oposición política, de jóvenes reprimidos en sus ambientes, la estrechez política que termina en el fracaso de intentos, de alguna fracción, por constituir un “partido militar” de masas, institucionalizado y en la puesta a plazo inédita de la dictadura . Conviene recordar al 42% de los votos válidos que votó el SI a la Constitución “civica-militar” en el plebiscito de 1980, más de setecientas mil personas, cuando el régimen estaba ya lejos de sus comienzos y se lo había visto operar.

Por su parte, las asociaciones empresariales y colegios profesionales supieron aplaudir corporativamente las medidas que los beneficiaban, combatir las otras, adaptándose con relativa facilidad a las nuevas condiciones políticas, pasando a ser interlocutores privilegiados para el relativamente autónomo "partido militar", descubriendo la lucha descarnada de fracciones en la burguesía y el bloque de poder, corriendo velos que el sistema de partidos políticos y las simplicidades académicas e ideológicas construyen para disimular tales duros desaguisados (ejemplos usuales construídos: la "oligarquía", el "neoliberalismo", el "sistema democrático", el "presidente de todos los orientales", etcétera largo). Ese reacomodo en las esferas de poder administró su silencio, y no implicó en la mayoría de las asociaciones civiles, instituciones profesionales, religiosas, deportivas, pronunciamientos públicos de apoyo o disgusto con el régimen despegado e ingenuamente autosuficiente. (hay excepciones)

Los medios de prensa, radio y TV siguieron atentamente el estado de opinión de sus clientes, mostrando un obsecuente diario El País, servidor de éste y todo régimen represivo y conservador, un timorato y contradictorio El Día, ubicaciones que cambian algo luego del plebiscito de 1980.

 

En Los límites del terror controlado. Los hacedores y defensores del miedo en el Uruguay, Juan Rial (15) ilustra los mecanismos del terror controlado: “la espiral del miedo se extendía y difuminaba sobre el resto de la sociedad a partir de este centro de represión que tenía por corazón a los dos establecimientos militares de reclusión” (Libertad y Punta de Rieles)..”todos en común tenían por referente la presencia de la amenaza, que partía .. de los mecanismos para vigilar... que se complementaban con los de castigar... porque la mayoría quería sobrevivir y por ello actuaban de acuerdo a esa lógica del miedo, sin gritar, sin protestar, en silencio, algunos esperando que ese mal durase poco y no los consabidos cien años, otros desesperanzados, tratando simplemente de eludir que les tocase a ellos ...Los límites del terror, eran el control impuesto por el propio régimen al manejo del mismo. No se trataba de llevarlo a indiscriminados genocidios. Se trataba de atemorizar efectivamente y la ‘economía’ con ello se logró eficazmente lo que está mostrando, en buena medida, que el experimento resultó exitoso”.

No puede dudarse de la existencia y eficacia de estos mecanismos de vigilancia y castigo. Lo que sí debería investigarse es si la cultura del miedo fue la única (creemos que no) y aún la predominante. Esta cuestión parece clara al largarse la represión general: unos cuantos, bastantes, aplaudían, otros, muchos, justificaban silenciosamente. Luego de consolidarse el régimen, el silencio, ¿era sólo producto del miedo? ¿cómo ponderar miedo, tendencia a la “servidumbre voluntaria que anida en el corazón de los seres humanos”, burguesías ascendentes, beneficios empresariales, lobbies importadores, institutos de enseñanza privados emergentes, de nuevas capas medias, sustitutas de las emigradas, nuevos fotografiados en las páginas de sociedad, empresarios y microempresarios sin lastres sindicales, desfiles “cívico-militares”, “fuerzas vivas”? La visión del estado todopoderoso de terror y sus instituciones subestima las legitimidades otorgadas, conveniencias y políticas que anidan en la sociedad cambiante, no tan inocente ni exclusivamente aterrada.

Rial concluye demasiado rápidamente y sin desagregaciones que la población no respondió al esfuerzo por “dotar de contenidos populares al proceso.”

Como datos ilustrativos de apoyos sociales: en la desatendida bibliografía del propio Rial y de Carina Perelli se habla de un ejército paternal y popular(15)” que, ocupando 21.269 personas en 1970, pasa a emplear 38.545 en 1978, en un “evidente proceso de cooptación de sectores populares” y cubriendo con sus servicios de sanidad hasta 390.000 personas. Puede considerarse que el arco de simpatizantes iba más allá de la influencia de tal paternalismo

En las elecciones de 1971, quince meses antes del golpe de Estado de febrero, más de seiscientas mil personas votaron al reeleccionismo de Pacheco Areco (Bordaberry) y al Gral. Aguerrondo, éste último jefe de golpistas, con intereses, maniobras (y coqueteos varios) durante el gobierno de Pacheco y ambos con respuestas autoritarias, por “la restauración del orden frente al caos”.

Los cruzados restauradores fueron acompañados-llamados en sus lemas por liberales, nacionalistas y socialdemócratas quienes sumaron sus votos a los triunfos conservadores (sus memorias no pasan por aquí, suelen recordar exclusivamente a los alzados con armas) Un mal cálculo (sic) que produjo luego su propia proscripción y persecución. “La política, al recurrir a la guerra, evita todas las consecuencias estrictamente lógicas que se deducen de su naturaleza; se preocupa poco por las posibilidades finales y se atiene a las probabilidades inmediatas. Ciertamente que así introduce mucho de incertidumbre en todo el asunto, que se convierte en una especie de juego; pero todos los Gabinetes se creen más hábiles y perspicaces, en ese juego, que sus adversarios y esto es lo que les da confianza en su propia política” (Clausewitz (5)) No es error sostener , tomado como consecuencia aquí, que muchos votantes de esos candidatos liberales supieron mirar al costado cuando de tortura se trataba (debería poder cuantificarse) Es insostenible afirmar, por otra parte, que las mayorías parlamentarias de entonces estaban distraídos y desconocían las prácticas de tortura en el país cuando extendían a quince días el plazo para pasar a juez.

“Nos equivocamos. Les dimos facultades que no se usaron para aquello que se pidieron... quizás en alguna oportunidad hayamos olvidado que para imponer la libertad, el arma más poderosa que el hombre ha inventado es la propia libertad” Wilson Ferreira Aldunate (17), 12 de abril de 1973.

“Al vacío de poder, se sumó el vacío de opinión”, un “plebiscito por ausencia”

(Carlos Quijano (17)) La gente se puede hacer matar por valores reales y por instituciones vivas, pero nadie muere por apariencias.. Cuando Bordaberry convocó a la población y “consiguió 150 personas, de las que la mayor parte eran parientes, estaba cosechando la destrucción profunda de toda fe en el sistema institucional”( Juan Pablo Terra (17)) Como apunta María del Huerto Amarillo, las FFAA preguntaron (18) duramente dónde estaban los dirigentes políticos (y sus representados, agrego) durante la “crisis” de febrero, léase golpe, como reclamándoles responsabilidad y destilando odio contra el Parlamento.

¿cómo se interpreta este reclamo?

Sin embargo, si bien existía un vacío de poder, no existían vacíos de opinión.

La base social para el golpe de febrero no era poca, sin entrar a ver aquí las causas, y los justificativos para la tortura no faltaban en la cabeza de mucha gente. (buscar alguna encuesta de la época) ¿Cuántos de los milicos a cargo de presos políticos fueron colaboradores de la tortura sin que tuvieran orden ni obligación de hacerlo? ¿cuántos oficiales y tropa desertaron? ¿Cuántos y cómo los médicos asimilados fueron copartícipes con iniciativa? No está estudiado aún.

Lo que se puede afirmar por ahora es que había una corriente de opinión y de actuación civil, atenta y distraída, a favor de la represión y la tortura que corporizó, concientizó en la policía, las fuerzas armadas, las fuerzas militarizadas, que no tuvo manifestaciones civiles explícitas a favor, pero que era dejado hacer. No hubo un partido “civico-militar” formal, pero sí actuaba el tal partido reprimiendo los heterogéneos cambios propuestos desde la izquierda y parte del centro, intentándolo todo desde la variante política nacionalista hasta la liberal-importadora. Eran un nuevo partido, en el sentido de opción política, ya en el 71-72, primeramente ejecutores de la represión, la que deriva hacia algo más, luego.

En el entorno de los treinta años de edad, los ejecutores militares más activos aprendían rápidamente en el Batallón Florida. Por ejemplo, movieron el “plan Amodio” (publicación de un libro acerca de las relaciones MLN- partidos políticos) cocinando en paralelo las negociaciones acerca de frenar torturas, a cambio de la rendición del MLN.

 

Los militantes militares

Decía Carlos Real de Azúa (19) acerca del ejército: “Lo hizo exitosamente (eliminar la actividad subversiva)... a partir de abril de 1972 en que el recurso a las ya clásicas recetas del coronel Massu no tuvo ya disimulo... Pero en esta actividad, ese mismo ejército descubrió por el camino una serie de realidades nacionales respecto a las cuales vivía muy ajeno... la lucha contra los tupamaros se convirtió en una de esas relaciones “agónicas” o “agonales” en las que, mediante una dialéctica de interacción, de acción recíproca, algunas, o muchas, o todas las posiciones del enemigo son percibidas y conceptualmente procesadas por el rival....Para los niveles medios de la oficialidad encargados de la tarea, a través de la relación agonal que es el interrogatorio al detenido se hicieron por lo menos “ideas a pensar” (según Vaz Ferreira decía) algunas actitudes o dictámenes sobre el problema uruguayo de la tierra, sobre la mediocridad o venalidad del personal político y alto-administrativo, sobre los lazos de dependencia económico-financiera y política que sujetan al país, sobre la modernización de sus instituciones, sobre las posibilidades y el drama de su juventud.”

Como nos regaló inefablemente Vivian Trías en la Asamblea General : “capitanes, tenientes, alférez, que lucharon en la calle” y “fueron descubriendo las verdaderas causas que provocaron la emergencia de los guerrilleros” y “de un Uruguay en manos de unos pocos privilegiados, que manejan la economía nacional y la vida pública en su provecho”. recibiendo una “labor de catequesis” como ironizó más precisamente el digno senador Amílcar Vasconcellos.

No es arriesgado decir que en general, salvo excepciones, el conjunto indiscriminado de los mandos medios de las fuerzas armadas, que contribuyó decisivamente al triunfo de la dictadura cívico-militar, enviando a la justicia militar a 4.933 personas, a detener sin proceso aproximadamente a 3.700, a “desaparecer” 140 personas, robar niños, a indagar, detener, internar, perseguir y problematizar a muchos miles más simpatizantes o sin conexión alguna con los combatientes, actuó, apoyándose en la legitimidad brindada por una parte importante de la población, utilizando diversas formas de tortura como instrumentos principales para obtener la información - siendo la tortura y alguna seducción un instrumento más efectivo que la inteligencia militar- como militantes de un partido cívico-militar por la restauración del orden, la incertidumbre cívica, la represión sindical, la reivindicación corporativa militar, la búsqueda de un nacionalismo de derecha, y la superación de instituciones aletargadas. (Es parcial, aunque importa, lo que afirma Marcelo Viñar (8): “el objetivo manifiesto de obtener informaciones y confesiones es accesorio en relación con el proyecto último de aterrorizar y someter; el blanco es más la colectividad que la propia víctima”) Fueron militantes políticos, con sus etapas y grupos (ver J.D. Lavilla, (14) 1984) Posteriormente, en marcos estrechos de ciencia política institucionalista, Juan Rial les ha llamado “soldados políticos”(16) de un “partido militar sustituto” corporativo y estatalista.(1986)

“La diferencia entre nosotros y los peruanos residía en el General Velasco. Nosotros contábamos con el apoyo de un número mucho mayor de coroneles y oficiales, pero nos faltaba un general” Cnel. Ramón Trabal.(20) Luego de la derrota de la o las fracciones “dialoguistas” en Boisso Lanza (cuenta Fernández Huidobro, hoy asesor en Defensa Nacional, que se llegó a dialogar con al menos dos grupos, que eran vigilados por otros, etc.), aparecieron los estilos militares posgolpe , sin la catequesis de izquierda, y/o opuestos a ella, con más dosis corporativa y coagulación, coordinando según el plan Cóndor, con centros clandestinos de detención, aplicando las mismas técnicas de tortura, matando mujeres y robando sus niños, eligiendo electrodomésticos, cazando y canjeando dólares, extendiendo y contradiciendo los objetivos de los comunicados (14) militares de febrero. La metodología indicaba la corrupción de algunos impulsos iniciales.

Estos militantes se construyeron en esa relación agónica, se desdibujaron, murieron y resucitaron en las ondas de la burocracia militar, desconfiaron y retornaron a la autoridad de los “viejos”- una historia de autoridades y obediencias que no se conoce aún- vacilaron ante las camarillas civiles, crearon lealtades y fracciones a la interna suficientemente tapadas, resolvieron sus conflictos con asesinato, traslados, degradaciones, retiros, no siempre subsistieron gracias a sus escasos triunfos militares y mucho más se beneficiaron por las demoliciones en las cámaras de tortura. El plebiscito por la caducidad de la pretensión punitiva del Estado les evitó procesamiento y cárcel, mantuvo secretos y grandes ignorancias sobre sus posturas, acciones, fracciones, responsabilidades, todo ello en búsqueda de historiador. El resultado del plebiscito no borró a los 140 desaparecidos, pero mantuvo vivos a los militantes, aún encerrados en el silencio y lealtades (resulta riesgoso hablar) algunos envejeciendo retirados, otros ascendiendo en la escala militar y asesorando al Comandante en Jefe como resabio de un partido hibernador que subsiste, más o menos desapercibidos, obligadamente, sujetos a la interna y sus apoyos en el poder político civil. Su triunfo militar no fructificó en triunfos políticos aunque sí culturales profundos.

Hay que reconocer que fueron militantes de una causa que anidaba en mucha gente, mucha gente que hoy vive desapercibida que aplaudió desde el fondo de su corazón a las cámaras de tortura para terminar con el caos, la angustia, la inseguridad que vivían. Que cambió luego su voto sin solución de continuidad, con naturalidad y sin sorpresas. O que las vio como un mal necesario, fría y utilitariamente consideradas, en bien de la felicidad pública o, de la propia. Y el precio no les importó y no les importó que se llevaran al vecino o al compañero de liceo, sabiendo que iban a la tortura, porque “algo habrían hecho”. Era a la uruguaya, sin aplausos, más o menos libre de culpa, sin alegría pública, un silencio distraído de la sociedad civil, captado desde demasiados sillones parlamentarios opositores al régimen de la Constitución naranja estirada en su versión pachequista, cuando votaban suspensiones de garantías individuales, extendiendo los plazos de interrogatorio que posibilitaban la tortura eficiente. Un estado de aceptación (21) es lo que lleva a los militares hasta la mitad del camino del poder”

Los militantes militares fueron convocados por una causa que pertenecía a la sociedad, a un segmento importante de la sociedad, de escasa manifestación pero poderosa presencia, más poderosa que la marejada humana que movilizó la gran huelga general llamada tardíamente en junio de 1973. Los ejecutores iniciales, redactores de comunicados, etc. fueron cultivados además desde una izquierda que interaccionó con ellos compartiendo el objetivo de terminar con la democracia desvalorizada y encarar reformas nacionalistas (y también frenar las torturas).

Reconocer la pertenencia militar a uno de los márgenes de esa fractura societal, que los sostuvo y alimentó, sin borrar las responsabilidades personales e institucionales de los ejecutores, podría ayudar a encontrar las tumbas de los desaparecidos, entre otras cosas. Es básico que se abandone las teorías de los demonios políticos extrasocietales, más allá de un reconocimiento de culpa estatal actual. Tal vez lo que más importe: los "estados de aceptación" de la violencia política, estatal, torturas, de la fractura como método no desaparecieron treinta años después, simplemente integran compulsivamente la democracia política, contando con otros ejecutores.

 

Las personas corrientes y la dictadura

La discusión de si hay un torturador o un genocida en cada uno de nosotros no es inmoral, sólo refleja una curiosidad aterradora acerca de cómo personas corrientes pueden causar daño grave a otras , mientras continúan con sus actividades “normales” criando a sus hijos, acostándose con sus esposas, concurriendo a su comunidad religiosa, molestándose por excesos morales de otros, defendiendo sus ideas y seguridad.

La discusión acerca de si hay una regla acerca de la bondad o maldad de los seres humanos escapa a mis conocimientos. Son demasiado abundantes los ejemplos de maldad empleados por las mejores causas y de bondad aparecida en situaciones límites, de dignidades en personas corrientes torturadas y de carceleros que facilitaron la vida a sus prisioneros.

¿Era el cap. Tróccoli una persona corriente que se encontró en una situación compleja, indeseada, conviviendo en la fuerza armada, esa “masa artificial” de que habla Freud? El proceso personal es complejo y en el Uruguay cualquiera podía acceder a la oficialidad armada, por opción profesional. Pero el alférez Tróccoli se transforma en el capitán consciente de sus deberes y decide ser ejecutor del partido de la represión.

Daniel Goldhagen (22), en su trabajo Los verdugos voluntarios de Hitler, los alemanes corrientes y el holocausto, sostiene que “ es posible demostrar rápidamente que las creencias de que aquellos hombres contribuyeron al genocidio porque les obligaban a hacerlo, porque eran ejecutores irreflexivos y obedientes de las ordenes del Estado, a causa de la presión psicológica social, a las perspectivas de mejora personal o a que no comprendían o no se sentían responsables de lo que estaban haciendo, debido a la supuesta fragmentación de tareas, es insostenible”. Goldhagen aporta contundentes evidencias de que la ideología del antisemitismo eliminador, tan extendida en Alemania en esa época, era la motivación de los ejecutores y colaboradores del genocidio, sin que fueran necesariamente nazis.

Por su parte, Tróccoli relata “No había para nosotros, órdenes explícitas de torturar, tal vez se haya dado en algún caso que desconozco. El gran mensaje implícito era que había que participar y que no se podía perder, porque esa y no otra es la finalidad última y principal de un ejército: ganar la guerra. En la defensa o el ataque, en forma elegante o desprolija, con uno u otro método, pero ganar, lo único que un pueblo no le perdonará nunca será la derrota, el no cumplir con aquello para lo que fue creado. No podemos ver entonces la situación a la luz de un Régimen de Obediencia Debida, no puedo ser un cínico y cobarde diciendo que ‘yo me limitaba a cumplir ordenes’ (23).

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Las detenciones cuidadosas que hacen tanto Tróccoli como Gil en las investigaciones de Stanley Milgram, publicadas como Obediencia a la autoridad, una visión experimental, 1969, el primero para sugerir una posible aplicación de sus resultados al enfrentamiento con armas uruguayo, el segundo para invalidar tal aplicación, son innecesarias. La obediencia a la autoridad está descartada como móvil para la tortura en esa situación, aún de autoridad legitimada y dentro de los canones morales aceptados. Los torturadores eran militantes responsables de una causa societal y política.

 

Fracturas de memoria

La frase de Renan hace del olvido una medicina para superar horrores y sus responsabilidades. El lapsus señala problemas. No tengo una opinión contundente. Viñar y Ulriksen de Viñar afirman que sólo la memoria puede exorcisar el horror vivido y preparar las condiciones para un olvido constructivo. Estos autores proponen pensar “que frente a la experiencia de terror, la sociedad uruguaya está escindida en dos actitudes inconciliables. Para unos, la vida siguió y el terror fue un detalle en el curso de la historia; para otros, fue una convulsión que rompió la continuidad de sus destinos y los obligó a cicatrizar heridas a veces irreparables. Proponemos pensar que esta fragmentación de la memoria (8) y del proyecto colectivo inaugura- por la vía del horror y la violencia - un mecanismo disociativo que corroe y corrompe el lazo social”.

Es bienvenida la invitación. Lo que tratamos de subrayar aquí es que los orígenes, si hubieran, del horror y la dictadura están anteriores a los años sesenta y setenta y tienen raíces en la historia y la mentalidad de los uruguayos. Obviedad no siempre visualizada.

¿Tenemos que recordar las torturas en la “dictablanda” de Terra (24), documentadas? ¿ las torturas cotidianas de la investigación policial? ¿los apaleamientos a mujeres y niños en el Cerro de los frigoríficos? ¿la violencia institucional permanente, práctica de rutina de la civilización? Es claro que a comienzos de los setenta comienza una práctica masiva de tortura en el Uruguay, con ejecutores variados, pero, siempre legitimados por los poderes superiores y un consenso variable de opinión pública. Las condiciones para la dictadura fueron de compleja creación pero, siempre se asentaron en fracturas de la sociedad. El paso adelante que nos arrastró al abismo fue dado después de haber llegado al borde. Las mentalidades estaban fracturadas, y resultó imposible conciliar el cambio siempre caótico con el orden. El mecanismo disociativo era anterior al reconocimiento y práctica del horror. La tortura masiva no inauguró la disociación, echó agua sobre mojado.

Tampoco debe sorprender que “entre los que padecieron la tortura y el exilio (8)- interior y exterior- el diálogo ha sido difícil o imposible de reanudar, y ...prevalece la denostación y la condena de lo diferente”. Esta es una cultura vieja, muy autoritaria, la de las aplanadoras en las asambleas y congresos, la intolerancia del diferente, el uso libre de “traidor”, que vació de contenido la palabra “unidad”. ¿puede dudarse del destino de los discrepantes, por ejemplo, de los que dialogaron sin autorización con otras fracciones militares, en manos de estos muchachos?

Los sentimientos y acciones de solidaridad entre los presos suelen ser innumerables e imborrables para, en particular, los presos uruguayos de la dictadura. Y puede afirmarse con certeza que fueron escasísimas las colaboraciones voluntarias o semivoluntarias para con los militantes del régimen, pero también puede afirmarse que los perfeccionados métodos de tortura, con muñequeras para evitar las marcas de las esposas, el ultrasonido, la electricidad por los genitales, el plantón, el tacho, la picana y otros, obtuvieron la información requerida en el tiempo necesario, el reconocimiento de acciones, la confirmación de información dudosa, la confección de abultados expedientes, organigramas y planificación. Y los que pudieron resistir tales técnicas conscientemente cursadas y aprendidas en escuelas, o mantuvieron su integridad, pensando y sintiendo quién sabe en qué reservas y terquedades, teniendo a su gente presente, a su memoria, sabiendo que el dolor del cuerpo iba a ser poco frente al dolor moral y la vergüenza frente a ellos si fallaba, jugando y contando los tantos con algunos conocimientos incorporados, animado por el compañero que dice que cualquier alimento sirve, inspirado por aquel Raúl que dijo nada más que su nombre, durmiendo cada minuto posible, descubriendo por azar maneras de aguantar la máquina que no se aprenden en las escuelas de tortura, aprendiendo a sobrevivir, a convivir con el miedo, transformándolo casi en una cosa personal, saben que tal vez no puedan soportarlas de nuevo. Como, a su modo, tuvieron su pequeño triunfo, una sobrevivencia ética aunque más no fuera personal, que le ayudó después a transitar con la mirada abierta, a seguir conviviendo con el miedo, mirando a los ojos a quien fuera, a la vieja que confiaba, al amigo que esperaba, pueden hoy hablar con quien sea, discutir y reconstruir, quedar en absoluta minoría, intentar entender al torturador militante, al interrogador curioso que fue a la celda a cara descubierta, al capitán que te llevó una noche a conversar amistosamente con la capucha puesta y te sirvió un café frente a los focos, al milico que arrimó el plato de tumba durante el plantón, al que no aguantó la corriente eléctrica en los huevos, a la mujer violada, al que gritó tanto que hizo preferible estar en su lugar a escucharlo, al suicida, a la madre temerosa por la vida de su hijo, al que demolieron, entregó y luego su familia liberó por influencias, al que le leyeron lo que sabían y debían confirmar y firmó para frenar. Cada uno como era, como es, como yo quiero que sean.

Come as you are (Vení como sos) cantó Kurt Cobain

Vení como sos, como eras

Como yo quiero que seas

Como amigo, como amigo, como viejo enemigo

Tomá tu tiempo, apuráte,

La elección es tuya, no llegues tarde

Descansá un poco, como amigo, como viejo recuerdo

Vení embarrado, empapado de lejía

Como yo quiero que seas

Como una onda, como amigo, como viejo recuerdo

Y te juro que no estoy armado

No, no estoy armado

 

No hay necesidad de hablar bien, en general, de los humanos, ellos lo hacen cuando cuentan sus propias historias defensivas.