x Alejandro Baroni

Debilitar a la guerra (¿guerra a la guerra?)

Ninguna de mis obras me ha producido, tan intensamente como ésta,
la impresión de estar describiendo cosas por todos conocidas,
de malgastar papel y tinta, de ocupar a tipógrafos e impresores
para exponer hechos que en realidad son evidentes.

Sigmund Freud en El malestar en la cultura


De lo que se trata aquí es hablar de la guerra hoy, siglo 21, y de qué hacer con ella antes de su aparición y cuando cobra vida propia.

¿Podremos mirarla cara a cara, e involucrarnos sin ser militares vocacionales o profesionales? ¿aproximarla? Más bien deberemos, sabiendo que el noventa por ciento de las bajas de guerra son civiles.

Ya, y desde hace mucho tiempo, Darwin, Freud, Marx, Nietszche, Foucault, Tálice y otros focalizaron en la violencia destructiva o creativa de los humanos, como partera de la historia, o selección del más apto, en la agresividad inconsciente, o señalando la dupla simétrica guerra-política y la política-guerra, mostrando el instinto agresivo, o ensayando a la guerra como el estado natural de los humanos. O sea que no descubrimos nada si afirmamos la omnipresencia de la violencia, ya se ha teorizado y alcanza con ser viviente para vivirla.

Ahora bien, focalizando en la vida colectiva ¿es lo mismo la violencia que la guerra? Debemos distinguir para no caer en el desvarío. Parece ser que la violencia, acción creativa y destructiva, ejecutante del poder, compañera amante indisoluble del poder, resistencia al poder, no puede erradicarse. Para crear, ser feliz, construir o destruir, está. La guerra es planificación y organización más o menos sistemática de la violencia, una violencia organizada con armas de destrucción masiva para la cual se preparan algunos recibiéndose de militares o paramilitares. Para ser violento se precisa sólo nacer, para ser guerrero se debe además calificar.

De aquí salen algunas líneas de acción para debilitar la guerra, aunque insuficientes para eliminarla: desarmes, desorganización de la guerra, financiar la menor cantidad de guerreros, reglamentar la destrucción masiva.

En una novela denominada Limbo de Bernardo Wolfe (1) se presenta a una elite dirigente que se amputa los brazos y piernas para garantizarle al adversario que jamás volverá a pelear. Cuando todos se han amputado voluntariamente, resulta que el columbio, material básico para la fabricación de prótesis, escasea. Aparecen entonces armas ocultas bajo las prótesis de los amputados que no dudan en matar a sus noveles enemigos.

Si eliminamos los ejércitos regulares de un plumazo o en plan administrativo, quedarán los seres humanos con palos y bacterias, aviones y agentes desfoliadores, fuego y cuchillos indetectables para los aeropuertos, flechas y venenos para continuar la saga asesina. No hay nada y menos un decreto que la detenga.

Si algo se puede ver en el episodio de las Torres Gemelas de Nueva York es que los refinados métodos de vigilancia, tecnología de punta, información y destrucción no pudieron frente a unos dólares (sólo un millón frente a los quince mil millones que en seguida se gastaron) dos o tres cuchillos indetectables, entrenamiento, voluntad y decisión de un grupo pequeño en busca del paraíso, todos atributos, instrumentos y deseos viejos como el mundo.

Y en Madrid, repitiendo la escena, nuevamente los avisos e indicios no lograron despertar a las Inteligencias dormidas informatizadas. Tan débiles y destructivas.

Tampoco valdrá de mucho distinguir entre un ejército para la "defensa" o para la "seguridad nacional", como se amenaza y no se discute en el Uruguay electoral del 2004.

Si prohibimos las armas masivas, permanecerán los cuchillos, los golpes, la tortura, la electricidad en los genitales, el tacho, el corte filoso, el golpe letal, los corrientes humanos ejecutores, los que se preparan voluntariamente, los que pagan para jugar a la guerra, las ropas militares.

Puede adjuntarse que el arma modifica, significa al violento, lo transforma en guerrero, lo reformula, que el instrumento resignifica. Sí, es así. El arma cobra vida propia. La cámara de gas de Auschwitz configuró la técnica de la muerte grupal a la decisión de genocidio, la bomba de Hiroshima marcó por sí misma, recolocó en otro lado, permitió la decisión de triunfar matando multitud de civiles con un solo golpe. La tortura masiva en Argentina y Uruguay, instrumentada según la Edad Media más la electricidad, significó al artesano torturador, permitió con escaso recurso la continuación de la política societal admitida contra los cuerpos indefensos y las mentes rebeldes.

Pero, por el momento, trataré sobre una de las formas posibles de debilitar la guerra: ¿qué ocurre con las reglamentaciones morales de la destrucción masiva?

Las reglamentaciones morales unidireccionales

La historia militar es un relato de violencia y destrucción
desprovisto de cualquier relación con las exigencias del combate:
por un lado masacres, y, por otro, batallas ruinosas
y mal planeadas que sólo son un poco mejores que las masacres.

Michael Walzer en Guerras justas e injustas

Walzer es preciso acerca de la historia militar: es violencia y destrucción. Abre una distinción para pensar: las masacres por un lado y las batallas ruinosas y mal planeadas por otro. No abre otra alternativa aunque sí emite una valoración: las segundas son sólo un poco mejores que las primeras. No es necesario leer entrelíneas para extraer una consecuencia: no hay batallas bien planeadas y que no causen ruina.

Sin embargo ¿podremos incursionar en concebir la batalla según criterios? ¿vale la pena? Michael Walzer contesta que sí y dedica mucho esfuerzo a correr el riesgo.

Contra toda práctica corriente, cotidiana y mediática, en su Derecho de Gentes, John Rawls dice "una gran tentación para el mal es la fuerza aérea. Resulta extravagante que la doctrina militar oficial de la Luftwaffe (Fuerza aérea alemana) fuera correcta: la fuerza aérea ha de apoyar al ejército y a la armada en tierra o en el mar. La doctrina militar tradicional indica que la fuerza aérea no se debe utilizar jamás para atacar a los civiles".

Se le escapa al gran liberal ese jamás después de haber sustentado líneas arriba en su libro a "la exención de la emergencia suprema" que "nos permitiría dejar a un lado, en ciertas circunstancias especiales, el estricto estatuto que normalmente protege a los civiles de todo ataque militar". Así como abunda en ejemplos relativos a la guerra contra el nazismo y sus aliados japoneses, por ejemplo rechazando el bombardeo de Dresde en 1945, y negando la justicia de Hiroshima y Nagasaki, en su libro -editado en 1999- no menciona a los "marine boys" quemando vivos a civiles con sus Phantom en Vietnam o sus B1 en la guerra del Golfo versión 1991, por decir dos episodios. Pero, ¿cuándo habría una emergencia suprema? Rawls no define esas "circunstancias especiales", pero dice que los bombardeos a las ciudades alemanas de 1940 y 41estuvieron justificados porque Inglaterra estaba sola. No aparece teoría sobre "la emergencia suprema", ella parece quedar librada al tono e interés de tal o cual sujeto, poder, o historia. ¿Es posible elaborar esa teoría universal? ¿puede el teórico romper su involucramiento?

Sigue Rawls: "los principios se deben adoptar antes de la guerra y la ciudadanía llana los debe comprender", por la vía del debate, la educación y la ilustración, evitando la "apelación al razonamiento de tipo pragmático" que "justifica muchas cosas y de manera muy rápida, y ofrece a los sectores dominantes del gobierno un expediente para acallar incómodos escrúpulos morales"... "el fracaso de los estadistas radica en parte en el fracaso de la cultura política pública ... en respetar los principios de la guerra justa". Es un enfoque societal acertado: no hay estadista despegado del estado de cosas, su ética estará afín al estado societal y su entramado de poder (para eso está en el estado).

Refiriéndose siempre al derecho internacional y la guerra entre pueblos, dice Rawls que los pueblos "bien ordenados", esto es "liberales y/o decentes", pueden, según los principios de la guerra justa, librar la guerra contra Estados que no están bien ordenados y con políticas expansionistas amenazantes de "la seguridad y las instituciones libres de los pueblos ordenados". Podríamos discutir largamente acerca de lo que significa "bien ordenado" o "decente", pero, si nos atenemos a sus puestas a tierra y ejemplos, esta teoría es la defensa de los Estados constitucionalmente liberales, republicanos, independientemente de sus intereses, poderes, excesos o actitudes imperiales.

Con estas citas inicio, sugiero, la imposibilidad de mantener principios neutros o un sistema moral universalista aplicado a la guerra.

John Rawls y Michael Walzer reglamentan en este entorno teórico la guerra entre Estados. También escribieron largamente acerca de la tolerancia, con marcado pesimismo acerca de su aplicación en el caso de Walzer, escritor ajeno al establecimiento de modelos de comportamientos y racionalidades humanos, dotado de profundidades prácticas, etiquetado ligeramente como "comunitarista" por reflejos clasificatorios tan comunes hoy. Su esfuerzo denota una carga genética de gentes con buena voluntad: delimitar el campo de exterminio de los poderosos y de las culturas agresivas contra quienes estarían fuera del "orden". Pero las guerras van a violar límites, ordenada y liberalmente, decente, racionalmente y con pulsión. Por la tendencia, la existencia de dioses guerreros contra la diferencia, la pobreza, el dominio y porque aún la teoría de los más tolerantes unifica lo que piensan bueno y justifica la guerra contra lo que consideran malo.

Una teoría de la práctica

Libro insoslayable es el Guerras justas e injustas -un razonamiento moral con ejemplos históricos, de Walzer.

Es un texto moral práctico que proyecta una ética frente a la guerra. Dice con nitidez el entonces joven autor en el prefacio a la primera edición: "por su forma filosófica, la moral que voy a exponer es una doctrina encuadrada en los derechos humanos, aunque aquí no voy a decir nada de las ideas de personalidad, acción e intención que esta doctrina probablemente presupone. En muchos puntos de la estructura, entran en juego consideraciones derivadas de la idea de utilidad, pero no constituyen el sustento del conjunto. Su papel es subsidiario del que desempeñan los derechos y está limitado por ellos... en cada caso, los juicios que hacemos (las mentiras que nos contamos) se explican mejor si consideramos la vida y la libertad como algo similar a los valores absolutos y tratamos de comprender luego los procesos morales y políticos que suponen un desafío o un apoyo para dichos valores".

Para comprender mejor el pensamiento de Walzer, esta es su respuesta a los atentados del 11 de setiembre, en Dissent Magazine: "la guerra contra el terrorismo no puede librarse con terrorismo de nuestra parte; ellos matan a personas inocentes pero nosotros no debemos hacerlo... esta guerra no puede reemplazar y relegar todas nuestras otras guerras: la guerra contra la pobreza, el odio y la explotación".

Ya en 1999, le fue necesario al autor un nuevo prefacio a la tercera edición de Guerras justas e injustas, al calor de los tiempos intervencionistas, la primera guerra del Golfo y las guerras "humanitarias" y así defiende la intervención unilateral: "cuando los crímenes que se cometen 'suponen una conmoción para la conciencia moral de la humanidad' cualquier Estado que pueda detenerlos debe ponerles fin o, en último extremo, tiene derecho a hacerlo" .."es un deber imperfecto... es preciso que alguien intervenga, pero no existe ninguna entidad específica (...) moralmente investida con la facultad de hacerlo. Por consiguiente, en muchos casos nadie interviene".

Aquí da por supuesta una conciencia moral de la humanidad que puede ser conmocionada (supongo se refiere al derecho a la vida y la libertad) pero también se atreve a andar por los estrechos caminos del "deber imperfecto". En Dissent Magazine (primavera 2003): "siempre resistí el argumento de que la fuerza es el último recurso, porque la idea de lo último es, a menudo, como los franceses demostraron este otoño e invierno pasados, sólo una excusa para posponer la fuerza indefinidamente (...) el uso (de la fuerza) debe ser a tiempo y en forma proporcional".

Refiriéndose a la invasión de Irak en el 2003, Walzer escribió una nota editorial, habiéndose ya opuesto a la intervención militar de Bush, sin haber participado de las masivas manifestaciones antibélicas en su país, tal vez obsesionado por desplazar a Saddam Hussein: "una vez que el combate comienza, esperaré por la temprana derrota del régimen Baathista. 'El cambio de régimen' no es una buena razón para la guerra, pero mejor que sea una consecuencia de ella". (Dissent Magazine, primavera 2003)

Con respecto a la guerra, el pensamiento de Walzer se basa en los derechos humanos a la vida y la libertad, no vacila en aplicar "la idea de utilidad" o del mal menor, rechaza la pobreza, el odio y la explotación, reconoce el uso de la fuerza "a tiempo y en forma proporcional". La clave es moral, con explícitos objetivos sociales, no le conforma la mera existencia institucional democrática, contrariamente a tantos liberales no cree en los beneficios mágicos de la libertad "negativa", no confía en una autosuficiencia de la libertad, tal vez no cree en bondades intrínsecas. No siente ni participa de algún movimiento histórico inmanente, pondera la ética desde el estado más poderoso del mundo, sugestivamente habla desde el "nosotros", donde vive, desde donde visualiza posibilidades de intervención e implantación de justicia.

Por otro lado, se separa animadamente de concepciones estatales de la guerra: "La teoría de la guerra imperialista presupone la teoría de la agresión. Si uno insiste en que todas las guerras y todos los bandos responden a actos o intentos de conquista o que todos los Estados de todos los tiempos habrían realizado conquistas si hubiesen podido, entonces el argumento de la justicia queda anulado antes de comenzar y los juicios morales que de hecho hacemos se ven reducidos a la irrisión de los objetos fantásticos" (en Guerras justas e injustas). Obviamente, aquí enfrenta a los antiguos socialistas Hobson y Hilferding y al Lenin del Imperialismo, fase superior del capitalismo.

Ahora bien, ¿por qué simplificar con el "todas las guerras y todos los bandos"? No parece ser que todas las guerras sean intentos de conquista pero sí unas cuantas. Sí son actos de justicia o injusticia, nada fantásticos para la visión de cada contendor. El enfoque moral privilegiado puede no tocar nunca, aunque acercarse indefinidamente a las visiones societalistas, aquellas explicativas de los conflictos por el poder, la expansión, la propiedad, la riqueza, el dominio imperial. Tal acercamiento no tendrá solución general, aunque sí particular, pasando su examen más exigente cuando haya en juego derechos humanos evidentes en los dos bandos, así como litigio de poderes. Afirmar la justicia de tal o cual acción escapa entonces a la teoría general dogmática, nuevamente.

Walzer incursiona en un campo minado, cual es la aplicación de la tortura en casos extremos (en el ejemplo nada hipotético de una bomba colocada en una escuela con niños adentro, a punto de explotar y quien la colocó detenido) Este asunto es tal cual un ser transgénico: o bien maldecido por principios o aplaudido demasiado callada y frecuentemente. Es evitado por la mayoría de los pensadores éticos y silenciado por todos los líderes políticos sensatos. Walzer introduce, como antes el "deber imperfecto" el concepto de "paradoja moral, donde lo que se debe hacer está mal", duramente criticado por "incoherencia filosófica". Y aquí viene lo medular: "no quiero generalizar desde casos como éste (la bomba en la escuela) no quiero reformar la regla contra la tortura e incorporar esta excepción. Reglas son reglas y excepciones son excepciones. Quiero que los líderes políticos acepten esa regla, entiendan sus razones, aún que la internalicen. Quiero que sean lo suficientemente agudos para saber cuándo violarla. Y finalmente, porque ellos creen en la regla, quiero que se sientan culpables al violarla, lo que será la única garantía que pueden ofrecernos de que no la violarán demasiado a menudo" (en Dissent, verano 2003)

Me detengo en la tortura. Walzer sabe que la tortura es un ingrediente siempre presente para quienes están en el poder del Estado. Podrá ser masiva o puntual, pero es. En contadísimos casos se justificará, en muchos más se ejecutará sin publicidad. Lo que intenta es poner la ética de la excepción como cuña, en la cabeza de los gobernantes, lo que es bienvenido. Ahora bien, en tiempos de guerra o paz constitucionales, la interrupción de la tortura dependerá de las defensas políticas o guerreras del torturado, y de sus fortalezas personales. No serán suficientes las reservas del líder. Necesitará de su adversario o enemigo. Además, el Estado tiene sus mecanismos, sus inercias, su autonomía de la política, su cuerpo, seguirá mordiendo, una vez dada la orden determinada, hasta que lo paren por la fuerza o contraorden terca muy contundente.

Michael Walzer acerca la ética al desarrollo de la vida humana, tal como es, vive y la estamos percibiendo. Casi la toca. Contemporáneamente es el más cercano, aunque él no lo reconozca, a un desarrollo bastante desprejuiciado acerca de los seres humanos, (¿materialista?), sin teología de las historias o teleologías, desde la ética.

"Respeta pero no simpatiza con" las tan comunes posturas filosóficas morales abstractas, hipotéticas, plagadas de suposiciones acerca del comportamiento humano (tipo Rawls) y prefiere en cambio sostener su filosofia práctica cercana a los ejemplos históricos y a la vida cotidiana. Estudia la historia, expone los casos, no vigoriza la historia, no intenta explicaciones históricas, la ética es su foco, independientemente de consideraciones históricas, de eventuales leyes societales, de movimientos inmanentes de las ciudadanías globales, en principio ajenas a conmociones humanas particulares, delimitadas, las comunes.

La idea de "paradoja moral" es clave en su pensamiento, señala el permanente balance entre dos o más bienes, eligiendo el que se considera mejor y sacrificando los demás. En el caso de guerra esto será permanente, en la vida cotidiana también será permanente. Particularmente, en una guerra con objetivos que creemos justos estaremos violando una cantidad de derechos humanos de nuestros enemigos, considerando como principales, privilegiando los derechos humanos de nuestro bando.

Jerarquizar los derechos humanos y la ética ordenada y ordenadora, o jerarquizar el movimiento desprolijo, desordenado, violento y violatorio de derechos humanos que muestra la vida cotidiana, del espíritu hegeliano, del proletariado según Marx, de la multitud según Negri, cuando crea y destruye, esta es la opción que debe pensarse. La combinación de la ética con la vida violenta huye de la reglamentación.

Walzer roza más de lo que quisiera, creo, a un optimismo antropológico, una conciencia de la humanidad, a un bien apriorístico contenido en los seres humanos. Por otro lado, confía demasiado en las defendibles instituciones democráticas, costosamente construídas con violencia y guerra de ida y vuelta. Y a esa supuesta conciencia de la humanidad la ubica, se la adjudica a los pueblos "ordenados" y "decentes", pecando de unidireccionalidad, introduciendo una pretensión universalista para tales ordenes y decencias.

La ética tiene principios y se construye

La ética, tal como la veo, no es un cuadro de principios o reglas mudas, negativas (no debes hacer tal cosa), únicas. Habrá acuerdos universales, (mínimos, thin según Walzer(2)) pero la vida y la libertad se violarán cotidianamente y así se vivirá, para adelante o para atrás, con creación de sentido según las voluntades de las gentes y de quienes prevalezcan en orden a sus poderes.

No es, como aparece en éticas tercermundistas, que exista una ética particularista propia del explotado, del oprimido o del pobre, portadores del bien. Tampoco es que la libertad individual vale aquí pero no allá por su situación excepcional, o que en la guerra ciertos derechos valen para unos y no para otros. La fina capa entre el optimismo por el bien inmanente y el pesimismo que aflora al visualizar lindezas humanas puede quebrarse con facilidad.

Los enfrentamientos armados más o menos violentos hacen al poder, al dominio, a la diferencia, a la propiedad, todos se entienden y conducen a la destrucción de vida, derechos y materiales del enemigo, en la forma indescriptible que quise relatar en otro lugar. La ética paradójica acompañará las acciones, el bien y el mal, lo correcto e incorrecto serán nuestros compañeros de ruta y estaremos, conscientemente y en grandes números, eligiendo nuestros bienes y lo correcto. Consecuentemente, la ética de la responsabilidad vivirá con la paradoja.

Me preocupa evitar el "moralismo presuntuoso"(3) de las leyes generales universales, que suelen eludir el movimiento real, material y materialista, me importa preservar bienes como la vida, la libertad y la equidad sabiendo cómo la vida puede frenar la vida, la libertad de unos conculcar la de otros y cómo unos pueden ser más iguales que otros. Reservar espacio para la ética de la responsabilidad, esa es la preocupación, construir sentido y valores, construir el mundo y los parámetros de la razón colectivamente, cuidándonos de cierta razón instrumental o similares, sin dar cuartel a las mayorías frente al individuo, acercándose a los misterios del alma humana.(4)

Tal vez suene bastante inútil polemizar sobre este hiato tan persistente, que atraviesa toda la histora de la filosofía y la guerra, que se expresa por ejemplo entre la ética de los principios y de la responsabilidad, entre la razón abstracta del deber y la vida concreta subjetiva que genera decisiones contradictorias, entre la coherencia y la paradoja morales, entre tirar o no la bomba de Hiroshima, entre bombardear civiles en nombre de la libertad y no hacerlo.

Odiar la guerra y paradojalmente saber que estará allí para que la apliquemos. No es planificar la violencia contra la guerra o el "guerra contra la guerra", es delimitar el concepto, la acción, rodearlo y odiarlo.

De todas maneras, será bueno continuar trabajando en las reglamentaciones bélicas, convenciones morales e instrumentales, sobre protección de civiles, tipo de armas, químicas, atómicas, antipersona, trato de prisioneros, heridos, tortura, genocidio.

Y aplicárselas a todos.

Notas

(1)recordado por Pablo Capanna en Suplemento Futuro de Página 12

(2)ver Job, las fuerzas del esclavo, de Antonio Negri

(3)también en Etica mínima, de Adela Cortina

(4)al respecto de moral presuntuosa y pesimismo antropológico, ver Golhagen y el uso público de la historia, de Jurgen Habermas