www.librevista.com nº 56, octubre 2023

Premio mención librevista de ensayo 2023

Del logos a algo

x Cintia Mannocchi[1]

PDF metro

 

Levante la mano quien se encuentre agotado de su algoritmo[2] , que no es lo mismo que estar cansados de ser quien se es. Si Gutenberg viviera, le lloverían fakes de impresiones apócrifas, videos de herrería casera y avisos que dicen “conozca a los hombres de treinta a cuarenta años que se hicieron ricos emprendiendo en Estrasburgo”. Y hasta Gutenberg resetearía su Instagram después de optimizar su biografía sacando el Gensfleisch zur Laden zum que separa al Johannes de su apellido[3] , y diciéndose el creador del humano moderno, el logocéntrico y optimista. Entonces una tercera parte de quienes vieran su perfil irían a googlear la palabra logocentrismo[4], y la mitad de la tercera parte no entendería nada, mientras el medio restante podría sacar algunas conclusiones en el aire sobre el concepto y su actualidad.  Estas son las mías, no son las mejores, lo sé, también sé que Gutenberg jamás me seguiría en Instagram por una cuestión de algoritmo.[5]

 

El logos –conocer, pensar, decir y ser–
y la banda argentina de metal pesado

A mis doce años, la supremacía del logos no podía remitir a la compleja articulación formadora de sentido entre el conocer, pensar, decir y ser que se afirmó en la Modernidad; tanto menos a las disquisiciones de Freud y Lacan[6] sobre la preponderancia del lenguaje en la conformación del consciente y el inconsciente.
Esas discusiones que todavía me resultan lejanas, inextricables y difíciles de aplicar a un análisis del sujeto contemporáneo que pretenda tener algún viso de realidad.
Esto es, si tomamos el significante “realidad” para encajarlo en tópicos sociopolíticos igual de recurrentes que de relevantes, como la dependencia a los dispositivos digitales algorítmicos, el desplazamiento hacia las ideologías extremas o el aumento de la justificación de la desigualdad social.

Sino que, en aquella infancia noventera, Logos era para mí la banda argentina de metal pesado que se escuchaba en casa. Particularmente, recuerdo la canción que le daba nombre al CD “La Industria del poder” de 1993 y nos permitía escuchar este tipo de estrofas a mis hermanos adolescentes y a mí, entre los bellos alaridos guturales del cantante:
Yo no quiero ser
Uno más en esta industria
Engranaje de una máquina demente
Que a fuerza de ser útil
Quiere hacerme inútil

Aquellos mensajes salpicados de una mezcla sinergética de humanismo, anarquismo y cristianismo que impulsaba al Logos –al grupo, quiero decir–, entre otros consumos culturales que tuve en el periodo sumun del neoliberalismo, terminaron alejándome de esos ismos y de todos.

Y como demasiados de los que hoy enfilamos a los cuarenta años de edad, nos entregamos al tránsito por istmos ideológicos, sin acá ni allá, desconfiando de las estructuras y de los colectivos, caminando con cuidado para no caer en las orillas.

Entre los latinoamericanos, parte importantísima del istmo ideológico se construyó ─vaya burda la metáfora─ en el istmo geográfico de Panamá, en la Escuela de las Américas que educó a golpistas y torturadores para atender a un nicho de mercado creciente que debía ser ferozmente satisfecho: el de las ingentes poblaciones que, de variadas formas, no aceptaban al capitalismo ni ser parte de su industria.

Y aunque desde el fin de las dictaduras en la región, y en tanto tiempo de producciones simbólicas, se fue haciendo una historia de estas ingentes poblaciones. Se las ha descrito, sobre todo, como luchadoras por la libertad frente a los autoritarismos.
Es hoy ─cuando Occidente atiborra de hermosas e inocuas “igualdades” a los occidentales–, que se debe destacar el deseo de igualdad que las caracterizaba, apetencia estructural mayúscula que se ha venido borrando del logos en las últimas décadas para convertirla en palabra hueca, o tan solo llena con el contenido mítico de los relatos liberales que hace siglos fundaron nuestras democracias modernas en base a los sintagmas “igualdad ante la ley”, “igualdad de oportunidades” y “nacidos iguales”.
  
Los desarrollos tecnológicos algorítmicos ligados a las redes telecomunicaciones disolvieron del lenguaje a la igualdad negándola en la acción, interacción y experiencia cotidiana de los individuos.



El algoritmo

El humano, animal que habla, hace miles de años logró ir nombrando el mundo y a través del signo lingüístico transformó a la naturaleza, la controló, midió, calculó y hasta recreó con el deseo atávico de dominarla en la búsqueda del mayor bienestar posible.

La maximización del placer de la fase extrema del capitalismo no es más que un lógico continuum que nos une con nuestros ancestros como con los perros que se frotan en cualquier pierna. Aunque no se trata ya este placer de la agradable constitución del sujeto a partir de dispositivos cualesquiera (no es el carbón dibujando la caverna y el rostro, no es el libro que forma y que deforma ideas), sino que por el contrario el placer se integra a la des-subjetivación: tanto más felices, tanto más ausentes [7].
Como espectros de nosotros mismos que sabemos colocar muy bien los likes y leer las noticias que nos eligió el algoritmo. No es solamente el control que se ejerce sobre las personas el problema resultante de la cesión voluntaria de nuestra intimidad, nuestros gustos, nuestros movimientos y decisiones ante los múltiples dispositivos que rigen en la vida cotidiana.

Lo más ominoso se encuentra allí donde dejamos de ser y ser con otros para convertirnos en un sesgo dentro de un conjunto de datos, sin una “palabra fundamental” que nos una ni la posibilidad de cambiar lo que somos según el algoritmo que sujeta a una rutina de supuesto disfrute: el de una pantalla que revalida, no genera preguntas ni desafíos, retira eslabones posibles de la cadena de significantes que nos constituye y, por tanto, aborta cualquier cambio.



El capitalismo algorítmico

En términos de la experiencia frente a la idea de historia y de temporalidad, en el capitalismo algorítmico se logra una sensación de vacío y de sin sentido temporal que coloca a gran parte de las personas frente a la idea rutinaria de que todos los días son iguales porque así lo fueron ya, y de que nada diferente va a ocurrir.
Todo es previsible y repetitivo, gratificantemente angustiante. Mark Fisher[8] habló de la hedonía depresiva como una incapacidad para hacer cualquier otra cosa que no sea perseguir el placer.  
Sin omitir que para más de la mitad de la población mundial, la pobre y subdesarrollada, el placer se subsume a llegar a ingerir las calorías necesarias en la supervivencia, es preciso preguntarnos los motivos por los cuales en la otra mitad impera el placer de los dispositivos que asemejan la praxis individual a la de los perros prendidos a una pierna fácil de montar, una que ni siquiera obliga a demandar la presencia de un otro que satisfaga alguna necesidad.

La pierna puede ser una pierna, un cojín lumbar o un bolso Gucci. Como los perros, quedamos desprovistos del deseo de ser el deseo del otro y de la necesidad de pedir aquello que deseamos debido a que lo que deseamos se nos presenta anticipadamente a la demanda y como rescoldos de nosotros mismos: el navegador sabe por dónde debemos ir, la lista de spotify no falla, tampoco los amigos sugeridos que no conocemos ni nos conocerán.

La sensación de vacío que le sigue o que antecede al deseo “vaticinado” se vincula a la presunción de que todos los días son iguales y de que nada diferente va a ocurrir. “No hay alternativa”, la premisa que el ya citado intelectual suicida nos dejara hace años, resulta cara y contracara del confort psíquico y físico que provoca un sistema de significantes reducido a los límites de cada y particular dedo pulgar que se estresa sobre una pantalla, y de cada dedo índice que se calma señalando al vacío de lo imperturbable mientras transcurre el proceso de aceleración de los tiempos de la vida social y natural, al borde del precipicio del antropoceno.

Operaciones que se anticipan a la demanda hacen que el lenguaje como canal de comunicación de un deseo caiga en desuso, más por la ausencia de “lo común”, nutriente del logos, que por la calidad de iletrado del capitalismo.

El dispositivo digital-tecnológico-algorítmico nos acerca solo el mundo que nos permite confirmar lo que pensamos y somos, o lo que pensamos que somos, cercenando lo que deseamos al adelantarse incluso a la necesidad. Y representa el nodo de la autocomplacencia que niega el enriquecimiento entre partes presente en el lenguaje cuando este asiste al juego dialectico de ser y de estar con los demás, con los que puedo no compartir aficiones, fanatismos, ideologías y consumos. Otros y otras con los que no tengo nada en común, ninguna propiedad que una, más que el sacrificio de dar algo de la individualidad, de lo que se es, para vivir en comunidad, una comunidad sin fandom[9] y con “don”, concepto que a decir del filósofo italiano Espósito remite la obligación de dar y de darnos, de salir de sí mismos, perder (o ganar, dependiendo de cómo se mire) una condición subjetiva en la intersubjetivación y no en la desubjetivación.

El algoritmo roba la ilusión de la construcción de espacios de encuentro y discusión de la cosa pública y en la cosa pública, y aquí ya no vale la distinción eventual y anacrónica entre espacios reales y virtuales. Les otorga, por otra parte, el marco ideal a las resistencias a dar, donar, sacrificar algo sin recibir nada a cambio.

No se trata desde aquí de revitalizar inútilmente la pregunta decimonónica sobre las chances de vivir en comunidad en las sociedades capitalistas modernas, se trata de abordar comprensivamente la forma patética que ha adquirido el sujeto del capitalismo digital algorítmico, aquel que no renuncia a convivir por el simple deseo de conservar “su” vida sustrayéndose, en beneficio de lo propio y lo privado, tanto de las responsabilidades como de las gratificaciones que impone la comunidad.
Sino que renuncia a sí mismo porque renuncia al lenguaje, porque irónicamente ya no se empeña en la búsqueda de sentidos y significados, de deseos, más allá de lo que el algoritmo le dice de sí mismo, convirtiéndose en una representación de la representación elaborada por estrambóticos cálculos algebraicos que alojan al yo eternamente en el lacaniano estadio del espejo, pero espejo de feria[10] .

No hay presencia ni otro en el logos más que un “algo” deformado y constituido en una especie de no-lugar atravesado por flujos de interacción anónimos y por signos ahistóricos: la serie danesa de Netflix, la locura Bruce Willis, el hallazgo de piezas dentales de los neandertales y la joven argentina que se hizo rica manejando un tractor en Australia.

El algoritmo ha capturado el poder de enlazar las diferencias y a los diferentes porque se ha deshecho del lenguaje como vínculo histórico y comunitario, reduciéndolo a dispositivo de una industria que vende lo que sabe que será comprado.

Todas las búsquedas e interconexiones que podamos realizar nos ponen siempre frente a nosotros mismos en un mecanismo autorreferencial más demente que narcisista que garantiza el lucro gracias al modelado sobre el recuerdo y la representación individual de cada sujeto capturado en una caricatura de identidad, pues los dispositivos algorítmicos tienden a amalgamar las partes que lo componen y a extremar sin deformar del todo los rasgos, tal como hacen los mejores dibujantes cómicos. Mismo efecto entre cómico y tétrico que se observa en muchas obras artísticas elaboradas por la inteligencia artificial.

El recorte algorítmico al que se debe el mensaje solo reafirma y exagera lo que ya se piensa, dice y cree, propiciando la ignorancia como un desconocimiento inocente del mundo más allá del yo y aquí de un sujeto que se piensa allí y más allá, en las costas de Turquía y en Andrómeda, cuando en verdad nada lo interpela más que como imágenes ofrecidas a la vista en el espectáculo infinito de su propio espejo, el que no requiere pensamiento analítico. Esta ignorancia es útil en la inserción en distinguibles segmentos de consumo o en el embanderamiento con los colores al que al algoritmo conduzca lenta, eficaz, subrepticia y rutinariamente. También es provechosa para el aumento del tráfico digital que se sirve de los rasgos caricaturescos y casi deformados a los que se reduce el sujeto, siendo las posiciones extremas las que más convocan y venden.

Lo previsible, reiterativo y excesivo se oculta en el caos del fragmento de un programa de panel donde todos gritan a la vez, en la agresividad de los comentarios debajo de alguna nota de actualidad, en la seguidilla de noticias sobre el último atentado ecológico, armado o económico; todo aquello que la caricatura de lo que somos está obligada a ver, porque tantísimos otros sujetos anónimos también lo vieron o porque es inherente a nuestros rasgos y sesgos según el procesamiento de datos que siempre tiende a los extremos. Y allí donde el dispositivo acciona la muerte de los vínculos humanos basados en un lenguaje ordenado y compartido, más los genera para generar lucro: cuando un meme puede condensar una red de significados con más complejidad y depravación que cualquier postulado del idioma yahoo de Borges[11] ; cuando un video mudo de tres minutos extiende entre millones de personas ideas de palabras nunca dichas; cuando los significantes nuevos circulan a medida que desaparecen sus significados; cuando se crean férreas comunidades imaginadas cuyos miembros defienden con virulento ahínco las vagas nociones que repiten-tienen y comprometen a un colectivo;  cuando los niños más pequeños toman las pantallas y queriendo emular torpemente los gestos de sus adultos, les pegan con los puños, las rasguñan y las salivan.

El infante, potencial cognitariado, conoce, aunque aún no la pueda replicar, la hexis corporal[12] de la fase megaconectada y algorítmica del capitalismo. Y ya cuando era un feto, se le buscó el mejor perfil en la ecografía 5D para que su captura vaya de celular en celular despertando en familiares y amigos, significantes que ni siquiera existen en un diccionario pero que se le imponen al niño que nacerá y que unen a quienes los pronuncian en un mismo y performateado afecto: ¡Mmmmmmm! ¡Amorchus! 

La precariedad, inestabilidad y vulnerabilidad que caracteriza angustiosamente la vida  contemporánea[13] es dulcificada por las intensas comunidades emocionales que, como pequeños refugios frente a la incertidumbre, se edifican en grupos de whatsapp y, como infraestructuras poderosas, lo hacen en plataformas de las que mayores gratificaciones se extraen cuando más caricaturesca y deformada se presenta una identidad (extrasensual, extrapolitizada, extrafanática, extraecologista) y más vistas y tendencias así genera.

La performatividad digital de la acción individual coloca las enormes caderas donde deben estar, igual lo hace con los pañuelos y los posteos que la libertad de expresión nos permite mostrar. Entretanto, se reducen las acciones colectivas a píldoras efervescentes que se utilizan por un lado y por otro para tapar transitoriamente los síntomas de la inmunidad, de la exención de obligación con los demás [14], hasta cuando con los demás se comparta el estado de precariedad y desprotección social.



¿Hay un mundo por venir?[15]

Si el individualismo moderno fue atípico, imposible de pensar en cualquier cultura y civilización, ya que retiró a las personas de muchas de las relaciones sociales que, mediadas por el lenguaje, nos volvían humanos. El individualismo actual, en cambio, nos retira de la propia individualidad cuanto más la pronuncia y aumenta construyendo, por ejemplo, desde individuos que se representan como acérrimos animalistas hasta quienes se presentan como coléricos terraplanistas o negacionistas de lo que se les presente negar munidos de una decena de videos de youtube y de información peligrosa y excesivamente entrópica.

Las claves, los usuarios, listas de preferencias e historiales son únicos y personales, y en su uso diario y constante ampliamos una plusvalía que en vez de alimentarse de nuestro sufrimiento/explotación, se alimenta y antecede nuestros deseos más privados, los que no se enuncian o presentan en el lenguaje, los que el algoritmo concede mientras agota, satisface mientras vacía, iguala entre los desiguales ya que asigna a cada sujeto las necesidades y significantes que algebraicamente le correspondería y debe satisfacer.

Entonces a Gutenberg le llegaría un descuento para un curso de orfebrería; a quien tiene la canasta básica insatisfecha, le aparecen en pantalla recetas para cocinar sano sin carne; y a mí, la noticia de un concurso de ensayos en Uruguay. Los sentidos y significados ya se encuentran atribuidos, junto a la orientación y ubicación en el mundo de cada sujeto que, incluso conociendo la operación e inoperancia del logos en la actualidad, se mete una, dos y mil veces en la misma red, porque qué más da o qué da más. ║

 

Palabras clave:

Cintia Mannocchi
Logos
Logocentrismo
Algoritmo
Capitalismo algorítmico

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[1] Argentina, bonaerense, nacida en 1985. Algunos datos en orden de importancia: madre de dos niñas, docente del sistema público en distintos niveles educativos hace diecisiete años, cuentista amateur inclaudicable, licenciada en historia, estudiante de doctorado en ciencias sociales. En los no demasiados artículos y ensayos propios, que han sido publicados por generosidad y fortuna, expreso de fondo un mismo interés por entender el modo con el que se construye la aceptación de la desigualdad como algo dado y evidente. De tener algún día la posibilidad de articular una hipótesis aceptable al respecto, creo que únicamente la podría reflejar en un cuento de género fantástico. Uno absurdo, por supuesto.

[2] El algoritmo de una red social es un programa de la red que te sigue, registra tus publicaciones, movimientos, likes y not likes en la red, te interpreta a su manera, te muestra lo que cree te interesa y muestra tus publicaciones a personas que interpreta les interesan. Es un interpretador de tu personalidad. (nota edición).

[3] El nombre completo de Gutenberg, inventor de la primera imprenta, es Johannes Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg (nota edición).

[5] Derrida, J. (1971) De la gramatología. (O. Del Barco y C. Ceretti, Trads.) México, Siglo XXI.

[6] Lacan. J (1977) Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Escritos (vol. 1). Madrid, Siglo XXI.

[7] Agamben, G. (2014), ¿Qué es un dispositivo? Buenos Aires, Adriana Hidalgo.

[8] Fisher M. (2019), Realismo capitalista ¿No hay alternativa?, Editorial Digital Titivillus.

[9] Dominio de fans, espacio de una afición común a un grupo de personas (nota edición)

[10] Lacan, J. (1949) El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En Escritos, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2002, pp. 86-93

[11] Jorge Luis Borges habla de una extraña tribu yahoo y su lenguaje en el cuento El informe de Brodie. (nota edición)

[12] Hábito, práctica corporal (nota edición)

[13] Bauman, Z. (2003). Modernidad líquida. Buenos. Aires, FCE.

[14] Esposito, R. (2003), Communitas. Origen y destino de la comunidad. Buenos Aires, Amorrortu.

[15] Danowski D. y Castro Viveiros, E. (2019), ¿Hay un mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines, Buenos Aires, Caja Negra Editora.


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