Un pragmatismo de alta intensidad

X José B. Olade Nieves (*)

harto de historias heroicas, ¡qué respiro que brindan las cartas de un traidor! W.J.Cardozo

Sólo se vive dos veces 007- James Bond

Estamos lejos de 1971, 1972 y 1973. Uno de los dirigentes del MLN de entonces es Presidente del Uruguay. Otro, que negoció en 1972 con oficiales militares es ahora Ministro de Defensa, es el Jefe de ellos. Algunos sostienen que no tiene nada que ver aquello con esto, que se debe a artilugios, carisma o un fenómeno comunicativo.

Estamos lejos de 1968. Un negro admirador de Martin Luther King es Presidente de los Estados Unidos. Algunos sostienen que es por sus condiciones personales o porque le cayó del cielo.

Aquí sostenemos que tanto Mujica como Obama están apoyados en una larga serie, compleja, sinuosa, fuera de previsión, cargada con decretos de imposibilidad y de fuera de condiciones, de acontecimientos, que nos hace bien revisitar y reescribir.

Las cartas inesperadas y ocultadas de Amodio Pérez (1), dirigente del MLN devenido en colaborador de las Fuerzas militares estatales, nos dan una nueva oportunidad para repensar.

Fue lento, complicado y sorprendente el camino político de los tupamaros. Luego de los errores políticos y derrota militar de 1972, tras la puesta en marcha de planes ofensivos insustentables que los aislaron políticamente, sin que el MLN estuviera en condiciones de frenarlos, y la consiguiente imprevista entrada en escena torturante de las FFAA, quedaban muchos tupamaros en el país y en el exterior sin posibilidades para una ofensiva militar, mal que les pesara a casi todos, en particular a los escritores de la historia casi consolidada (2).
En la interna del Movimiento apareció la llamada “carta de los presos” o “de los viejos” que adjudicaba la derrota militar al exceso de reclutamiento, a la delación y a haberse quedado “sin estrategia” tempranamente. Por otro lado, resumiendo demasiado tal vez, desde Chile apareció un documento que señalaba a la falta de ideología como causa de derrota y proponía desarrollar un adolescente partido marxista leninista. En el Penal de Libertad surgieron similares líneas, más abstractas, más limitadas. Cada una de estas conclusiones debería haber implicado prácticas políticas diferentes, pero eso no ocurrió. En las circunstancias, el aislamiento para con el exterior de las prisiones militares funcionó como no había funcionado en Punta Carretas, viejos líderes fueron tomados como rehenes y repartidos aisladamente por el interior del país, y en consecuencia la dirección de los acontecimientos la tomaron los que estaban en circulación, dentro o fuera del país.
Las diferencias entre las evaluaciones descritas no implicó el abandono de la actividad militar, ya por entonces disparatada, que fue reprimida con éxito, feroz e instantáneamente cada vez que se intentó. Los milicos habían aprendido en inteligencias. Finalmente, un grupo de militantes de fuera y poquitos adentro del Penal comprendieron que mientras durara la dictadura, los rehenes existieran, y las viejas estrategias militaristas, revestidas o no de nuevos versos, predominaran en las cabezas de los militantes sobrevivientes, así el MLN no iba a cambiar, ni distinguir lo bueno a preservar a través de la derrota.
¡Había que irse!, caminar por otros lados, junto a otras ideas e historias, pero sin mezclarse demasiado. ¿No es acaso la delineación de metas, pocas, comunes, más o menos definidas, el secreto para caminar juntos con diferencias? Sin embargo, los que se fueron del Movimiento buscando y encontrando el oxígeno de nuevas políticas se dispersaron, y algunos volvieron a sus matrices partidarias originales.

En el MLN, hubo que esperar a la apertura democrática, a 1984-1985, para que se discutieran y dirimieran los diferentes puntos de vista. Por lo que pudo verse, allí no triunfó ni la posición de “falta de estrategia” ni la de “falta de ideología”. En todo caso, lo que cada uno decía que faltaba, no se puso, porque no se podía poner. No había faltado nada de eso. En consecuencia, lo que faltó al final de la dictadura fue la política apta para esa salida, o el intento de mirar simplemente alrededor. Como síntomas de alguna novedad vale mencionar la aparición sistemática de términos como “burguesía” y “proletariado” y la desaparición de “lucha armada como vía principal de lucha” en la documentación teórica, pero continuaron las dos posturas, sus variaciones y contemporizaciones sin refutación visible. Se refundó el MLN, y no hubo candidatos propios al Parlamento durante dos períodos (¡¡!!), se siguió pensando en la preparación militar frente al fantasma de “un golpe de estado”, o en una “insurrección”. Poco se leía a la realidad. Raúl Sendic casi que se desvinculó, entraba y salía del MLN para seguir sus viejas prioridades con el “Movimiento por la tierra” y la nueva propuesta basista de un “Frente Grande”- recibió por ello la acusación de “socialdemócrata”- otros, como Fernández Huidobro, en lo que entonces le salía mejor, seguían elucubrando sobre estrategia militar como al alcance de la mano, o sobre más política con armas, Zabalza, enamoradísimo de sus ideas, se opuso como cuestión de principios a la privatización de un hotel municipal… A otros militantes, entre ellos muchos jóvenes, les faltó oxígeno y se fueron del MLN, hasta que las fichas fueron cayendo, muy lentamente.

El Frente Amplio arañaba el gobierno- luego de saldar a la carrera que ya no se estaba en la década del setenta, en proceso complicado durante el cual se retiró el Nuevo Espacio. Se establecía un retroceso en las pretensiones del poder militar, Mujica fue electo diputado, diez años después del fin de la dictadura, y la corriente tupamara (o filo), que no pasaba de cuarenta mil votos, comenzó a crecer electoralmente en forma geométrica. La privatización del hotel de Carrasco dejó de ser cuestión de principios, el compromiso con el terrorismo vasco pasó a ser un lastre innecesario, la política hacia el interior de la República- sin hablar de fusiles ni cartas en la manga- cambió, se adquirió conocimiento sobre las nuevas realidades de propiedad y tecnológicas en el agro, y el voluntarismo puro y duro fue siendo abandonado.

Aquellos que habían demostrado independencia de criterio frente a soviéticos, chinos o cubanos, entrega y rebeldía desinteresadamente y con riesgo propio de vida, empezaron a escuchar y a cambiar. Y fueron escuchados.
Se volvió a objetivos, pocos, contra la pobreza, por la producción con valor agregado, la integración latinoamericana, diálogo, tolerancia, y a mirar para adelante. Un pragmatismo de izquierda con alta intensidad, variable y desconcertante para dogmáticos. A pesar de que los documentos seguían con los versos de otrora- lo que enseñaba disconformidades- un toque aquí, una declaración allá, una actitud acullá, fueron marcando el camino. Con una referencia elíptica al pasado guerrillero que no debió ser presentado por Mujica como defensivo frente a un golpe, sino como una lucha por poder, se abandonaba el amor por la pistola de catorce tiros con bala en la recámara, la venganza justiciera, las insurrecciones que el pueblo no quería, o las menciones de ejemplos ya derrotados, diferentes o impresentables. Quince años después de la salida democrática, en 1999, un “no queremos ser testimoniales, queremos incidir en la realidad” afloró. Ni “frentegrandismo” ni “proletarismo”, simplificaciones excesivas y, sobre todo, entelequias fuera de cauce.
Sencillamente, había que decidirse a cambiar, a reconocer las nuevas condiciones en la sociedad y la política, sin renegar del pasado, más bien releyéndolo. Atrás quedaron entonces la propuesta de un “Frente Grande” que parecía ignorar la existencia y el crecimiento del Encuentro Progresista o la insistencia democrática del Nuevo Espacio, de lado quedó nuevamente el “partido marxista leninista” frente al partido como opción de dos o tres objetivos, que logra trasiego de votos desde los partidos colorado y blanco, aunque casi de ningún dirigente al mantenerse abroqueladas las fronteras partidarias, según un dato básico: no desaparece ningún partido contra deseos, trabajo y pronósticos en contrario.
Los partidos disciplinaron a sus dirigentes y no se consolidó una corriente de centro- izquierda transversal.

La adquisición de conocimiento acerca del medio parlamentario, de figuras destacadas en la derecha, de la sociedad rural, del empresariado nacional y extranjero cuyas características y diferencias se aproximaron, la verificación de dificultades para reformar y mejorar la gestión del Estado y las empresas, el reconocimiento de que el norte mayor de los asalariados era el vivir mejor, las resistencias para mejorar la educación pública y la gestión estatal, esas realidades y otras se acercaron. Como aquello de que no puede haber socialismo con el plantel y actitud existente de tantos funcionarios públicos, o de que no puede haber dictadura del Estado, o que la autogestión no es maná del cielo, sino mucho aprendizaje y disciplina. Cayó a tierra el que si la cogestión y autogestión están en pañales y si la gestión estatal es vieja o bien es adolescente, no queda otra que convivir con la libre empresa, fomentar la inversión privada y su sinergia con el Estado, la regulación laboral y las políticas sociales, hasta que aclare.

Caen gradualmente conceptos gastados como el de la oligarquía tradicional aunque se mantiene esa palabra fantasmal en documentos. La inversión extranjera se ve como movilizadora, asumiendo sus riesgos, dada la venta de tierra, industrias y repliegues varios del empresariado nacional y la recurrente falta de capacidad del Estado para hacer sinergias productivas en su seno o con los privados.
Se van abandonando esquemas como el de la contradicción imperialismo- nación al ver que los gestos imperiales son ahora multipolares y sus contrincantes son muy diferentes a los de principios del siglo 20. La política exterior del Uruguay comienza a reconocer estos cambios.
Esto, sin explicarse casi, se hace a la carrera, en tensión permanente, no se sabe cómo hacer, por el desconocimiento de la gestión estatal y de la aplicación efectiva de las leyes. Se debilita, aunque permanece en círculos universitarios e izquierdosos, el pensamiento “a lo modelo”, excelente para trabar un cambio.

Ayudó, hacia adentro de la izquierda, la caída de imaginarios existentes- no de ideologías. La implosión de la Unión Soviética abrió camino a quienes no formaban parte de su séquito acrítico, por su lado aparecieron más claras las debilidades y consecuentes adecuaciones cubanas, régimen con el cual no había habido una fluída relación por parte del MLN, y la China, que se desarrollaba con tiros en la nuca a los estudiantes y férrea dictadura cayó como ejemplo a seguir. Estas caídas y regresiones no afectaron a los que habían surgido con una autonomía de criterios y la mantenían.

La crisis del 2002 en el Uruguay acelera la tendencia creciente del Encuentro progresista. En su seno se cuecen las diferencias, con dificultades. Ya no alcanza el balotaje para frenarlo, y el partido mayoritario sobrepasa el 50% de los votos.
Desaparece el Encuentro progresista y en su lugar reaparece el Frente Amplio. El proceso termina con un rehén de la dictadura presidente, que personalmente se va distinguiendo de su barra de camaradas, que no se desprenden del todo de su viejo lastre y dogmatismo, un tupamaro que cambia en los hechos y por ello es reconocido. Es reconocida su rebeldía, su búsqueda, el cambio y la rectificación. Un canario volcado hacia una izquierda en construcción viable, tal vez con la piel más dura que Batalla pero buscador pragmático como el Hugo, contemporizador ayer y hoy, que admite el disenso y lo maneja incomprensiblemente para aquellos esclavos de la coherencia (“como te digo una cosa te digo la otra”), que tal vez abusa de la cuota política, un viejo de setenta años sin pretensiones personales, hijo de su tiempo, sin banderas posmodernas pero atento a ellas, un ateo que vive en una “cueva” y causa envidia entre la derecha católica porque es recibido cordialmente por el Papa.

Dicho esto, la incertidumbre es grande, porque la soledad de su liderazgo es por momentos estruendosa. No hay costumbre de diálogo, se entiende que eso es para los débiles y se cultiva la confrontación. El marco de diálogo contemporizador tiene por delante objetivos muy concretos como una Montevideo limpia, el transporte público adecuado y un mejor sistema educativo- no puede ser que haya liceos ruinosos.
Mujica debe salir al exterior para ser reconocido y perfilarse como un consultor y referente internacional sin techo.
Debe hacer letra amistosa hacia Tabaré Vázquez para mantener al rey con vida en el tablero, prepara el terreno para su sucesión y termina admitiendo dos visiones sobre el manejo económico: una, que busca más iniciativa estatal en materia de impuestos e inversiones, otra, más inclinada por los equilibrios y hacia la prescindencia estatal en los mercados. Un paso adelante, dos atrás.

Vivimos en una sociedad a la que le encanta consumir, hace colas interminables cuando hay rebajas en los shoppings, que exhibe una clase media en auge y un núcleo duro de pobreza, que apremia por seguridad y segregación social, que presiona para que los marginados lo sean cada vez más, resiste modestos impuestos, combate la transferencia de ingresos a los pobres sin imaginar que podría beneficiarse de ello, falta a la elemental solidaridad que promueva convivencia, genera poquitos docentes en matemáticas y física, que ayuda a desvalorizar a la educación pública, se refugia en la educación privada de setenta y tres actividades semanales, se ensaña en la violencia doméstica y en el deporte, que ensucia la ciudad y exige que se la limpie, que aspira a aumentar sus ingresos sin dar nada a cambio, prioriza siempre la necesidad y el trabajo frente al cuidado ambiental, una sociedad que aporta votos cuando se demuestra el ejercicio de la autoridad, de la fuerza policial, cuando se limpia la calle y levanta la basura. Son más rescatables las actas del Parlamento cuando despenaliza el aborto y acepta la diversidad sexual que lo que habla la calle. La derecha, vivita y coleando, suda revancha y afila los dientes. Vestidos de personajes gritones, otros no superan el pasado y se sienten importantes iluminados.
Hay escaso margen para la política. Es difícil gobernar, mantenerse y hacer (es hacer no ser de) izquierda hoy.

Con disculpas por la larga introducción, es en estas circunstancias que aparecen las cartas de Héctor Amodio Pérez, en las que confiesa haber sido “ordenador de papeles” para el Ejército, de por sí acto suficientemente traidor. Las misivas se cuidan de hablar del presente, algo no menor y desestimado en comentarios.

Estas cartas nos permiten revisitar a los años sesenta y comienzos de los años setenta- los exactos momentos en que- lejos de quedarse sin estrategia, y lejos de faltarle ideología- el MLN consolidó una estrategia que no controló y aplicó el dogma ideológico instalado de la conducta militarista. El ejército de hormigas sale de hormigueros y túneles y decide el hostigamiento a las Fuerzas armadas estatales, vistas entonces como las depositarias del poder, hostiga al oso que finalmente descubrirá uno a uno los hormigueros, sin poder matar a todas las hormigas y permitiendo que las sobrevivientes, más adaptables que el oso al cambio de condiciones, no más fuertes ni más inteligentes, sólo mejores intérpretes de Charles Darwin, luego de largos, cansadores años de hibernación, transformaran la dolorosa comilona y destrucción militar en un triunfo político, que es y será sometido a vaivenes, que puede estar llegando a su clímax y cuyo futuro se juega diariamente.
La propuesta que hizo Amodio – que él incluye en sus cartas- de replegar a la orga antes del 14 de abril de 1972- fecha del ataque al Escuadrón protegido y subestimado como símbolo- no tuvo éxito. Él mismo había sido un representante destacado, pero no único, de ese dogma militarista. El planteo de repliegue de Amodio, pedido de baja y evacuación personal a Chile- probablemente hubiera podido demorar o conducir con otros tiempos a la derrota militar, como él mismo admite hoy. Aunque quién sabe.

Notas
(1)están en www.elobservador.com.uy
(2)Tal vez se podría hablar de los hoy denominados TOC (trastornos obsesivos compulsivos)

(*) Licenciado en RRPP

Agradecimientos a: Wilson Javier Cardozo y José Miguel Busquets

Montevideo, junio de 2013

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